Diario de León

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La penumbra del triunfador

JOSÉ SUÁREZ CARREÑO ALCANZA SU CENTENARIO DESPROVISTO DEL ESPLENDOR QUE RODEÓ SU ESTRENO LITERARIO. LOS TRES PREMIOS MÁS IMPORTANTES DE TRES GÉNEROS DISTINTOS ADORNAN LO QUE DELIBES CALIFICÓ COMO INSÓLITO TRIPLO DE ÉXITOS. ADONAIS, NADAL Y LOPE DE VEGA. LUEGO, EL SILENCIO. . divergente

Suárez Carreño, con gafas, entre José Hierro y Ricardo Gullón

Suárez Carreño, con gafas, entre José Hierro y Ricardo Gullón

Publicado por
ERNESTO ESCAPA
León

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S uárez Carreño (1915-2002) nació en Guadalupe (México), pero ya estudió el bachillerato en León, donde la familia, que era de Villamañán, había invertido los ahorros indianos en hacerse con el café cantante Iris, un prestigioso local de la calle Ancha. Más tarde, cursó Derecho en Valladolid y fue soldado de infantería en la guerra, antes de saltar a la vida literaria y a la conspiración política madrileña en 1940. En apenas diez años, Suárez Carreño consiguió los galardones literarios de más prestigio en aquel tiempo: el Adonais de poesía (1943), el Nadal de novela (1949) y el Lope de Vega de teatro (1950). Juan Benet, en su impagable testimonio generacional Otoño en Madrid hacia 1950, evoca la audacia temeraria de Suárez Carreño en aquellas conspiraciones de posguerra. Desde la retaguardia de la Fue acució a Nora la escritura clandestina de Pueblo cautivo (1946).

La primera edición del Adonais se resolvió con un triple premio, compartido por Suárez Carreño con Vicente Gaos y Alfonso Moreno. Edad de hombre reúne 45 sonetos espoleados por la angustia de vivir para la muerte. Un nudo existencial resuelto por la ensoñación amorosa, que actúa como alivio de las apremiantes garras de la inquietud. El éxito del premio le sirvió para dar salida inmediata en la misma colección a su libro primerizo, La tierra amenazada (1943), un poemario con resonancias lorquianas en el que expresa la experiencia bélica, a través de 39 cancioncillas de soldado.

LA ESTELA DE CAMUS

Conforme avanzaban las votaciones del Premio Nadal en el café Glaciar de Barcelona, durante la noche de Reyes de 1950, que él seguía por la radio con los amigos desde el café Gijón de Madrid, la expectativa del triunfo se ensombrecía con la certeza de que sus andanzas impunes por las fronteras de la clandestinidad iban a quedar al descubierto. Efectivamente, el acto de entrega del Premio Nadal 1949 a su novela Las últimas horas concluyó con su conducción esposado a dependencias policiales. Hasta entonces, se había librado de varias redadas por su cautela de no dormir dos noches seguidas en el mismo lecho, costumbre sostenida sobre una red de conquistas legendaria en aquel Madrid de estraperlo, gasógeno y boniatos. Las últimas horas, que ha alcanzado cuatro ediciones a pesar de la evaporación de su autor, es una novela moderna y ambiciosa, técnicamente bien resuelta, aunque de escritura áspera y un tanto descuidada. Los personajes, dos parejas de ambientes sociales dispares que se cruzan camino de la tragedia, no logran despojarse de la careta que el autor les coloca para justificar su estrambote moralista. Pero semejantes excesos, en una u otra dirección, amojaman la mejor literatura del momento.

El mismo año 1950 obtiene el premio Lope de Vega, que el año anterior descubrió al Buero Vallejo de Historia de una escalera, con su drama Condenados, que se estrena un par de años más tarde. En 1953, Mur Oti llevará la historia al cine. Mur Oti había dirigido un lustro antes Un hombre va por el camino, localizada en Huelde, junto a Riaño. Al rodar Condenados, en Medina de Rioseco, volvió con sus protagonistas de excursión por la montaña leonesa. También a la capital, donde los agasajaba la madre de Suárez Carreño en el Iris. En aquellas expediciones, Aurora Bautista compró una finca junto al Porma, en Lugán, de la que se deshizo pronto, y el galán José Suárez invitaba a truchas en Garaño. En este pueblo del Luna pasaba los veranos el actor asturiano, antes de replegarse como alcalde falangista del concejo de Aller. Proceso personal (1955), su segunda novela, fue finalista del Premio de la Crítica que arrampló Cela con el pastiche de La Catira, y supone la despedida de Suárez Carreño de la literatura. Mejor escrita que la primera, de nuevo la trama novelesca se gripa en el sermonario de la moraleja.

DEL CONTUBERNIO AL DESENGAÑO

Suárez Carreño aparece como integrante de la delegación española al congreso del Movimiento Europeo celebrado en Alemania los días 7 y 8 de julio de 1962. El famoso Contubernio de Munich. Había cruzado la frontera clandestinamente, por carecer de pasaporte, junto a Ridruejo y el editor Fernando Baeza. Mientras los demás vuelven para ser confinados, Suárez Carreño opta por quedarse un tiempo en París, hasta ver si escampa, en compañía de Ridruejo. La estancia parisina, becada por la organización del congreso que gestionan Madariaga y Julián Gorkin, se prolonga un par de años. Ya en Madrid, Suárez Carreño dejará a un lado la literatura poniendo su pluma al servicio del posibilismo. Fundación y pilotaje con Ridruejo de la Sociedad Española de Escritores, de donde se despide con un portazo a fines de 1965. Años duros, ingratos y oscuros, en los que no se vislumbra la salida del túnel. Discursos más o menos oficiales, informes agrarios, prosa subalterna para consumo intestino de estrategas y topillos. Reaparece en la primavera de 1976 como colaborador de Pueblo, de la mano del confuso Figueroa, una apuesta equivocada del ministro Martín Villa en su afán de desromerizar el diario sindical. Luego, siguieron veinticinco años de silencio y olvido. Andrés Trapiello anota en su diario Apenas sensitivo la visita al piso del difunto, situado en «un barrio burgués, solvente y con empaque», donde el viejo escritor murió solo y soltero «en la extrema pobreza, sin decírselo a nadie».

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