Diario de León

«Con la concentración parcelaria no quedaría ninguna cepa vieja»

La familia Amigo, de Bodega Luzdivina Amigo, posa durante la última vendimia.

La familia Amigo, de Bodega Luzdivina Amigo, posa durante la última vendimia.

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En el paraje de Los Carrascales, entre Otero de Toral y Parandones, resistía a mediados de la década de 1930 una de las últimas viñas de la zona. Todavía faltaban más de diez años para que los portainjertos americanos comenzaran a plantarse de forma masiva en el Bierzo, con el impulso de las primeras cooperativas, y una viña inmune a la filoxera como la de la familia Amigo, -" dueños hoy de la bodega Luzdivina Amigo y sin parentesco con los bodegueros de Madai-" era algo excepcional.

«Era la única viña que quedaban en Parandones y como a la gente le faltaba de todo, cuando llegaba la vendimia y pasaban por el camino alargaban la mano para llevarse algún racimo», cuenta Miguel Ángel Amigo. La parcela se quedaba sin uvas y el abuelo de Miguel Ángel, siendo un niño, tenía que pasarse horas ante las cepas para evitar que llegara la vendimia y no hubiera nada que recolectar. Víctor Amigo, que ha fallecido recientemente, se lo contaba a sus nietos para recordar unos años, casi medio siglo después del brote de filoxera, en los que el Bierzo apenas producía vino.

Después de la Guerra Civil, la replantación con los portainjertos Rupestris de Lot , primero y Ritcher 110, más vigoroso, después, aumentó considerablemente con la actividad de las cooperativas vinícolas. «Después de la guerra hacían falta organismos como las cooperativas que creyesen en el sector», cuenta Rubén García, director técnico del Consejo Regulador de la D.O. entre 1998 y 2005.

Los Amigo seguían teniendo sus viñedos viejos. Y como ellos, decenas de viticultores, pequeños propietarios, y casi siempre en lugares protegidos de Toral de los Vados, Arganza o Cacabelos, con islas de suelo más arenoso. Miguel Ángel Amigo, que no descarta sacar un vino prefiloxérico al mercado en un futuro -cuenta con unos mil metros cuadrados de cepas antiguas, calcula-, tiene su propia teoría sobre la razón por la que determinadas viñas sobrevivieron a la plaga. Sus vides más viejas, anteriores a la catástrofe, se mantienen en las zonas más alta de una ladera y en eso coincide con los Amigo de Madai. «Están en un terreno de suelo más arenoso, cerca de castaños y allí nunca hiela. La ventilación, que impide que entre la helada, también impide que entren otras enfermedades», dice. Y afirma convencido que «el aire es el mejor producto químico». El bodeguero de Luzdivina Amigo no tiene ninguna duda de que sus bisabuelos elegían bien el lugar donde cultivaban la uva. «Antes no plantaban en cualquier parte. La naturaleza es sabia y siempre te pone en su sitio».

Y lo excepcional del Bierzo es que nadie ha arrancado esas islas de cepas viejas, como sí ha sucedido con otras zonas vinícolas como La Rioja, con grandes «manchas» de terreno que se salvaron en la filoxera, pero que apenas han llegado a nuestros días, explica Luis Vicente Elías, de Bodega R. López Heredia. La clave está, afirma Miguel Ángel Amigo -y le respalda Gregory Pérez, otro bodeguero que recupera una viña centenaria en Espanillo (Arganza)- en que en el Bierzo nunca hubo una concentración parcelaria.

«Si hubiese habido una concentración parcelaria, no quedaría ninguna cepa de más de cien años en el Bierzo», afirma el bodeguero de Luzdivina Amigo. Y no ha habido concentración porque a la gente le cuesta desprenderse de la tierra. Ha sido su sustento. «La viticultura en el Bierzo siempre ha sido un complemento de la economía familiar. En mi casa no éramos profesionales. Teníamos viñedo, pero también centeno, garbanzo y se engordaban cerdos para la matanza», recuerda.

El cuento del vino

«La concentración parcelaria es muy buena en general porque agrupa las parcelas, pero en el vino, favorece el arranque de cepas y por eso estoy en contra», argumenta Gregory Pérez, padre del vino Mengoba.

Pérez, sin embargo, no tiene intención de buscar para sus vinos la etiqueta de prefiloxérico, que tanto gusta a determinados coleccionistas. «Lo del vino prefiloxérico es más cuento que otra cosa. Te va a dar lo mismo y va a tener la misma calidad que la viña tenga cincuenta años que cien», afirma tajante. «Es un elemento de marketing para un consumidor especializado», añade el enólogo Rubén García. Y ninguno de los dos están diciendo nada que no reconozcan en la Bodega Martínez Yebra, la primera que se han atrevido a seleccionar la uva de las cepas que vencieron a la plaga para sacar un vino nuevo.

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