Diario de León

Atención al ciudadano

Esos ángeles que esconden sus alas

■  Casi la mitad de las intervenciones del Grupo de Atención al Ciudadano de la Policía Nacional en León son humanitarias ■  Pasan inadvertidas a la población pero suponen un servicio fundamental

Cristian, Fran, Hernestina, Fran y Elena se reencuentran medio año después de la intervención. MIGUEL F.B.

Cristian, Fran, Hernestina, Fran y Elena se reencuentran medio año después de la intervención. MIGUEL F.B.

León

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El reencuentro parece un poco frío en principio. Luego, al calor de la conversación, fluye el sentimiento de agradecimiento y en pocos minutos Hernestina termina por fundirse en un abrazo cariñoso con sus salvadores. Todo tiene su explicación: «Yo no los conocía, cuando desperté estaba en el Hospital. No los había vuelto a ver».

Cristian, Francisco, Fran y Elena forman parte del Grupo de Atención al Ciudadano. Fueron requeridos el 9 de febrero pasado en la zona centro de León. Una hija no tenía noticias de su madre desde la noche anterior y en casa no contestaba. Cuando los agentes se personaron en la casa, sólo se escuchaba el llanto de un bebé de dos años. Era su nieto. Había pasado la noche al lado de su abuela, tendida en el suelo, víctima de un shock hipoglucémico. «Nos ponía las manitas en la puerta para que no entráramos, quería defender a su abuela», recuerdan los agentes.

Increíble

Hernestina sufrió un shock; su nieto de dos años pasó la noche a su lado hasta que llegó la Policía

Episodios de estas características componen el día a día de la labor que se desarrolla por parte de la brigada especializada en la atención a la ciudadanía. Un anciano que se ha quedado encerrado en casa y no puede salir. Una mujer de avanzada edad que se ha caído y no es capaz de avisar a los servicios de emergencias.

Distintivo del GAC. MIGUEL F.B.

Distintivo del GAC. MIGUEL F.B.

En Comisaría se recuerda con especial cariño el caso de la señora a la que le saltaron los plomos y no era capaz de recuperar el servicio eléctrico: «Fue como que le hubieran salvado la vida y simplemente se trató de apretar un botón, pero para ella fue como entrar en el cielo». Y desgraciadamente, los intentos de suicidio que están a la orden del día. Con todos estos ingredientes se cocina el menú que cada día degustan los integrantes de esta especialidad de la Comisaría del Cuerpo Nacional de Policía, que en León dirige Miguel Ángel del Diego.

Reconocer por una pulsera

Las personas desorientadas también conforma un grupo notable de intervenciones del GAC. Hay que identificarlos por sus medallas, sus pulseras o incluso la ropa. La sala del 091, el Cimacc o incluso el Hospital son la solución a través de sus bases de datos.

Cuando llega una persona que se hace responsable de ellos, respiran. «No esperas que la gente te lo agradezca, simplemente lo haces porque es tu trabajo sin más y porque tienes una vocación de servicio al ciudadano», explican. Pocas veces reciben llamadas de agradecimiento, reconocen un tanto apesadumbrados. Pero hay quien rompe la norma. «Tenemos una señora que, por costumbre, trae una caja de bombones», dicen. Y se les ilumina la cara. «Nos basta con que la gente se dé cuenta de que estamos a su servicio y que no nos pasamos el día tomando café», protestan de forma solapada.

Destinatarios

Ancianos atrapados en sus domicilios o personas desorientadas son el pan nuestro de cada día

Hernestina les escucha absorta. Ha accedido a contar su vivencia en público. La mañana antes de elaborar este reportaje, dos personas que habían comprometido una cita para explicar las suyas, se echan atrás y declinan la invitación. Hay tragos que no siempre gusta rememorar. Plantearse la posibilidad de acabar con la propia vida no es vivencia que apetezca compartir, tiene lógica. El otro caso era el de un anciano de movilidad reducida que se quedó imposibilitado para desplazarse. «Dice que hoy no tiene el día para los paparazzis». Nunca se valorará suficientemente el daño que Sálvame ha hecho en este país.

Riesgos

«En pleno confinamiento hicimos reanimación a una persona cara a cara... y no teníamos mascarilla»

«Tiramos la puerta porque la ambulancia nos dijo que iba a tardar y no queríamos esperar a que llegaran los bomberos», relatan los policías ante la víctima. Ella apareció tendida en el suelo. «Comprobamos las constantes vitales, que ya eran muy débiles, la colocamos en posición lateral de seguridad y comenzamos la maniobra», cuentan con un relato intenso.

