Diario de León

JOSÉ MARÍA MARCILLA, ‘ARAMBURU’

El domador de decibelios

alquimista de la voz y la música, ha pulido cientos de conciertos y sometido el brío de muchas bandas, desde antonio vega a molotov. es el técnico de sonido del gran café, pero lo fue hasta de la pasarela cibeles

RAMIRO

RAMIRO

Publicado por
EMILIO GANCEDO
León

Creado:

Actualizado:

Mira! ¡Otro cable roto! Están ahí arriba tocando, dale que dale, y no se dan cuenta!». «Este terminal al que le falta una pieza lo rompió Antonio Vega, lo hemos dejado así en su honor». «Mira que le digo a la gente que no ponga abrigos aquí, que hay peligro, que hay una cosa que se llama electricidad, pues nada, oye». Este que habla y habla es Aramburu, o Buru, o Buri, el dueño y señor de una fortaleza hecha de cientos de intrincadas conexiones, animada metrópoli de botones, lucecitas y ecualizadores desde la que cada semana domeña formidables fuerzas, terribles serpientes de muchos voltios, moldeando los sonidos que salen, crudos, de las gargantas, las guitarras y las percusiones hasta convertirlos en pulidas piezas de arte sonoro.

Aramburu es el técnico de sonido del Gran Café —y lo fue de muchos grupos, y muchas orquestas, y diversas empresas—, y su estampa barbada y tenaz, siempre al timón de un navío llamado mesa de mezclas, ya es legendaria en conciertos de toda índole y concurrencia.

Buru, cuyo verdadero y prosaico nombre es José María Marcilla, nació en Almería en 1961 y de muy niño la familia marchó a Ciudad Real, Daimiel concretamente, donde viviría 20 años y donde comenzaría sus primeros pinitos guitarreros en grupos de folk de la tierra, verbigracia Madrigal. Al padre le dieron a elegir León o Córdoba para el puesto de Jefe Provincial del Ministerio de Agricultura, eligió el Norte y aquí desembarcaron. Buru, aunque entonces no se llamaba así, estudió hasta cuarto de Electrónica en el Politécnico mientras tocaba la guitarra y llevaba la iluminación de Caravana, banda leonesa del momento que cultivaba un folk melódico tipo Simon & Garfunkel.

El caso es que desde 1980, conocida la trastienda de los circuitos y de las resistencias, sabiendo soldar y recitando de memoria lo que es un decibelio («la presión sonora de un vatio a un metro»), decidió dedicarse por completo al mundo del sonido. Serían los años de La Fundación y del Platón, donde todos los grupos de rock de León (La Huella, Los Positivos, Piñón Fijo, Los Flechazos, Odessa, Deicidas...) pasaron por sus manos. Y el momento en que el bajista de Caravana, cuando el 23-F, escuchó aquel rotundo nombre del teniente general Aramburu Topete, vio a Marcilla con el tapete o cuadro de luces, le hizo gracia la comparación y lo bautizó para los restos. Ya no respondería a ningún otro nombre.

Molotov, Nacho Vegas, los Rebeldes, los Inhumanos, Ariel Rot, Javier Krahe, Gran Wyoming, Coz, Ñu... la lista es interminable. «Entre los que más me impresionaron, dos chinos muy callados, muy educados, pero que la armaron como si fueran cinco; se subieron por la barra... increíble. Luego, cuando acabaron, se despidieron igual de amables y ceremoniosos». Otra vez se vio inmerso en un evento que calificó de «lo más parecido al infierno que haya visto nunca». Fue en Cuenca de Campos (Valladolid), con un cartel apocalíptico integrado por Kortatu, La Polla Records, MCD, RIP... y un concierto que tuvo lugar... en una iglesia. «Las viejas del pueblo habían desaparecido y todo eran crestas, imperdibles, patadas, escupitajos... y yo en medio con el sonido. De repente apareció una cresta y debajo de ella un tipo de dos metros, se me puso al lado y, si alguno se acercaba, lo tiraba al suelo y lo pateaban entre veinte. Luego se levantaba como si nada y seguía bailando. Era incomprensible».

Buru ha vivido todo tipo de extremos, porque también vivió siete años en Madrid, poniendo sonido a fiestas privadas de la alta sociedad en Pozuelo y La Moraleja (casa de los Oriol incluida, y pasarela Cibeles), pero también poniendo pladur («había que hacer de todo»). Buru lleva diez años sin probar una gota de alcohol. «Yo era alcohólico, puedes ponerlo ahí». «Mucha gente lo es y no lo sabe o no lo reconoce, no se da cuenta de que es una adicción y de que se están machacando».

¿Qué es lo que más te preguntan en los conciertos, Aramburu? No duda la respuesta: «¿Cada botón hace una cosa? ¿Todos sirven para algo?».

tracking