Diario de León
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FRANCISCO J. MIELGO ÁLVAREZ

P asada la urbanización Monteleón, donde ahora está el depósito de sal, evocamos el recuerdo de la casa de peón caminero, que ya no existe. Aún vive, ya jubilado, el último niño que nació en esta casa. Más allá está la Venta de la Tuerta, donde descansaban los viajeros, los que se movían entre Cabanillas y Riosequino, más que los que iban a Asturias. El edificio antiguo de la Venta estaba al otro lado de la carretera. Antes se llamaba la Barraca de Matallana, según consta en las memorias de Jovellanos. Con el perfil de la cordillera al fondo identificamos todas las cumbres.

Bajamos el Rabizo por la carretera actual, que es la tercera. La segunda, donde actualmente hay un área de descanso, era famosa por sus accidentes y sus curvas de más de 180º. La primera es un camino de tierra que bordea el pinar por la izquierda y por donde iba la diligencia de Madrid a Oviedo. Antes de empezar la bajada está el lugar en el que se escondían los bandidos que en el siglo XIX atacaron tantas veces la diligencia. Al terminar la bajada con una fuerte pendiente, se cruza el arroyo del Rabizo por un antiguo puente de piedra, que todavía se conserva escondido entre los movimientos de tierra que se han hecho en la zona, junto al polígono industrial de la Robla. La gente mayor lo llama el puente Madrileño, porque por él pasaba la diligencia de Madrid. Pero el nombre antiguo es puente de Quintanes, según dicen las memorias de Jovellanos. Cerca de aquí había una caseta donde hace cien años vivía un caminero al que llamaban el tío Pitolitos.

Dejamos a un lado la ermita de Celada, que en tiempos tuvo ermitaño. También dejamos el cementerio de la Robla, que se

inauguró en 1914 con una corrida de toros. El toro se escapó hacia la ribera y los que escapaban se refugiaban en las casas, que estaban llenas de gente. Cogieron el toro al día siguiente en el monte de Cascantes.

Cruzamos la Robla por la carretera antigua. Pasamos por la plaza, cuyo espacio estuvo ocupado por la iglesia antigua hasta los años 40. Durante un año, hasta que se terminó la iglesia nueva, se decía la misa en una sala de baile. En las fiestas de antes se hacían carreras de cintas a caballo delante del Ayuntamiento.

Se distinguen bien las casas antiguas, tan llenas de recuerdos. Cada vez van quedando menos. Algunas han desaparecido como la antigua casa-cuartel de la Guardia Civil, en la esquina de la calle de la Estación.

Hacia las Ventas de Alcedo

Salimos de la Robla por el lugar llamado la Pontona. Este nombre y el hecho de que aquí la carretera está más alta que las tierras de al lado demuestran que hubo un pequeño puente que salvaba un arroyo que bajaba de Alcedo.

A la derecha sube el camino hacia Alcedo, que salva las vías del tren por una pasarela que se construyó hace noventa años con piedras talladas a mano. Antes había un paso a nivel en el que hubo muchos accidentes. Aquí estuvo de guardabarrera la señora Remedios, que tuvo doce hijos. Una vez en invierno, con una nevada de las de antes, unos cazadores de la Robla venían persiguiendo a un jabalí desde Llanos campo a través. El jabalí subió a la pasarela de Alcedo, desde allí se tiró y fue por la vía hacia las Ventas dejando un rastro de sangre. Allí le estaban esperando Gervasio y Manolo, le dispararon y el animal fue por el reguero arriba hacia Alcedo, y a mitad de camino lo remataron. Aquel invierno los de las Ventas comieron jamón y cecina.

Por fin llegamos al barrio llamado Las Ventas de Alcedo. Aquí eran famosas las hogueras que se hacían por San Juan. También tenían fama los pozos cuando no había agua en las casas. Uno de la Robla que tenía el bar Alba en la plaza, venía con el carro a por agua de las Ventas para fabricar gaseosa. Hace más de cien años la gente cogía el agua del río para beber.

