Diario de León

Laurentino de Cabo, eltejedor ilustrado del Val

Val de San Lorenzo es el Olimpo leonés del arte textil, pero hoy en día son pocos los que viven de él: esta familia lo consigue

DANIEL

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EMILIO GANCEDO | texto
León

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En 1752 había 51 tejedores en el Val de San Lorenzo, pequeña localidad situada en plena comarca de Maragatos. Tras una Revolución Industrial que llegó tardía e incompleta, en 1920 habían ascendido a 112. En 1968 eran 82 los que se dedicaban a este oficio. En 1991 ya sólo eran 31. Hoy, en el 2004, son cinco. El mérito de estos artesanos es doble: en primer lugar, conseguir sobrevivir, vivir de este arte milenario en una economía globalizada que cada vez se lo pone más difícil. En segundo, seguir fieles a las técnicas tradicionales, al espíritu de siempre. Y uno de estos artesanos es Laurentino de Cabo Cordero, descendiente de una antigua saga de tejedores maragatos. De Cabo nos cuenta cómo es el proceso que va desde que los sacos de lana llegan a su casa hasta el momento en el que una gruesa y cálida manta de pura lana abriga al comprador por la noche: en primer lugar, Tino advierte que siempre emplea lana «del país», o sea, de la comarca o de todo León: oveja churra, merina leonesa o entrefina . Churras del páramo y de las riberas, merinas de la Montaña (excelentes las del pueblo de Maraña), y cada lana, adecuada para una pieza concreta; la dura y resistente lana de oveja churra es buena para alfombras, pero no para mantas, ya que «pica»; sin embargo, la merina, casi como seda, es idónea para la elaboración de mantas. La lana llega «sucia» y se lava en un amplia cubeta especial, dejándola secar a continuación. Dice Laurentino de Cabo que lo que él con las piezas que elabora es, simplemente, «imitar la naturaleza»: «Si te fijas en una oveja, por ejemplo, una entrefina -comenta-, verás que tiene una capa interior, mullida y suave contra el frío, y una exterior de lana dura y basta que la protege de la lluvia y las agresiones externas». Esas dos capas también están presentes en sus «creaciones». De Cabo, que es un tejedor ilustrado, sabe bien que la lana es el mejor de los aislantes: «Si observas un hilo de lana al microscopio verás que es un tubo hueco». «La industria textil -continúa- lleva años buscando un material sintético que sustituya a la lana, sin conseguirlo». «La lana nunca sobra pese a los cambios de temperatura, es ignífuga, abriga incluso mojada y preserva a la vez del frío y de la humedad». Además, asegura que la lana de merino leonés «es la segunda mejor lana del mundo». Pero continuemos con el proceso: el lavado sirve para «desengrasar» la lana, aunque Tino permite que permanezca una parte de ese recubrimiento natural que sirve de protección. Por otro lado, la lana s emidesengrasada , comenta, «es típica del Val de San Lorenzo, ya que le da duración y vida». Una vez lavada, la lana pasará por una sucesión de máquinas, la mayoría asombrosamente antiguas, de principios de siglo. «Son las mejores que se han inventado nunca», dice, a propósito de este verdadero «museo» del arte textil. La lana -si tiene color, se tiñe previamente en una especie de caldera, donde se la pone a hervir durante una hora- pasará por diferentes máquinas cuyo objetivo es cardarla y reducirla a hilo: el diablo la hace vedijas, después pasa por los abridores , una serie de rodillos con púas duras y gruesas, progresivamente más finas y numerosas; es la carda emborradora , a la que sigue después la carda repasadora , que produce una especie de «velo» de lana que se va enrollando en una especie de gran cilindro provisto de báscula que sirve para medir el grosor del hilo que se necesita, de acuerdo con las necesidades del tejedor. De la carda continua sale un material más fino y espeso, del que surgirá el hilo propiamente dicho. Tino nos informa de que lo hace que el hilo sea consistente y se pueda trabajar con él es su trenzado: una mecha de lana se puede romper fácilmente, pero en cuanto se retuerce un poco ya es realmente difícil. La torcedora es la máquina que se encarga de esta tarea. En diez horas puede crear hasta unos 80 kilos de hilo. Aún resta un proceso intermedio: el de crear la base de hilos que irá en el telar. De ello se encarga el urdidor , una compleja máquina de la que surge una «faja» de hilos de una medida determinada según el tipo de pieza que se va a elaborar. El buérgano pliega en bloque (también se llama «plegador») la cantidad que se va de tejer, cantidad que después se inserta en varias canillas con objeto de insertarlas en las lanzaderas . «Tejer -comenta Tino- es la parte más fácil de todo el proceso». Para tejer una manta estándar emplea unas dos horas y media con unos veteranos telares (uno de ellos data de 1786 y emplea el antiquísimo sistema de tarjetas perforadas) que mantiene en perfectas condiciones de uso; ayudados modernamente, claro está, por la energía eléctrica. La última fase consiste en abatanar la pieza en el batán , antaño especie de molino a la orilla del río (como se ve en el Batán Museo del Val), y hoy ya modernizado. La percha que quita el pelo a la pieza es el último proceso. Además de mantas, Tino hace calcetines, alfombras, calcetines y tela de sayal para regionales.

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