Diario de León
León

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Por primera vez en los cinco días que llevo en Leópolis pude ir al centro, después de tres jornadas intensísimas en la estación central de tren. Está en una plaza enorme, totalmente tomada por los millares de personas que intentan huir del país.

Leópolis es una ciudad preciosa. Es la capital cultural de Ucrania, y eso se nota nos sus edificios y teatros al estilo centroeuropeo. Sus calles podrían compararse con Viena o Budapest. Pero es Leópolis y estamos en guerra. A pesar de que mucha gente ya marchó, como la mujer y el hijo de Román, un amigo que hicimos que vivió en Pamplona y Canarias y que nos hace las veces de traductor, aún quedan en la ciudad muchas mujeres y niños. Román dice que él está más tranquilo así, teniendo la familia en Polonia. Está esperando que lo llamen del ejército. «Cojo un arma y donde me manden», me dice con esa calma tan característica de la gente de aquí.

En el centro de Leópolis hay vida. A escaso kilómetro y medio del drama que es la estación de tren, y a ocho de la de autocares, que está en las afueras, la gente parece querer darle las espaldas al éxodo que vive la ciudad, el país. Como dejarlo en esos puntos concretos, pero que no se note en el resto de la ciudad. Aquí hay muchos comercios cerrados, no así las tiendas esenciales: alimentación, farmacias y de mascotas, telefonía..

Bien es cierto que cada día las estanterías están más vacías. Hoy me fue imposible encontrar Betadine u otro desinfectante similar. No es que lo precisara para nada en concreto, pero mis compañeros y yo queremos tener en el piso un botiquín mínimo, por lo que pueda pasar. Y viendo que las filas de las farmacias son tan largas quisimos prevenir. Fue imposible.

Bares y restaurantes están abiertos. Quisimos darnos un capricho, y ya que estábamos en el centro fuimos a un restaurante que tenía muy buenas pintas. En la Mangal Smoked BBQ. A ver si me explico. No es un lugar de estrella Michelin, pero es que hace días que lo único que comemos son chocolatinas y salchichas. El lugar estaba lleno, pero había una mesa esperándonos. Triunfamos.

La sopa de queso nos supo a gloria. Luego los tres pedimos Brisket, un corte del pecho de la ternera. Delicioso. El público del lugar es mayoritariamente gente nueva. En la mesa de atrás de mí estaba una pareja con su hijo. Ella lleva un perro en el regazo. Cuando rematan de comer, piden un trocito de tarta. Es el aniversario del perro. Tres años, lo sabemos por las velas.

No me atrevía a escribir esta historia, tengo que ser sincero. Me costaba aceptar ese contraste en tan poco espacio de tiempo y lugar. Pero yo no soy nadie para juzgar. Sólo cuento lo que veo, y aprovecho la foto que les tiró Jesús, nuestro operador de satélite, para decirme a mí incluso que sí, que aún no se me fue la cabeza.

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