Diario de León

Muerte y hambre en Mariúpol: Putin ya tiene su gueto de Varsovia

El puerto del mar Azov se convierte en símbolo del horror de la guerra, de la resistencia ucraniana y de la sinrazón rusa

Una familia intenta salir de la ciudad ucraniana de Bucha, cercada por los rusos. ROMAN PILPEY

Una familia intenta salir de la ciudad ucraniana de Bucha, cercada por los rusos. ROMAN PILPEY

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Para el mundo occidental Mariúpol era una ciudad desconocida hasta el 25 de febrero. Ese día Rusia inicio una campaña de bombardeos constantes que atraparon a cientos de miles de personas en sótanos o refugios. Desde entonces el horror no ha dejado de crecer. Un escalón más de inhumanidad cada jornada. No, cada hora. Ataques indiscriminados, francotiradores que encontraban un blanco fácil en ancianos que buscan comida, niños que quedan huérfanos o convierten a sus padres en cadáveres vivientes tras perderlos, edificios residenciales centrados en los puntos de mira de tanques e infantería... Un apocalipsis inasumible por las mentes sanas.

Pero, desgraciadamente, algo que se veía asimismo en otros escenarios de la geografía ucraniana desde que comenzó la invasión rusa y que ya se considera parte de la ‘normalidad’ de la guerra. La denuncia del ataque a una maternidad y hospital infantil hizo girar el objetivo y ver por fin la realidad en toda su crudeza. Era el tercer centro sanitario de Mariúpol convertido en escombros, pero el primero que generó un movimiento de indignación alrededor del mundo. Un «crimen de guerra», según denunció al resto del planeta el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski.

Lo pudimos comprobar este domingo cuando el humo de los misiles y el polvo de los escombros permitieron atisbar la verdad. Tres personas, incluido un niño, murieron y otras diecisiete resultaron heridas, algunas de los cuales eran mujeres embarazadas. Hasta el propio Kremlin, que el miércoles negaba cualquier implicación y hablaba que se trataba de una escenificación con la participación de actrices, se vio obligado a admitir la autoría. Eso sí, la justificó en el hecho de que el edificio se había convertido en el centro de donde nacían los ataques radicales contra sus tropas. Nada cambia. Los 400.000 habitantes de Mariúpol cada minuto están en riesgo de perder sus vidas. La tregua temporal anunciada el sábado por Moscú para permitir la evacuación de civiles a través de corredores humanitarios nunca llegó a ser efectiva. Los disparos lo evidencian de forma repetida.

¿Por qué Mariúpol? Simplemente porque en el mapa que los hipercondecorados generales rusos mostraron a Vladímir Putin para explicar sus tácticas esta urbe estaba rodeada por un círculo rojo. Su puerto frente al mar de Azov es un objetivo estratégico clave. Capturarlo podría posibilitar la confluencia entre las fuerzas rebeldes de las regiones separatistas del Donbass y las tropas desplegadas con anterioridad en Crimea, la península del sur que Rusia se anexionó en 2014. Su conquista puede dar un giro a la contienda.

El Estado Mayor del antiguo Ejército Rojo considera que el sur es vital en la invasión y ha sitiado ciudades de esa franja como Mariúpol, Markov, Nikolas y la ansiada Odesa para poder cortar el acceso de Ucrania al mar, lo que infligiría un enorme daño económico. Desde Odesa, uno de los primeros focos de la rebelión contra la tiranía de los zares y ‘ensayo general’ para la revolución de 1917, como refleja la histórica película ‘El acorazado Potemkin’, Moldavia estaría al alcance y con ello la constitución del cinturón que enlazaría con Transnistria -el otro enclave prorruso de la región-, con el que Putin sueña.

Táctica fallida

No obstante, la táctica terrestre se ha demostrado fallida y durante los últimos días se recurre a bombardeos aéreos indiscriminados amparados en la impunidad que otorga la inexistencia de una aviación ucraniana. Este cambio estratégico apoyado en el horror se ceba, sobre todo, con la población civil, no solo víctima de los obuses sino también de la falta de agua, electricidad, calefacción y comida tras la destrucción de las infraestructuras vitales por parte de los rusos, que también impiden los abastecimientos, como denuncia su alcalde, Vadim Boishenko. Todas las comunicaciones llevan cortadas prácticamente desde el comienzo de esta semana, lo que imposibilita que los ciudadanos interactúen.

La población de Mariúpol —por cierto rusoparlante— también se enfrenta a una crisis de salubridad porque son numerosos los cadáveres que se deterioran en sus calles sin que nadie se atreva a recogerlos. Además, los cementerios se encuentran fuera del casco urbano, en la periferia, un territorio que ocupan los invasores. Por ello, ayer comenzaron a registrarse los primeros enterramientos en fosas comunes abiertas en parques y solares. «Somos muy valientes y seguiremos defendiendo la ciudad. El estilo de las tropas rusas es como el de los piratas: no luchan, simplemente destruyen distritos enteros, cueste lo que cueste», manifestó ayer impotente el vicealcalde de Mariúpol, Sergei Orlov.

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