Diario de León

el territorio del nómada |

Al hilo de los afectos

EL MARTES SE CUMPLEN NOVENTA AÑOS DEL NACIMIENTO SALMANTINO DE CARMEN MARTÍN GAITE, FALLECIDA EN EL 2000. LICENCIADA EN LETRAS, EN 1948 SE TRASLADÓ A MADRID PARA EL DOCTORADO. EL ENCUENTRO CON IGNACIO ALDECOA, ANTIGUO COMPAÑERO DE ANAYA, LA SITUÓ EN EL CENTRO DEL GRUPO QUE IBA A COLONIZAR LA LITERATURA DEL MEDIO SIGLO. divergente

Carmen Martín Gaite, en una imagen de juventud

Carmen Martín Gaite, en una imagen de juventud

Publicado por
ERNESTO ESCAPA
León

Creado:

Actualizado:

A Carmen Martín Gaite la literatura la rescató de simas irrespirables, adiestrándola para seguir adelante después de sonoros batacazos o del terrible desgarro de la pérdida de su hija, abatida por el sida. También la mantiene elocuente a través de sus novelas tres lustros después de su despedida. Su obra la sitúa como uno de los valores más firmes de la literatura española de la segunda mitad del siglo veinte. Una auténtica dama de las letras. El achaque de un tifus le dio pie para escribir El libro de la fiebre (1949), pero como el relato no le gustó a Ferlosio, que ya era su novio, permaneció inédito hasta 2007. Luego participó en la aventura de Revista Española (1953), tutelada por Rodríguez Moñino, y un año después ganó el Café Gijón de novela corta con El balneario (1955), donde la protagonista se evade del tedio ambiental imaginándose casada. Marcada todavía por la estela kafkiana de El libro de la fiebre, sus personajes se mueven en escenarios de ensoñación. Esta primera etapa narrativa de Carmen Martín Gaite alcanza su cenit con el Nadal de 1957 a Entre visillos, que orilló una novela del dramaturgo Lauro Olmo con este relato salmantino de soltería, renuncias y virginidad vigilada.

UNA DÉCADA LABORIOSA

Casada con Rafael Sánchez Ferlosio (entre 1953 y 1970), purgó la decepción de su siguiente novela, Ritmo lento (1963), que fue desplazada en el Premio Biblioteca Breve por La ciudad y los perros, de Vargas Llosa, con una década de silencio narrativo, que dedicará a diferentes investigaciones históricas. Fabula el contacto familiar con Rafael Sánchez Mazas a través de la travesía urbana de David Fuente, educado por su padre lejos de la escuela, que se niega a aceptar convenciones sociales sin antes comprobar si tienen sentido y se mueve a su ritmo, sin prisa. La novela apareció junto a Tiempo de silencio, de su amigo Luis Martín Santos, pero tuvo una acogida fría y displicente. Entonces, Carmen Martín Gaite derivó su interés hacia investigaciones históricas que tenía relegadas desde su llegada a Madrid y que darían pie a un lote de libros solventes, en los que la erudición se conjuga con amenidad narrativa: El proceso de Macanaz (1970), Usos amorosos del dieciocho en España (1972) y El conde de Guadalhorce, su época y su labor (1977). Entre medias, ve la luz en Nostromo (la editorial de Mauricio d’Ors, donde trabaja su hija Marta) una colección de artículos y reflexiones de la que brotarán libros posteriores: La búsqueda de interlocutor y otras búsquedas (1973). Un año más tarde, aquel velero publica también los dos tomitos de Las semanas del jardín, de Ferlosio. Por entonces, Marta despoja de circunloquios algunos textos de su padre, mientras se sumerge con Carlos Castilla, hijo del psiquiatra Castilla del Pino, en la vorágine devoradora de la movida. Ambos morirán jóvenes a mediados de los ochenta.

VIGILIAS DE MEMORIA

Una década antes, a mitad de los setenta, Carmen Martín Gaite recupera el pulso novelesco con Retahílas (1974), Fragmentos de interior (1976) y El cuarto de atrás (1978), que obtiene el premio Nacional de Literatura. Posiblemente, la mejor de sus novelas. La pérdida de su única hija interrumpe la escritura de La reina de las nieves (1994), con ingredientes de folletín, y la aleja de la novela durante una larga docena de años. Este nuevo paréntesis creativo lo encarta y rellena con reflexiones sobre la literatura como forma de comunicación (El cuento de nunca acabar, 1983) y con el ensayo Usos amorosos de la posguerra española (1987), que obtuvo el Premio Anagrama y se convierte en auténtico éxito popular. El regreso a la ficción se produce con Caperucita en Manhattan (1990), versión moderna del clásico de Perrault. Nubosidad variable (1992), otro de sus relatos mayores, alberga una purga del corazón, la búsqueda de identidad a través del laberinto de la escritura, mientras La reina de las Nieves (1994) explora en el hilo de la palabra, de la retahíla compartida, esa liana de la que pende la salvación cuando todas las ventanas ya se han entornado.

Esperando el porvenir. Homenaje a Ignacio Aldecoa (1994) es un jugoso testimonio generacional, escrito al cuarto de siglo de la muerte de su amigo, mientras Lo raro es vivir (1996) convoca las preocupaciones existenciales de la protagonista Águeda Soler con el aliciente de la pesquisa sobre un personaje dieciochesco. Irse de casa (1998) insiste en el arqueo de experiencias vitales a través de una mujer triunfadora en Nueva York que siente la necesidad de volver a su provincia, de donde salió cuarenta años atrás. Póstumamente se han publicado la novela Los parentescos (2001), el volumen de conferencias Pido la palabra (2001) y Cuadernos de todo (2002), que acopia una selección de sus notas. Seis volúmenes recogen la edición de sus Obras Completas, preparadas por el profesor José Teruel. Hace cuatro años, vio la luz Correspondencia (2011), un volumen con las cartas cruzadas con Juan Benet, donde expresa sus cautelas para no ser confundida con los variados «oix» (Foix y Moix) que lo agobian y banalizan. Las amistades generacionales, la complicidad en su tutela de los recuerdos, la interlocución vibrante, las indagaciones históricas y la respuesta a la invitación que guardan sus novelas y relatos, con personajes maravillados por la llama de lo ilusorio.

tracking