Diario de León

Las montañas leonesas se quedan sin pastos

Hace tres meses que los rebaños del conde de Campo Espino se encuentran pastoreando por las montañas de Babia, pero José Álvarez, su mayoral, no cree que esa escena se repita por mucho tiempo

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Publicado por
TANIA GRAJAL | texto
León

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Hace tres meses que los rebaños del Conde de Campo Espino se encuentran pastoreando por las montañas de León, concretamente en la la fascinante región de Babia. Quizás sea por sus abundantes aguas o sus verdes praderas. Por sus 1.300 metros de altitud, que hacen de sus tierras un lugar idóneo para alimentar los mimados ganados durante los meses más calientes del año. O quizás sea todo ello lo que hace de Babia el lugar elegido para la cría de ganado en el tiempo estival. La trashumancia ha llegado a nuestros tiempos con menos cabañas ganaderas, término que podríamos asemejar a lo que hoy se conoce como empresa. Y por supuesto con unos efectivos más mermados. El rebaño de esta cabaña que queda ahora pastoreando entre las aceitunadas montañas de Babia, cuenta con 1.100 ovejas las cuales son parte de una ganadería que antiguemente contaba con 14.000 ovejas en el mismo rebaño. Además esta cabaña cuenta con otra piara que ya está en Extremadura. En Torre de Babia, una de las principales zonas montañosas elegidas para la trashumancia ha nacido el representante de la cabaña del Conde de Campo Espino, José Álvarez Pozal, aunque el término correcto es el de Mayoral, el máximo responsable del pastoreo y de las ovejas de una cabaña.. Nació en la misma finca donde ahora mismo, de forma provisional, se atienden a las ovejas para ser vacunadas de la ya temida lengua azul. Lo que antes fue un hogar para un futuro pastor dentro, de muy poco será lugar de retiro para un prestigioso banquero. No es una cuestión aparte, o un dato demográfico del protagonista ni mucho menos. Es tristemente la realidad. Ahora en las grises casas, con sombrero de pizarra, de nuestros pueblos más queridos, «ya no nacen pastores, agricultores, comerciantes o camareros. Ya no nace nadie, aquí hace años que no hay un bautizo» cuenta José quién expresa la tristeza que supone para un amante del pueblo como es él, la poca población de estos parajes. La continúa despoblación que sufren los pueblos más alejados del mundanal ruido de las capitales, y más concretamente la declarada Reserva de la Biosfera de Babia, hacen que la trashumancia se sienta como una novedad entre sus valles. Apesar de la anitgüedad de este oficio, cuyo origen se remonta al siglo XII, los pocos habitantes de estas poblaciones elegidas como destino por los trashumantes, se toman la estancia de los rebaños extremeños como una ráfaga de aire fresco que atempla la calurosa nostalgia en la que viven. Una actividad cuanto menos cautivadora, por el reconocido esfuerzo que merece dentro de la acomodada sociedad en la que vivímos. Y que decir de las personas encargadas de mantener una profesión que cada vez se encuentra con más dificultades en el camino. Los pocos pastores trashumantes han visto cómo compañeros de oficio han ido dejando paulatinamente las esmeraldas montañas y las tierras llanas de Extremadura. «Mantener y cuidar los pastos en las ricas fincas extremeñas no es difícil» dice José Álvarez. Especialmente en la finca Doña Catalina, cuya extensión ocupa mas de 4.500 hectáreas, nos asegura José. En la cuál los pastores tienen cercadas a sus ovejas en un perímetro de 150 km 2. Pero la cosa cambia cuando pasan de las tierras extremeñas a las montañas leonesas. En los altos montes donde los pastores eligen los mejores pastos para sus ovejas, no cuentan con ningún cercado, ni tampoco con agua corriente ni mucho menos luz directa. Las condiciones en la actualidad no tienen nada que ver con las vivídas por los antecesores, eso está claro. Ahora los móviles también han llegado a la montaña, facilitando así el trabajo y las comunicaciones de los pastores. Pero que estas circunstancias tampoco se ajustan a la realidad de los tiempos que corren, eso le queda más que claro al Mayoral. Cambios necesarios ¿Y porqué los pastores de la trashumancia, profesión centenaria, siguen viviendo