Diario de León

El doloroso parto literario

l. Decenas de escritores desarrollan tics, manías y fobias en sus rituales de invocación de las musas. colgarse de los tobillos, escribir en la cama, con tinta verde, consumir cócteles de fármacos o llevar un amuleto encima son algunas de las manías de escritores célebres en el duro trance de afrontar el folio en blanco

Imagen de la escultura gigante de un hombre agachado situada en una presa de Lelystad, Holanda

Imagen de la escultura gigante de un hombre agachado situada en una presa de Lelystad, Holanda

León

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Las musas son caprichosas. Algunos escritores, para propiciar la llegada de la inspiración, tienen sus rituales de invocación. Silencio absoluto, la oscuridad de la noche o las primeras luces del día, pluma estilográfica, lapicero o tinta verde, zapatos apretados, un baño relajante o una ducha de agua fría... Cada maestrillo tiene su librillo. Pero la ‘ceremonia’ de la creación se convierte para algunos autores en un doloroso parto. Y muchos escritores acumulan manías, supersticiones y fobias.

Rara entre las raras, la escritora chilena Isabel Allende siempre inicia sus novelas el 8 de enero. Además, empieza a escribir a las 8 de la mañana y se entrega a esta tarea 8 horas. La autora de La casa de los espíritus, que ha inmortalizado en sus obras a los miembros más excéntricos de su familia, comienza sus historias el 8 de enero tanto por superstición como por disciplina. La escritora ha confesado en alguna ocasión que ignora de dónde le viene la inspiración, pero considera que todos sus libros nacen de un interés profundo o una obsesión, de ahí que sus temas se repitan: mujeres fuertes, padres ausentes, solidaridad, redención, justicia, violencia, amor, muerte...

Algunos escritores sienten ante el folio el blanco el mismo pánico escénico que los actores momentos antes de subir a un escenario. Otros, como Arturo Pérez-Reverte, se meten en la piel de sus protagonistas y se adentran en «territorio comanche», como en su nueva novela, El francotirador paciente. Y así se pasó meses, desde Madrid a Lisboa, Verona y Nápoles, persiguiendo a grafiteros.

Un escritor de la ‘vieja escuela’, como el premio Cervantes Antonio Gamoneda, perdió hace unos años unos poemas inéditos porque no los había ‘pasado’ aún al ordenador. No es el único que sigue aferrado a la tinta y el papel. El británico Tom Sharpe, fallecido el pasado verano, también escribía a mano.

Tinta verde

Hay escritores que trabajan con un cuaderno de notas. Pablo Neruda transcribía siempre sus poemas en tinta verde, porque este es el color de la esperanza. Y algunos hasta los ilustraba. Lo mismo que Victoriano Crémer, quien sólo al final de su vida se atrevió a mostrar sus ‘garabatos’ en una exposición. Crémer era un escritor metódico, que se refugiaba en un pequeño trastero al que llamaba su ‘palomar’ y allí permanecía encerrado durante horas hasta que convocaba a las musas. Convertía en folios cartas de bancos y cualquier papel que tuviera una cara útil. José María Merino tiene facilidad igualmente para el dibujo. El escritor y académico leonés es de los que consulta una y otra vez el diccionario; una manía que también practicaba Truman Capote. Gamoneda escribe hasta cinco veces el libro antes de publicarlo. Para corrector impenitente Tolstoi, que llegó a reescribir la voluminosa Guerra y paz hasta ocho veces.

Hemingway, un auténtico bon vivant, amante de todos los placeres terrenales, era extremadamente supersticioso. Amén de escribir de pie, quizá porque todo acto creativo conlleva sufrimiento, no era capaz de enfrentarse a la máquina de escribir sin llevar en el bolsillo su amuleto de la suerte, una raída pata de conejo.

Las manías de los escritores son el suculento argumento de varios libros, como Escribir es un tic, de Francesco Piccolo, en el que despeja cuestiones como quién es el escritor que sigue el ritual más estrambótico para meterse en faena, sazonado con jugosas anécdotas sobre los métodos y las manías de autores de todos los tiempos y nacionalidades.

Ángel Esteban y Raúl Cremades desvelan en su libro Cuando llegan las musas los secretos de autores como Gabriel García Márquez, Vargas Llosa, Julio Cortázar, Rafael Alberti, Octavio Paz o Buero Vallejo.

Encamados

A muchos lectores se les caerían sus mitos si pudieran contemplarlos en bata y zapatillas. Hay escritores partidarios de la disciplina férrea, como el superventas Murakami, un auténtico ‘currante’ del oficio de escribir, en el que emplea siete horas diarias, a partir de las cuatro de la madrugada. Oscar Wilde tenía la manía de escribir en su cama.

El más exagerado, no obstante, fue Proust, que se pasó tres cuartas partes de su vida en la cama, donde escribió, paradojas del destino, En busca del tiempo perdido. Con la misma manía de Proust, el uruguayo Juan Carlos Onetti se pasó enclaustrado en la cama los últimos cinco años de su vida en su domicilio madrileño.

La célebre escritora sueca Asa Larsson tiene el hábito de escribir de noche y a oscuras, vicio que desarrolló porque era el momento en que sus hijos dormían y podía concentrarse en las historias de la abogada Rebecka Martinsson, protagonista de sus novelas de suspense.

Mientras Hemingway era célebre por sus conocimientos en coctelería —de hecho se le considera el inventor del daiquiri—, Balzac consumía sin cesar café tras café. Tennesse Williams era un fumador empedernido y Sartre dominaba el arte de mezclar fármacos, con los que probablemente forzaba la inspiración.

Uno de los más raros es el superventas Dan Brown. El creador del Código Da Vinci se cuelga de los tobillos para relajarse e irrigar su cerebro cabeza abajo en busca de inspiración. El autor de Inferno también es un legionario de la escritura que se levanta cada día a las cuatro de la mañana.

Y para huraños, el estadounidense y ganador del Pulitzer Cormac McCarthy, autor de obras adaptadas al cine como La carretera -protagonizada por Viggo Mortensen- y El consejero , dirigida por Ridley Scott y estrenada este fin de semana con un elenco de lujo en el que figura la pareja Javier Bardem-Penélope Cruz. McCarthy sólo concede una entrevista cada diez años.

Hay creadores a los que les funciona la ducha fría; otros, por el contrario, necesitan un baño relajante antes de abordar el primer renglón.

El premio Nobel Mario Vargas Llosa es conocido por ser un maniático del orden, hasta extremos obsesivos. Dicen de él que se rodea de figuritas de hipopótamos a modo de talismán.

El caso Pessoa

Las manías de Pessoa son argumento de un libro cuyo autor es el colombiano Jerónimo Pizarro, especialista en el autor del Libro del desasosiego. Escribir de pie o su vicio al tabaco son algunas de las costumbres del poeta portugués que desvela Os Objectos de Fernando Pessoa, que recoge veinte de los objetos más representativos del literato, a través de los cuales el lector puede hacer «una reconstrucción mental» de su historia.

Podría entrar dentro del ámbito de las manías el gusto enfermizo de Pessoa por cambiarse de nombre y utilizar numerosos seudónimos para abordar cada trabajo con diferentes estilos y hasta personalidades.

El dramaturgo, guionista, actor y director Woody Allen es único a la hora de acumular manías. Por su terror a la muerte y a los accidentes, duerme con los zapatos puestos y se toma la temperatura cada dos horas. También le aterran los gérmenes. Fobias que él mismo ha retratado en el personaje hipocondríaco que durante décadas ha interpretado en el cine.

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