Diario de León

PSOE-Podemos: socios a la fuerza

La coalición entre socialistas y el partidos de Yolanda Díaz sobrevive porque no tiene otra alternativa La perspectiva de un triunfo electoral de la derecha y la gestión de los fondos europeos mantiene viva una alianza en sus horas más bajas

Nadia Calviño y Yolanda Díaz, enfrentadas, casi ni se hablaron en la cumbre del jueves en Trujillo. CHEMA MOYA

Nadia Calviño y Yolanda Díaz, enfrentadas, casi ni se hablaron en la cumbre del jueves en Trujillo. CHEMA MOYA

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La coalición entre el PSOE y Unidas Podemos ha vivido su semana negra y no sería una sorpresa que lleguen días peores. La reforma del mercado laboral es uno de los proyectos estrella de la legislatura para Pedro Sánchez y, en coherencia con esa relevancia, el choque entre los dos socios ha sido ferroviario. En otras condiciones, la ruptura estaría servida. Pero no ha sido así porque están uncidos al yugo de la convivencia forzosa.

Los socios no tienen más remedio que cohabitar ante las perspectivas electorales que apuntan a un triunfo de la derecha, y no pueden darse el lujo político de no gestionar este y los próximos años la riada de millones de euros de los fondos Next Generation de la Comisión Europea.

Los dos socios han sellado las vías de agua abiertas por el contenido de la reforma laboral y por el protagonismo en la negociación con un acuerdo cogido con hilvanes. No es probable, pero todo puede descoserse el martes si no se ponen de acuerdo con el alcance de los cambios en el mercado laboral.

Pedro Sánchez, las vicepresidentas Nadia Calviño y Yolanda Díaz y los ministros de Hacienda, Seguridad Social y Educación tienen la oportunidad de consensuar el contenido de la propuesta del Gobierno para la mesa de diálogo social.

El problema surgirá, como sucede en todos los acuerdos, con la redacción de la letra pequeña. La que Bruselas, al fin y a la postre el árbitro final, leerá con más detenimiento.

Unidas Podemos, como titular de la cartera de Trabajo, ni se plantea renunciar a que la reforma lleve su impronta y su rastro sea reconocible.

El PSOE tampoco está dispuesto, como es lógico en un socio mayoritario, a quedar fuera de un proyecto bandera para la izquierda. El problema es que las posturas parecen poco conciliables por más que Calviño y los ministros socialistas sostengan que no hay discrepancias de fondo. El desenlace es incierto porque no se conoce el detalle de qué proponen unos y otros. Solo han dejado ver los grandes ejes, las palabras inatacables.

El debate ha alumbrado la crisis acompañada de las peores formas en la sociedad gobernante. El cruce de reproches personales, hasta ahora sometidos a la sordina de la coalición, ha estallado con crudeza. Yolanda Díaz denunció que había personas dentro del Gobierno que trataron de frenar la subida del salario mínimo y ahora quieren jibarizar la reforma laboral. Destinatarios: Nadia Calviño y ministros como José Luis Escrivá.

Sin tanta elipsis, la ministra y líder de Podemos, Ione Belarra, denunció los «intentos de injerencia» de la vicepresidenta primera en las negociaciones de la reforma laboral. El PSOE, convencido de que detrás de todo hay una operación de marketing político de Yolanda Díaz, se olvidó del lenguaje diplomático. «Aquí no caben los personalismos. Están de más», replicó Calviño. «El Gobierno no es un coro donde puedan existir solistas», aportó la portavoz Isabel Rodríguez.

Competencia electoral

Pedro Sánchez ha mandado callar, pero los ánimos están desatados. Una animadversión explicable porque socialistas y morados comparten segmentos electorales, una disputa a que no existe cuando las dos fuerzas coaligadas son de signo ideológico diferente. La tesis del profesor y exdiputado del PSOE Ignacio Urquizu es que en las alianzas entre fuerzas de la misma o similar familia «la inestabilidad es mayor». En la sociedad de PSOE y Unidas Podemos es evidente esa fragilidad y ahora se ha exteriorizado con crudeza. Los socialistas dicen estar «hartos» —dicen otra cosa pero el decoro impide su reproducción— de que Unidas Podemos se reivindique como el guardián de las esencias frente al discurso acomodaticio que atribuye al PSOE. Adriana Lastra, número dos de los socialistas, no se mordió la lengua esta semana y se quejó en la cadena Ser de que «cada vez que hay una buena noticia» del Gobierno «surge el ruido por parte de Unidas Podemos». Los morados no se quedan atrás y reprochan el afán por «ponerse medallas» de los socialistas en medidas a las que han accedido con los pies a rastras.

En este clima la viabilidad de una coalición parece discutible. Pero las circunstancias reman a favor de la continuidad. El PP vive un momento dulce en las encuestas electorales y podría gobernar con Vox. Sólo eso cimenta la alianza, reconocen ambos socios.

El PSOE no logra remontar tras el varapalo en Madrid del 4 de mayo. Su gestión de la pandemia, de la que Sánchez presume cuanto puede, y la recuperación económica no cuaja entre los ciudadanos. Unidas Podemos, en declive prolongado, dice estar dispuesto a ir al fin del mundo con la plataforma que impulsa Yolanda Díaz, solo que el proyecto está en mantillas. En resumen, mal punto de partida para los socios ante una contienda electoral.

Por otra parte, es muy goloso el reto de gestionar desde el Gobierno central los fondos europeos. Casi 20.000 millones este año, 18.000 el siguiente, 17.000 en 2023. Unos recursos que permitirán romper en los próximos años, como se refleja en los Presupuestos de 2022, todos los techos de inversión pública. Dejar pasar esa oportunidad por la ruptura de la coalición sería un pecado político imperdonable.

Se da la circunstancia además de que en el escenario político español las habas están contadas. Descartadas las legislaturas con mayoría absoluta, PSOE y Unidas Podemos, o el proyecto que cocina Yolanda Díaz, están condenados a entenderse si pretenden volver a gobernar.

Antes de que estallase esta crisis, la vicepresidenta segunda dijo que esta coalición iba a «romper el manual» de que las alianzas se rompen en la segunda mitad de los mandatos o a medida que se escuchan las campanas electorales. Un augurio optimista a la luz de los hechos, y que, si se cumple, no será por la empatía entre los socios.

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