Diario de León

Un lugar para aprender

La maestra de las generaciones de Cimanes del Tejar

‘La escuela de nuestras vidas’ es una exposición que rinde homenaje a las alumnas y a su profesora, doña Salvadora Valcarce, y muestra los trabajos realizados en el colegio y fotografías de los años 30

‘El Adelanto’ es una publicación que hacían cada 15 días. RAMIRO

‘El Adelanto’ es una publicación que hacían cada 15 días. RAMIRO

Publicado por
Ángela Ordás
León

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Un lugareño del siglo XXI camina por las calles de Cimanes del Tejar y divisa una torre en el centro de su casco. Contempla la iglesia, algo llama su atención, entonces se adentra al lugar y encuentra un salón parroquial lleno de emoción y nostalgia. No puede creer lo que encuentra dentro, un pedacito de lo que fue la escuela de doña Salvadora Valcarce y tal vez, de lo que fue la infancia de tres o cuatro generaciones del pueblo.

Inocente, el viajero piensa que las telas que acompañan la exposición son un fondo para los cuadernos con dibujos del 39 o del costurero que ocupa casi una pared de la habitación. En cambio, la voz de Josefa Díaz, una de las alumnas de la escuela reivindica su autoría. «Estas sábanas las bordé todas a mano, también está expuesto mi costurero y el cuento que hice de Caperucita Roja».

Pilar Cancedo y Josefa Díaz, antiguas alumnas de la escuela del pueblo. RAMIRO

La enseñanza de los años treinta difiere mucho de la actual y según Pilar Cancedo la alumna que siguió los pasos de Valcarce, «soy profesora y recuperaría todas las asignaturas ya que era una educación muy completa y formaba a las personas integramente. Ahora tenemos las nuevas tecnologías, pero es que antes sin esos medios, se conseguía más. Lo que se necesita es que te enseñen a seguir adelante». Quizás antaño fuese una educación menos fría y más humana.

Con lágrimas en los ojos, Josefa recuerda que «yo estaba siempre con la maestra en la mesa, cuando había que hacer alguna labor me decía ven conmigo».

Salvadora era una maestra que se sobrepuso a las adversidades dando clases sin calefacción, con la cristalera rota y en un reducido espacio a más de 50 niñas de entre 6 y 14 años. Por sus pupitres pasaron 220 alumnas o mejor dicho, familias enteras, abuelas, hijas y nietas. Se desvivía por ellas y les colmaba de cariño y oportunidades.

En el año 1955 le propusieron dar clase en Hispanoamérica pero no se atrevió a cruzar el charco porque «era muy tímida profesionalmente». Cuenta José Manuel, su hijo y también alumno, que «la consideraban una gran especialista en escuelas unitarias y le valió el reconocimiento de la Cruz de Alfonso X el Sabio».

Nieto de maestros, explica que su madre no tuvo dificultades para dedicarse a lo que ella más le gustaba, enseñar. Se jubiló con 70 años. «Cuando se retiró me pidió que escribiese al Defensor del Pueblo para ver si podía seguir enseñando porque estaba haciendo lo que más le gustaba y encima, le pagaban. .Además estaba empeñada en que las alumnas fuesen buenas amas de casa y por eso, les enseñaba las labores básicas del hogar» y agrega Pilar, «aprendíamos eso, pero a la que valía le enseñaba a seguir adelante».

«Yo sin ella no sería nada». A pesar de que Josefa fue una estudiante ejemplar no pudo acceder a una educación superior porque no tenía dinero suficiente para costearse los estudios. Ella nunca renunció a su formación y a sus 80 años está en la escuela de adultos de la localidad.

«Ella dio mucho y recibió lo mismo porque el pueblo de Cimanes es muy exigente, pero también muy agradecido». sentenció su hijo. Un aplauso inundó el salón en memoria de una mujer que fue el vivo significado de la palabra vocación.

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