Diario de León

CANTO RODADO

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la falta de empatía del pp con las víctimas que no sean sus mártires particulares es preocupante porque es un partido que gobierna la nación

León

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Hace poco tiempo el periodista Gorka Landáburu, superviviente de un atentado de ETA, hablaba de Ortega Lara como el caso en el que la banda terrorista mostró mayor crueldad. Fue en un coloquio de Versión Española tras la proyección de La casa de mi padre, basada en la novela de Edurne Portela que, mucho antes que Patria, vino a romper el silencio sobre la irrespirable atmósfera del País Vasco.

Me extrañó que no mencionara a Miguel Ángel Blanco. Recordé aquellos terribles días de julio de 1997 que precedieron a su asesinato. Nunca olvidaré la gran concentración del día 12 en la plaza de las Palomas. Era sábado. Yo estaba embarazada de Lucía. Quizá por ello, no lo sé, me resultó más difícil digerir aquel dolor personal que sumado al colectivo se multiplicaba. Llevar la vida en las entrañas te hace más fuerte y a la vez más vulnerable. Pensaba en la familia de Miguel Ángel, en su madre. Francamente, el corazón me pedía gritar al Gobierno que hiciera algo para evitar aquella muerte anunciada.

¡Basta ya! fue el grito de lo que luego se llamó Espíritu de Ermua. Miguel Ángel Blanco, se ha dicho estos días, fue la gota que colmó el vaso. Veinte años después, el PP quiso erigir al concejal asesinado por ETA por encima de todas las víctimas. Y no lo puedo entender. O sí. Sólo se comprende tal actitud desde el uso partidista que el partido gobernante hizo del terrorismo, siendo una cuestión de Estado.

Ahora que ETA ya no mata el PP volvió a caer en la misma piedra y usó el triste aniversario para sacar rédito político frente a Podemos. Pero chocó con la inteligencia y el saber estar de Manuela Carmena, superviviente de la matanza de Atocha (víctimas de la ultraderecha) y que como jueza tuvo que llevar escolta por estar amenazada.

¿Qué pasa con las otras 800 y pico víctimas mortales del terrorismo? ¿Qué pasa con todas las demás víctimas? La falta de empatía del Gobierno con las víctimas en general choca con el empeño en tener un mártir particular. Si es su manera de lavarse la conciencia, no lo creo, se la están empozoñando aún más. Ahora que hemos logrado vencer al terrorismo de ETA no es de recibo la estulticia de un partido que gobierna para toda la nación.

El PP haría un bien colectivo en ocuparse con tanta pasión de otras víctimas y de atajar problemas que, como la violencia de género, ha generado en menos tiempo muchas más víctimas que el terrorismo.

El pasado martes no podía apartar de mi cabeza y de mi corazón a una persona. Pensaba en Manuel Moure, el padre de uno de los seis mineros fallecidos en el accidente del pozo Emilio el 28 de octubre de 2013. Le imaginé llorando, le recordé caminando solo desde Ciñera a León, le oí gritar al presidente del Gobierno: «¿Si hubiese sido un acto terrorista hubiese sido investigado minuciosamente y desde el minuto uno? Para mí sí fue un acto terrorista, puesto que nadie quería ir a trabajar a ese macizo».

Manuel Moure se ha dejado la piel clamando justicia para las víctimas de un accidente que nunca debió suceder. «Fueron muchos los avisos y los indicios de riesgo que la mina iba dando a diario, sin que fueran tenidos en cuenta», dice, dándole la razón, el auto de apertura del juicio oral de la jueza que lleva el caso junto a un montón de asuntos más pues es también la responsable del Juzgado de Violencia de Género y fue la instructora del caso Carrasco. Así está la Justicia.

Ahora hay que esperar otro año y medio para el juicio de las 16 personas imputadas por homicidio imprudente u otros delitos por el accidente. A ver si es verdad que hay un poco de justicia. La vida de los mineros, como la de Blanco, ya no volverá. De eso se trata, de hacer justicia. No de sacar tajada.

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