Diario de León

ENTREVISTA

Fidalgo: «Somos imágenes que se queman al sol»

El escritor y periodista de Diario de León publica su novela más ambiciosa, ‘El baile del fuego’, que se desarrolla a lo largo de dieciocho años, antes y después de la Guerra Civil, en escenarios como Madrid, Ponferrada o Mondoñedo. Una historia de amor, trufada de misterio, por la que circulan personajes reales y ficticios, como Frank Sinatra o las Sin Sombrero

El escritor y periodista de Diario de León Carlos Fidalgo

El escritor y periodista de Diario de León Carlos Fidalgo

León

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—¿La figura del fotógrafo berciano Vicente Nieto Canedo estaba en el origen de la novela o era un personaje real que se acomodaba a la historia que querías contar?

—En El baile del fuego hay un par de cuentos inéditos, cuentos viejos, y un esbozo de novela, donde Vicente Nieto ya era la base del Vicente Yebra de ficción. Hay una anécdota en la vida de Vicente Nieto, cuando era niño en Ponferrada, que encierra el tema de fondo de la novela: Vicente revelaba al sol y en papel fotográfico fotogramas de películas que compraba por unos céntimos —en la novela los coge de la basura de un cine— y como las imágenes no llevaban fijador, se desvanecían con la luz. Eso somos todos, imágenes que se queman al sol. Y eso son también los personajes, reales o inventados, de la novela. Personajes que bailan con el fuego y terminan ardiendo.

—¿Cómo se construye una novela con tantos personajes? Dice Juan José Millás que no hay muchos personajes en sus novelas, porque él se lía...

—Hay que encontrar un hilo que los cosa a la historia. Ahí interviene la intuición. Los personajes secundarios son el motor que mueve la trama; y a mí, me gustan las novelas corales. Desde Manhattan Transfer de Dos Passos y La Colmena de Cela a novelas de Eduardo Mendoza, como La verdad sobre el caso Savolta y La ciudad de los prodigios, están entre los referentes de El baile del fuego. Son todas novelas urbanas (Nueva York, Madrid y Barcelona), donde la ciudad y quienes la habitan son protagonistas.

—Madrid no es el único escenario de la novela...

—La novela tiene tres partes: El Amor, La Sirena y El Fuego. La parte central narra el viaje que Vicente emprende desde Madrid a Mondoñedo en tren, al acabar la guerra, en busca de Amalia. Y es un viaje onírico, que anticipa la catástrofe ferroviaria de Torre del Bierzo, donde se vislumbra una Ponferrada de nieve y carbonilla a punto de convertirse en la Ciudad del Dólar y donde emerge el universo fantástico de Álvaro Cunqueiro y ‘el bosque animado’ de Esmelle, donde sitúo a otro personaje histórico, el huido Foucellas; para unos bandido, para otros, guerrillero. El viaje es de lo más accidentado y Mondoñedo, la ciudad de la catedral arrodillada, es otro escenario que sirve de contrapunto al Madrid de antes y después de la guerra.

—¿Qué ha sido más complicado, manejar muchos personajes o varias subtramas?

—La trama principal, la historia de amor entre Amalia y Vicente en el Madrid de antes y después de la guerra, avanza movida por las subtramas; el amor imposible de Lorca y Dalí, el triángulo de Ava Gardner, Frank Sinatra y Luis Miguel Dominguín, los misterios de Mondoñedo, el fantasma de la Casa de las Siete Chimeneas, la amenaza que se cierne sobre la reportera de guerra norteamericana Virginia Cowles, el bombardeo del Hotel Florida... He disfrutado mucho a la hora de documentarlas y encajarlas en la historia principal. Y, sorprendentemente, algunos de los hechos que sucedieron de verdad son los más difíciles de creer.

—¿Ya estás trabajando en una nueva novela?

—Estoy acabando un libro de cuentos diabólico —lo empecé hace catorce años—. Pero no puedo decir nada más, que me quemo.

—Sostiene el escritor francés Mathias Malzieu que «escribir libros es vivir la vida dos veces». ¿Piensas igual?

—Pienso parecido. Escribir es vivir vidas imposibles. La realidad no es tan redonda.

—¿Eres metódico o maniático a la hora de escribir?

—Escribo más bien de noche. Pero no es método ni manía. Es el tiempo que me queda libre.

—¿Cuánto te ha costado documentarte sobre una época que no has vivido?

—Si escribir te permite vivir vidas imposibles, documentarte te hace viajar. También en el tiempo. Es muy entretenido.