Si nos fijamos en las casas antiguas veremos a la derecha la antigua fragua, que pertenecía al concejo de Alcedo que la arrendaba a un herrero. Aquí vivió la última mujer que se ponía el pañuelo al viejo estilo de la montaña, con el nudo pequeño encima de la cabeza. Amasaba el pan todos los días del año menos el día de San Lorenzo, según la vieja costumbre. Cruzaba la carretera sin mirar. Con cuatro vacas tapaba la carretera, cada una iba por donde quería, ella no se preocupaba de llevarlas en fila, y los coches tenían que esperar.

-”Que se aparten ellos. La carretera es tanto mía como suya.

Los camioneros ya la conocían y empezaban a frenar un kilómetro antes.

A la izquierda ya queda poco del antiguo caserón o mesón, que era la parada de las diligencias. En la planta baja estaban los pesebres, y arriba las habitaciones donde pernoctaban los viajeros. Los tabiques, que no llegaban al techo, eran un entrelazo de mimbre cubierto de barro. Este caserón también era del concejo de Alcedo.

Gervasio y Manolo, dos grandes aficionados a la caza, más de una vez vigilaron a los lobos escopeta en mano desde las ventanas del desván del caserón. En invierno los lobos pasaban hambre, bajaban a rondar los pueblos y eran capaces de comer cualquier cosa. Una vez unos de la Robla cazaron un lobo en la Peña del Asno, y cuando le abrieron le encontraron un trozo de alpargata en la barriga. Los de Alcedo, que conocían los caminos del monte mejor que nadie, cuando iban a trabajar a las minas de Llombera, iban en grupo para defenderse de los lobos.

Aquí también pernoctaban los grandes rebaños trashumantes que venían todos los años de Extremadura. Las ovejas pasaban la noche en el lado de la fragua, y las yeguas junto al caserón. Los vecinos de las Ventas tenían la obligación de dar la cena a los pastores a cambio de las cagadas de oveja que dejaban allí.

Los coches antiguos no tenían batería y se arrancaban con una manivela muy larga que se metía por delante. Una vez un camión estaba haciendo maniobra en este lugar con la manivela puesta, y atrapó a una niña entre la pared y el morro del camión. Le clavó el mango de la manivela en la barriga y se le salió el intestino. Don Tomás, el médico de la Robla, metió el intestino dentro como pudo y lo cosió en vivo. Aquella niña llegó a superar los ochenta años. Y el célebre tío Margallo decía;

-”Se le salieron todas las tripas, las choriceras y las morcilleras.

En el corral de las Ventas se juntaba una pandilla de amiguetes a jugar a los bolos y a gastar bromas. Una vez Margallo le dio a Don Tomás chorizo de zorro, porque había dicho que nunca comería carne de zorro. Todos tenían mote, el tío Margallo, el Tío Silvela, Cambó, Molleda, Quitolis, Pendolista, Saltapraos, Caracoles, Pinolitos, El tío Sacamantecas, que asustaba a los niños. Una niña perdió una alpargata por escapar de él, una tragedia en aquellos tiempos de escasez. El tío Perero, que había estado en América. Gervasio y Quico, que a los quince años se escaparon de casa y recorrieron España de polizones en los trenes de mercancías. El tío Gochona, que tiraba pedos por encargo:

-¿Cuántos quieres que tire?, ¿cinco, doce, veintisiete?, ¿cómo los quieres, largos o cortos?, ¿con ruido o sin ruido?

El molinero de Puente de Alba, que vivía en la Robla, iba en carro al molino, y tanto a la ida como a la vuelta el caballo, que ya conocía las costumbres de su amo, paraba en las Ventas, y él se bajaba del carro y entraba a beber. Un año al llegar aquí se le atascó el carro por la nieve.

En un pueblo la variedad de tipos humanos puede ser mayor que en una gran ciudad.