Más prisas. «Mi novia es enfermera», declara Fran. «Lo normal es que esté trabajando y no me coja el teléfono, pero tuve suerte. La llamé y le expliqué la situación y nos fue guiando». Un glucómetro evidenció que los niveles eran críticos. «Le dije a mi compañero que preparase una papilla de agua con azúcar. Todo en plan casero y muy rápido. Buscamos el Glucamón (un medicamento que contrarresta estas patologías) pero no estaba. Y no podíamos darle nada sólido, porque se podía atragantar». Así que Cristian cogió medio kilo de azúcar. lo disolvió en agua «usando una copa de balón, por cierto, porque el estilo no se puede perder nunca», bromea y se puso a la tarea. Cuando la solución estuvo lista, se le administró. Santo remedio. La víctima recobró el tono y pudo ser trasladada a Urgencias.

Agradecimiento

Una ciudadana lleva a Comisaría todos los años una caja de bombones: «No nos dice por qué»

«Tuvimos la suerte de que éramos suficiente gente y nos pudimos compenetrar», asegura el grupo. Andan todos en torno a los 30 años y desbordan entusiasmo. Hay profesiones en las que la vocación no tiene epígrafe en la nómina. «Teníamos una compañera en prácticas que se dedicó a atender al bebé».

«Tratamos de hacer el menor daño posible, pero hubo que tirar la puerta», refieren. «Tenía un sistema de seguridad que tienen las puertas antiguas y que impide usar el método de la radiografía para abrir». Más de la mitad de los casos que tratan son de carácter humanitario. «Somos los primeros en llegar porque estamos en la calle, estamos antes que los bomberos y que las ambulancias, la mayor parte de las veces».

A veces el final no es tan feliz. Lo recuerdan Elena y Cristian. «En pleno confinamiento tuvimos el aviso de un señor que se había quedado atrapado en el baño y no podía salir. Hicimos maniobras de reanimación durante una hora pero murió al día siguiente en el Hospital. Tuve que quitarme todo para entrar y para rescatarlo tuvimos que romper incluso alguna parte del cuerpo, porque no había forma de sacarlo de cómo había quedado encajado. Le rompimos las costillas en el masaje cardíaco (hay quien sostiene que es una maniobra que no está hecha adecuadamente si no se fracturan esos huesos) y lo recuperamos pero falleció al día siguiente».

En Gran Vía de San Marcos se produjo otra intervención destacada. «Había un señor mayor del que no se tenían noticias desde hacía tres días. Cuando llegamos a aquella casa, es de imaginar la situación que nos encontramos».

Los incendios. La madre del cordero. Son situaciones de especial riesgo. Los bomberos están adiestrados. Los policías, menos. «En Doctor Fléming sacamos a unos señores de un tercero sin esperar a que vinieran los bomberos. En todas las intervenciones aprendes algo. No debes correr riesgos extremos, pero cuando aprietan la circunstancias, a veces actúas por impulso», reconocen. «La intuición es buena consejera». En Fernández Ladreda la primera víctima era especial: «No veíamos a un metro los unos de los otros, porque nos cegaba el humo, pero fuimos directos a por un pobre perro y lo recuperamos casi palpando. Dicen los bomberos que lo que te mata no es el fuego, sino el humo. Y es verdad».

«¡¡¡Tú estuviste en mi casa y salvaste a mi suegro!!!», le espetó a Elena un ciudadano por la calle de forma espontánea. Son casualidades de la vida. «No llevábamos mascarilla, fue en pleno coronavirus», recuerda Cristian, «nos escupió enteros en las maniobras de reanimación y terminamos empapados de sangre y saliva en la cara, porque es lo normal en estos casos. Luego llegas a casa y te das cuenta del riesgo que has corrido, pero te sale de dentro y la única solución que hay ya después de haberlo hecho es rezar para que no te hayas contagiado».

La pandemia les deja a todos el regusto de la cercanía con el ciudadano. «Puedes hacer diez actuaciones y que nueve te salgan bien, que al final siempre tendrás clavada la otra. Cuando salíamos a las ocho de la tarde y la gente nos aplaudía, nos dábamos cuenta de eso. Pero luego a menudo se les olvida».

A veces llegan cartas. Las más, no se vuelve a saber más de los atendidos. Tampoco es el fin último. «Otro trabajo bien hecho», es el lema que se usa en este turno. Se ha adoptado como coletilla. «Ahora nos despedimos con esa frase siempre», bromean con gracia. Sea por muchos trabajos bien hechos...

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