y trabajando como lo hacian sus antecesores? Si fuese al contrario, es decir, si ellos también se beneficiaran de estos avances, entonces no se podría explicar porque se está extinguiendo esta maravillosa tradicción, cuya causa principal sin duda es la falta de personal que hay para arrullar a las propias merinas. Pero no es este el único problema que se presenta ante la pervivencia de la trashumancia. Ya en la segunda mitad del siglo XVIII se habla de declive de esta actividad por un progresivo descenso de los beneficios de las explotaciones ganaderas, situación que detallan en su libro Pastores y trashumancia en León los autores Manuel Rodríguez Pascual y Antonio Gómez Sal. El porque del debilitamiento de la actividad se debía al progresivo descenso de los beneficios de las explotaciones ganaderas, como consecuencia de los fuertes incrementos del precio de los pastos y los cereáles. Si eso ocurrió en el siglo XVIII la situación en el siglo XXI no es ni mucho menos diferente ni mejorable. En las montañas leonesas se encuentraban los últimos representantes de las antiguas cabañas, entre ellos está José Álvarez, que a duras penas consiguen sobrevivir con los actuales costes de producción y con mercados a la baja. José es Mayoral de la cabaña de Granda, y lleva trabajando en Trujillo (Cáceres) más de 45 años. A diferencia de esta cabaña, otras han tenido que dejar su impronta y su genética en ganaderías que han sustituido los desplazamientos largos por estancias en lugares más cercanos, los regadios del sur de la provincia. «El mercado del cordero cada vez está peor. La otra salida rentable es la venta de lana» asegura José. «Pero la lana es otra cosa. Hace 15 o 20 años la lana fina se vendia a 267 pesetas, y costaba pelar una oveja 30 pesetas. Hoy en día la lana se vende a 70 y 100 pesetas, 50 o 60 céntimos de euro, y cuesta pelar una oveja 240 pesetas» lamenta José mientras sigue explicando la situación de la trashumancia. Una forma de vida A pesar de las múltiples adversidades que presenta el oficio todavía queda gente, que como José, sienten una gran devoción por el pastoreo, quienes viven por y para el rebaño. Más que un trabajo es una forma de vida, un amor por una profesión que poco a poco está viendo su fin en las aceitunadas montañas leonesas. La mayoría de los trabajadores de la cabaña del Conde de Campo Espino, heredero del Conde de la Oliva, son pastores leoneses. José nos asegura que se debe al cariño que Miguel Granda Losada, el Conde de Campo Espino, siente por León. Los trabajadores leoneses han vivido siempre de cerca el pastoreo. La trashumancia no sólo era una actividad económica, como ya se ha resaltado, sino que muchos habitantes de la provincia eran protadores de una cultura y unos conocimientos particulares. En el libro citado anteriormente aparece León como la tercera provincia en importancia en lo que a números de ganaderos y ganados trashumantes se refiere. Los pastores leoneses Los pastores leoneses practicaban la trashumancia en cuadrillas autóctonas o empleados como asalariados en las grandes cabañas, cuya importancia principalmente en Riaño y en Babia, se mantuvo con gran fuerza, hasta la primera mitad del siglo XX. Pero actualmente la cabaña del Conde de Campo Espino «es de las pocas que continúa trashumando», y la única que viaja desde Extremadura hasta Babia», señala José. El actual rebaño, el único que queda en Babia, fue adquirido por una de las muchas cabañas que han dejado de existir, la de los Hidalgos de Sena de Luna. Con cuyo hierro todavía se sigue marcando a las merinas.Poco a poco la presencia que esta actividad tiene en la sociedad va desapareciendo. Tal vez sea por la poca consideración o por el desconocimiento que se tiene de la trashumancia en particular y del pastoreo en general, la causa del abandono que sufre este preciado gremio. El Mayoral de una de las ganaderías extremeñas más importantes, el protagonista de este relato, lo tiene mucho más claro. Con una firmeza envidiable, ante el problema que se presenta, José se atreve a pronosticar que en cuatro años en Extremadura quedarán 10.000 o 12.000 ovejas, debido a las grandes fincas de los grandes señoríos. «Pero aquí en León se va a acabar».

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