Pasado el caserón la carretera cruza otro arroyo que baja de Alcedo. Junto al río hay un molino cubierto de maleza que dejó de funcionar hace unos cien años. Este molino fue construído en 1822 seguramente sobre las ruinas de otro anterior. También pertenecía al concejo de Alcedo. Alrededor de él todavía se conservan algunos de los árboles que plantaban los niños de la escuela de Alcedo cuando celebraban la fiesta del árbol. Aquí venían las mujeres a lavar la ropa de rodillas, en invierno y en verano. Un poco más abajo vadeaban el río los carros, en lo que llamaban el soto del tío Manolón. Y aquí venían a bañarse todos los de la Robla en verano antes de hacer la piscina, en el sitio llamado las Peñas, debajo del puente de la carretera nueva. Ahora ya es imposible bañarse o pescar, y los cangrejos son un recuerdo cada vez más lejano.

La Casa de las Maestras

Después del arroyo y a la derecha está la última casa de las Ventas. La llaman «la Casa de las Maestras» porque aquí vivieron varias hasta no hace muchos años. Los más ancianos del lugar la llaman «la Casa de Don Eustasio», que fue su primer dueño.

Eustasio procedía de una humilde familia de tejedores de la Mata de Curueño. Durante un tiempo ejerció este oficio en el que destacó. En aquellos pueblos del Curueño tuvo más de un enfrentamiento con los lobos. Estuvo cuatro años en la guerra de Filipinas de donde volvió con heridas y medallas. Muchos años después, ya establecido en esta casa, explicaba a sus hijas con las herramientas de la huerta en la mano, el combate cuerpo a cuerpo contra los insurrectos, las emboscadas en la selva, las guardias en los fuertes. Estuvo otros ocho años en la guerra de Cuba, de allí vino también con varias medallas cuando se repatriaron las últimas tropas.

Fue guardia civil. Trabajó en las oficinas de los Ministerios de Madrid, para lo que fue elegido por su caligrafía. Trabajó en la Robla en la oficina de la Minero Industrial Leonesa, el antecedente de la Hullera Vasco Leonesa. Ayudaba a su mujer, que fue muchos años la maestra de Alcedo, en las tareas de la escuela. Los niños se sentaban en las madreñas porque no había ni bancos. En invierno espalaba la nieve para que pudiera ir a dar clase. De noche daba clases particulares a la luz de un quinqué a los chicos que ya habían dejado la escuela para que pudieran colocarse, y nunca cobró las clases. Tuvo ocho hijos a los que dio estudios. En los años treinta fue juez de paz en la Robla, un cargo difícil en el que tuvo que tratar con comerciantes poco honrados, terratenientes que querían quitar las fincas a los pobres, y toda clase de demagogos que querían aprovecharse de su prestigio. Viajó por todos los continentes. Vivió guerras y naufragios. Y cuando por fin se estableció aquí en 1915 ya tenía cincuenta años. Construyó la casa con sus propias manos y arregló una huerta que todos sus nietos recuerdan como el paraíso terrenal. En ella estuvo trabajando hasta el final con un brazo ya paralizado. Esta fue la primera casa de la Robla que tuvo retrete.

La mayor de sus quince nietos por parte materna es la escritora Josefina Rodríguez de Aldecoa, que nació en esta casa, a la que cita en alguna de sus novelas. Cuando la guerra varias personas de ambos bandos salvaron la vida gracias a esta casa en diferentes circunstancias. También describe en sus novelas la casa de sus abuelos paternos, que eran de Sorribos. En esta casa de Sorribos vivió sus últimos años el sacerdote que hizo la iglesia nueva de la Robla.

En 1939 se trajo la luz eléctrica a las Ventas desde el molino de Puente de Alba. Uno que se dedicaba a recoger chatarra en los lugares donde habían estado los frentes, puso el material, y Don Eustasio puso el dinero. Tiraron una piedra atada a una cuerda desde la otra orilla del río, después tiraron de la cuerda, que estaba atada a un cable, y así cruzaron la línea por encima del río.

Puente de Alba

Después de la casa de Don Eustasio, a la derecha, entre la carretera y la vía del tren, hay una finca cubierta de zarzas donde estuvo la antigua ermita de Santa Elena, y donde hay enterramientos humanos.

