Diario de León

León pierde un motor empresarial

Muere a los 91 años el empresario Antonio Vázquez Fernández, fundador de la mítica empresa Piva.

Antonio Vázquez Fernández en su última aparición pública, el 24 de mayo, en la entrega de la Medalla de Oro de la Provincia a título póstumo a su hijo Antonio Vázquez Cardeñosa.

Antonio Vázquez Fernández en su última aparición pública, el 24 de mayo, en la entrega de la Medalla de Oro de la Provincia a título póstumo a su hijo Antonio Vázquez Cardeñosa.

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susana vergara pedreira | león
León

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Creía, sobre todo, en la voluntad. Todo en su vida giró en torno al esfuerzo, el tesón y el trabajo. Y en esa fe se mantuvo hasta el final. Antonio Váquez Fernández, fundador de la mítica empresa de motores Piva, falleció en la madrugada del miércoles en el Hospital de León. Tenía 91 años.

Emprendedor y audaz, ha sido una referencia empresarial en León, quizá el empresario emblemático de los últimos 70 años en la provincia. Enérgico y brillante, analítico y vital, poseía un don innato imprescindible para el crecimiento de las empresas: la anticipación. Eso que llaman olfato para los negocios, que en realidad es la capacidad de analizar y tomar decisiones acertadas en el momento oportuno.

Levantó un imperio empresarial de la nada. Fundó la empresa Piva y, de la mano de su hijo, el también empresario Antonio Vázquez Cardeñosa, fallecido en el 2011 a los 56 años, ramificó en los años 90 la actividad empresarial familiar y entró en los medios de comunicación, la promoción urbanística, la restauración y hostelería, la viticultura y el mundo de la automoción. Entre 1989 y 1997 fue presidente del Diario de León, cargo que delegó en su hijo hasta el 2003, cuando la familia Vázquez abandona definitivamente el accionariado del periódico.

Nunca temió a las dificultades. Al contrario. Tal vez porque su aventura empresarial arrancó en un país devastado por la Guerra Civil.

«Yo no había visto un tornillo en mi vida. Yo sabía mucho de sobrevivir pero de tornillos, ni idea», le gustaba contar. «Yo era un oficinista, un contable, un hombre que luchaba por sacar adelante a mi familia, a mi madre viuda y a mi hermana, por abrirme camino en un país arrasado por la guerra».

Empezó echando cuentas con 15 años en Aguas de León, sumando los recibos de la empresa en una máquina electrónica americana. La muerte en accidente de su padre, ferroviario, le cambia la vida para siempre. Se convierte en el cabeza de familia. Para mantener a su madre y su hermana, logra un empleo en el Instituto Nacional de Previsión. Antes de que acabe la guerra, conoce a un mecánico alemán llegado a la base de La Virgen del Camino con la Legión Cóndor, Heinrich Pitschel Haberkorn. De él, de Enrique Pitschel, aprendería todos los secretos de la mecánica para construir sus famosos motores Piva y de él tomó, también, el nombre de su empresa, Pitschel-Vázquez.

Tuvo que esperar a 1946 para empezar la fabricación en un local de la calle Relojero Losada. Fue el regreso de Pitschel a León. Represaliado por el régimen de Hitler por su oposición al nazismo, fue enviado a un batallón de castigo al cerco de Stalingrado. Sobrevivió y regresó a León para cumplir su promesa: casarse con su novia. Era la hermana de Antonio Vázquez.

Piva Motor, la sociedad creada por los dos cuñados, se convierte en una gran factoría. Primero en el número 3 de la Carretera de San Andrés y luego en la Carretera de Madrid, donde Antonio Vázquez levanta la fábrica ya en solitario. No fueron ajenos a sus éxitos sus contactos políticos con ministros de Franco.

Un éxito que iba más allá de lo estrictamente profesional. Su porte, su estilo británico que no abandonó hasta el final de sus días, era admirado en aquel León de paseos por Ordoño, las mujeres por una acera y los hombres por la de enfrente, y en casa antes de que el reloj de Santo Domingo diera las 10.

Piva fue el motor de su vida. Tanto, que hasta estuvo a punto de cambiar su apellido por el de su empresa y aceptó de buen agrado que se le llamara Antonio Piva, nombre del que nunca renegó. Con sus motores, acabó con las norias que surcaban todos los campos españoles. Fue un pionero que cambió para siempre la forma de trabajar en la agricultura del país.

Pasó su vida entre la fábrica de motores y maquinaria agrícola y su casa. Nunca se le conoció más afición que el trabajo y su familia, en los que se volcó.

Adoraba a su esposa, Mari Cardeñosa, con la que recorrió todos los pueblos de la provincia enseñando a los agricultores a manejar los motores Piva. Ella fue el otro motor de su vida. Ella y su hijo Antonio. Y ahora, sus nietos. Encontró apoyo y comprensión en su nuera, Mamen Muñoz-Calero.

Tenía una personalidad arrolladora y una voluntad de hierro. Activo, dinámico, fuerte, le gustaba controlarlo todo. Tal vez por eso tenía una gran cristalera en sus fábricas desde la que observar la producción. Tal vez por eso se rodeó de un pequeñísimo círculo de consejeros, entre ellos el abogado leonés Sergio Cancelo, que ha permanecido ligado a su familia desde hace décadas.

Amante del arte, fue mecenas. Protegió de avatares políticos y persecuciones a grandes artistas, entre ellos a sus dos grandes amigos, Victoriano Crémer y Vela-Zanetti. No se doblegó nunca a los vaivenes políticos y jamás condicionó su amistad a ninguna ideología, tal vez por eso gozó de la amistad del premio Nobel Severo Ochoa, entre otras grandes personalidades.

Le gustaba recordar el nombre del primer agente comercial de su fábrica, Leopoldo Soto, y el del primer agricultor que le compró un motor, Mateo Cuesta, de Veguellina.

Distinguido por el Consejo de Ministros con la Medalla de Plata del Mérito al Trabajo, fue Medalla de Oro de la Ciudad de León y Leonés del Año, entre otros méritos y distinciones.

El golpe más duro de su vida lo recibió hace año y medio. Dicen que el dolor le impidió asimilar la muerte de su hijo. Debería haberlo dejado al frente del legado familiar pero ha tenido que hacerlo en su nieto, Antonio Vázquez Muñoz-Calero.

Tuvo León siempre como guía. Con él desaparece una estirpe de empresarios.

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