Diario de León

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Fantasías de Quiosco

A PUNTO DE CONCLUIR EL SIGLO, EN 1998, NOS DEJÓ MAY MILLER, LA NOVELISTA ROSA QUE ALUMBRABA SUS SUEÑOS DESDE LA OTRA ORILLA DE LA CIUDAD, EN EL BARRIO DE LA VEGA. SE LLAMABA MARÍA DOLORES ACEVEDO VÁZQUEZ Y ERA VECINA DE ROSA DURRUTI EN LA CALLE FERROVIARIA GÓMEZ DE SALAZAR. divergente

Marcial Lafuente Estefanía

Marcial Lafuente Estefanía

Publicado por
ERNESTO ESCAPA
León

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H abía nacido en Lugo, en 1932, así que se truncó todavía joven. Su nombre figura en la primera edición del Quién es quién en las letras españolas (1969), donde todavía no aparecen los Cervantes Gamoneda o Jiménez Lozano. A sus veinticinco años, con la afición encendida, fichó por Bruguera, en cuyo catálogo alcanzó a publicar una centena de novelas ardientes. La mayoría, firmadas con el seudónimo de May Millar, que le colocaron en la editorial, pero también algunas con su nombre y apellidos, como Pasiones desatadas (en la colección Caricias de la editorial Andina) y La ley de la codicia (en Iberoamericana). Estas huidas tenían mucho que ver con el régimen casi de esclavitud al que Bruguera sometía a sus autores. Dos novelas a la semana, con tiradas de miles de ejemplares, por un precio cicatero, casi de costurera.

Aquellas novelas breves, que se vendían a duro y luego se cambiaban en los quioscos, lograron tal éxito antes de generalizarse la televisión, que muchos de sus autores rompían los contratos de servidumbre y acababan firmando títulos que no pertenecían al género de la subliteratura. Habitualmente, sin el éxito de sus historias de género, como le ocurrió a Marcial Lafuente Estefanía con su novela histórica El maleficio de Toledo. Estefanía y la asturiana Corín Tellado fueron los jefes de aquella banda dispensadora de sueños, pero a su alrededor prosperaron otros cuantos nombres, cada uno amplificado en un ramo de sugestivos seudónimos. Desde el humorista Mingote al Planeta González Ledesma, pasando por el periodista represaliado Eduardo de Guzmán. Cada cual con su ventura.

EL MAESTRO ESTEFANÍA

Marcial Lafuente Estefanía (1903-1984) falleció hace treinta años en el agobiante agosto de Madrid. Pero todavía hoy su nombre es una marca, que sigue produciendo nuevos títulos, ahora escritos por su hijo Federico y su nieto Francisco. La colaboración empezó en 1958, cuando don Marcial entendió que había que dar vuelo a aquel universo de tipos duros, broncos y un poco fuleros. Entonces estaba en la cumbre de un camino emprendido tres lustros atrás, al salir de la cárcel. Fue en Vigo, al amparo de la editorial Cíes, un sello que ahora han recuperado sus herederos, otra vez desengañados del trato con los grandes editores. En Cíes publicó el recién liberado Lafuente Estefanía La mascota de la pradera (1943), su primera historia del Oeste. Había estudiado ingeniería industrial y con esa profesión viajó a los Estados Unidos siendo todavía veinteañero. Luego, durante la guerra civil, luchó en el ejército republicano como artillero, llegando al empleo de general. Sus primeros trabajos de supervivencia fueron relatos románticos y policíacos, hasta que la memoria de aquellos paisajes donde había trabajado como joven ingeniero lo empujó a novelar la aventura del Oeste. En ese filón alcanzó enseguida el primer puesto, acumulando con su nombre la difusión de más de cincuenta millones de ejemplares. Cíes, Bruguera, Rollán, de nuevo Bruguera, Ediciones B, Almuzara y otra vez Cíes han sido sus sellos editoriales. La temporada de prosperidad lo recluyó en Arenas de San Pedro (Ávila), donde llegó a coincidir con Carmen Laforet, veraneante en aquel valle al sur de Gredos. Fue un tipo culto, aunque nunca llegó a despegar de la senda de la literatura popular, como hicieron en Estados Unidos Chandler, Hammett o Ray Bradbury.

LOS CALZADA DE LEÓN

Otros universitarios distinguidos que frecuentaron la subliteratura, después de protagonizar algunas de las aventuras más relevantes de la cultura republicana, fueron nuestros paisanos Sáenz de la Calzada. El mayor, Arturo (1907-2003), fue presidente del consejo de La Barraca. En 1935 obtuvo el Premio Nacional de Arquitectura y después de la guerra marchó al exilio en México, donde dejó obra abundante. Sus hermanos Luis (1912-1994) y Consuelo (1914-1997) tuvieron que quedarse en España y también cultivaron la literatura popular. Luis fue médico, biólogo, pintor surrealista, novelista popular y poeta secreto. En 1972 presidió la fundación del Club Cultural de Amigos de la Naturaleza, tapadera de tantas cosas entonces urgentes y necesarias. En 1976 publicó su libro testimonial sobre La Barraca y póstumamente, en 1996, los versos de Pequeñas cosas para el agua. También unas cuantas novelas de quiosco, que firmaba como Luis Marco, en la colección la Novela Ideal. Como actor, prolongó brevemente su carrera, cuando acabó la guerra, en el Teatro Español de Luis Escobar. Su hermana Consuelo (1914-1997), colaboradora de Diego Angulo y experta en arte clásico, se manejó por las procelosas aguas de la subliteratura embozada en seudónimos. Empezó publicando la novela romántica Casada por poder y el relato de misterio Un muerto en la casa gris. Era el año 1942 y junto a ella hacían catálogo las intelectuales Mercedes Ballesteros y Josefina de la Torre, dos cuñadas que protegían su prestigio con los seudónimos de Silvia Visconti y Laura de Cominges. Consuelo tuvo su época de esplendor como fabricante de sueños en los años previos a la irrupción de Corín Tellado. En los cincuenta llegó a ser autora de referencia en catálogos populares como la Biblioteca Oro de la editorial Molino. Luego su estrella fue decayendo hasta terminar autoeditándose los últimos libros: Los hijos del señor Enigma (1982) y El escribano manco (1990).

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