El valle se estrecha y se juntan la vía, la carretera antigua y el río. Antes de juntarse la vía y la carretera había una casilla con el fuego en el suelo en la que vivieron sucesivamente varias familias de empleados de la vía. Algunas de ellas perdieron niños atropellados por el tren. A una niña un tren le cortó el dedo gordo del pie; estaba sentada jugando en la caja de la vía mientras el tren pasaba por encima, y la madre viéndolo sin poder hacer nada.

Pasamos por debajo del Encañado, un acueducto del siglo XVIII que hace años tuvo una acertada restauración. Sangra el río a la altura de Peredilla y lleva el agua hasta la Robla. Aparece citado en las memorias de Jovellanos, el diccionario geográfico de Madoz y el Catálogo Monumental de Gómez Moreno.

Llegamos a Peña Cortada, llamada así por el corte que hicieron para pasar el tren. Está al pie de la Peña del Castro, otro yacimiento arqueológico de cierta importancia. Y encima del Castro la Peña del Asno, en forma de muela, donde hace muchos años subían los de las Ventas antes de amanecer el día de San Juan, y allí desayunaban chocolate mientras veían salir el sol.

Los rebaños trashumantes que pasaban por aquí eran largos y los pastores iban al principio y al final, por eso había quien atrapaba una oveja y se escondía en las alcantarillas que cruzan la carretera por debajo hasta el río.

Por fin llegamos al puente de Puente de Alba, que ha dado nombre al pueblo. También es citado por Jovellanos, Madoz y Gómez Moreno. Es del siglo XVIII pero la toponimia indica que hubo otro anterior. En este lugar se han ahogado varias personas. Aquí tuvo lugar el primer accidente de tráfico que hubo en esta carretera, en los años 20. Era de noche y pasó un descapotable con unos toreros que venían de torear en Asturias. Al salir de Puente de Alba creyeron que la carretera seguía por el puente, que entonces no tenía pretil, y al dar la curva cayeron al río. Unos que en ese momento venían de una boda en Alcedo les oyeron pedir socorro y les ayudaron. Al año siguiente volvieron los toreros y dieron una fiesta en Puente de Alba en agradecimiento por haberles salvado. Desde entonces lo llaman «el Puente de los Toreros». Cada vez ha habido más accidentes y en las Ventas han atendido muchos heridos.

Entre el puente y la primera casa del pueblo corrían un mazapán los mozos de Alba contra los de Gordón. A la entrada de Puente de Alba se cobraba portazgo a los carros hasta hace poco más de cien años. En los años 20 asfaltaron la carretera con cientos de hombres trabajando a pico y pala y reatas de burros que llevaban el alquitrán en las alforjas. Uno de Puente de Alba tuvo el primer coche que circuló por aquí. Era un Hispano Suiza que iba a 20 Kms/hora. Cuando estaba a un kilómetro los niños, que estaban jugando en la carretera, corrían a esconderse detrás de una tapia. Las lecheras de Peredilla, que bajaban todos los días a vender la leche en la Robla, en Carnaval ponían pantalón, chaqueta y sobrero a los burros.

El viejo molino de Puente de Alba perteneció a un contratista vasco que vino a trabajar cuando se construyó el ferrocarril. Es el que hizo los muros de la vía del tren entre León y Asturias. Esta fue la línea más costosa de toda la red ferroviaria española. Tardaron más de veinte años en enlazar las dos vías que avanzaban desde León y Oviedo hacia Pajares. Una tormenta de verano provocó un derrumbe en la Peña del Asno que tapó la vía. Un empleado del ferrocarril, que era de Puente de Alba, se dio cuenta, fue hasta las Ventas para hacer señales con un capote rojo y consiguió parar el Rápido a tiempo.

Si observamos el pueblo de Puente de Alba desde la vía del tren podemos ver uno de los pocos ejemplos que van quedando de «casamuros», una fortificación rural formada por los muros exteriores de las casas, que defendían el pueblo de lobos y bandidos.

La carretera nueva ha desviado todo el tráfico, y en la carretera antigua han vuelto a jugar los niños como hace ochenta años.

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