—¿Qué sentido tiene la literatura en un mundo sin sentido y que además no lee?

—Necesitamos contarnos historias para poner orden en la realidad, que muchas veces es un caos. Solo en ocasiones se dan coincidencias que te hacen pensar que hay alguien moviendo los hilos. Pero la mayor parte del tiempo vivimos sin guion. Así que el sentido de la literatura y de la ficción, en general, es precisamente darle sentido a lo que no lo tiene. Así se construye un imaginario al que agarrarnos. Y es verdad que se lee poco, pero mucho más que hace cien años. Y la pandemia ha traído un repunte del interés por los libros. Es un buen momento para contar historias.

—¿A qué personaje de la novela te habría gustado conocer?

—No me puedo quedar con uno. Son cuatro: Lorca, luminoso; Sinatra, bebiendo los vientos por Ava Gardner; y la propia Ava Gardner, a la que le sobraba clase para volver a su hotel en un camión de basura. Y el cuarto es el misterioso personaje con el que habla Vicente Yebra durante toda la novela. Pero no puedo decir su nombre sin hacer spoiler. A este todavía podría conocerlo si aún se dejara caer por el Chicote...

—El Madrid de Ava Gardner no era el de la gente corriente, que pasaba hambre...

—Había lugares como la sala Pasapoga que solo estaban al alcance de unos pocos bolsillos privilegiados. Era tan caro que le llamaban e ‘Pasa y Paga’, Ese otro Madrid alejado de la Gran Vía y de los bares americanos es el de Lavapiés y la calle de los Tres Peces, el del Palacio de las Pipas —así llamaban al cine Doré, que hoy es la sede de la Filmoteca—, el de la sobrina de Vicente Yebra, que le lleva una olla de garbanzos a casa...

—Cada vez que se toca el tema de la Guerra Civil, aunque tu novela no sea bélica, hay cierta susceptibilidad, ¿no crees?

—En la novela, hay un personaje que habla del ‘Alzamiento nacional’ y otro que le corrige y le dice: ‘Golpe de Estado’. Los que no quieren que se hable de la Guerra del 36, de las fosas, de la represión franquista, son los que siguen usando la expresión Alzamiento nacional en lugar de Golpe de Estado. En esto no caben equidistancias. La guerra fue una traición a la democracia. Y ese revisionismo actual que busca justificar el Golpe de Estado de Franco con la falsa amenaza de que íbamos a caer en el comunismo es el del discurso del odio.

—¿Seguimos sin aprender de la Historia?

—Nunca aprendemos de la Historia. Nunca del todo. Alguna vez lo he dicho; si los traumas que deja una guerra se heredaran, no habría más guerras.

—¿Te satisface más la literatura que el periodismo?

—Algunos de los reportajes que he publicado en Diario de León, como el del fotógrafo Vicente Nieto o los del accidente de Torre, me han servido para dar forma a los personajes y los escenarios bercianos de la novela. Son satisfacciones distintas. Y me gusta mucho ese híbrido de periodismo y literatura que es el periodismo narrativo.

—¿Cuál es la banda sonora de ‘El baile del fuego’?

—El fragmento del Amor brujo de Falla (la Danza ritual del fuego que hipnotiza a Vicente Yebra) sería el tema central de esa banda sonora donde habría sitio para Summer Wind, de Sinatra (hay un viento cálido que sopla en pleno invierno y que levanta las solapas de los abrigos y las chaquetas de algunos personajes de la novela) y para Mack The Knife, otro clásico del jazz, si puede ser, en versión de Ella Fitzgerald. Y si el lector se quiere imaginar una sirena, puede escuchar un tema de Suede, el grupo de brit top de los noventa, titulado She’s in fashion, aunque no aparezca en la novela.

—En la novela hay muchos personajes femeninos y un homenaje a las pioneras en música y otros ámbitos, como las Sin Sombrero...

—Lorca aparece en la primera parte de la novela. Alberti y Miguel Hernández, en los días de la Guerra Civil. Pero la Generación del 27 y la Edad de Plata de la literatura española tuvo a un gran grupo de mujeres de mucho talento que solo ahora están obteniendo el reconocimiento que no recibieron en vida; mujeres que se quitaron el sombrero en señal de rebeldía un día en la Puerta del Sol y que han dado nombre a una generación paralela. En la novela aparecen mujeres poetas, intelectuales como Ernestina de Champourcín, Zenobia Camprubí y María de Maeztu. Y se cita a Maruja Mallo, y de forma sutil a María Lejárraga, que escribía los libros que su marido firmaba después, como el libreto de El amor brujo.

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