Diario de León

Los 110 años de la paramesa de Zambroncinos

La supercentenaria Teresa Fernández Casado es la segunda persona más longeva de la provincia

Teresa Fernández Casado en la cocina de su casa en Zambroncinos. J. NOTARIO

Teresa Fernández Casado en la cocina de su casa en Zambroncinos. J. NOTARIO

León

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León sí es país para viejos. Un total de 413 personas, de las 317 son mujeres y 96 hombres, superan los 100 años, según el último padrón de la provincia. Una cifra casi diez veces superior a la de hace 25 años. En 1998 había 44 personas centenarias. Ahora se ha convertido en algo tan habitual que lo extraordinario son ya las personas supercentenarias.

Teresa Fernández Casado es una de estas campeonas de la edad de tres dígitos. La segunda persona más longeva de la provincia, que se sepa, por detrás de Ángeles de la Fuente González, que cumplió los 111 años el pasado 24 de marzo.

Vecina de Zambroncinos del Páramo, asegura que cumple «muchos, muchos años», tantos que ha perdido la cuenta, aunque sabe muy bien que su fecha de nacimiento es el 29 de julio.

En un día veraniego de 1913, cuando en el valle de la Muerte de California se anotó la temperatura más alta de la historia, antes del cambio climático, 56,7ºC, vino al mundo la más pequeña de ocho hermanos en una casa de labranza con buen capital y mucho trabajo.

Casi 110 años después contempla la vida «aquí sentadica» y con un solo ojo. La visión del ojo derecho la perdió de muy joven, antes de casarse, mientras cavaba entresacando remolacha: «Me saltó un acero de un azadón y me lo tuvo que quitar un médico de León», recuerda. «Era algo muy corriente», comenta su hijo Amancio, que cumplirá los 90 años en septiembre.

Teresa con Rosalina, Amancio y Ausibio. J. NOTARIO

Teresa con Rosalina, Amancio y Ausibio. J. NOTARIO

De niña, Teresa fue a la escuela lo justo para aprender a leer y escribir. Y al campo lo suficiente para bregarse en la siega o salir con las ovejas recién paridas que quedaban en casa para darlas de comer en el campo. También tuvo tiempo para jugar. Recuerda que a la hora del recreo salían a la calle y «con una soga larga brincábamos para allá y para acá». Otro juego de la época eran los ‘simbos’, también conocido como castro o semana en otros pueblos. En las calles de tierra dibujaban unos cuadrados y tiraban una piedra que tenían que ir llevando hasta la casilla final sin pisar a la pata coja y encajada en la cuadrícula.

Porque en aquel entonces las calles eran de tierra y el agua se cogía con cántaros en el caño que brotaba de un pozo artesiano en la plaza, justo enfrente de la casa de Teresa. «Luego el caño se secó y se hizo otra prospección», apunta su hijo señalando el depósito que aún abastece al pueblo. En el caño, en los lavaderos y en los pozos de casa se lavaba la ropa cuando aún no había lavadoras. Y en la tienda, ya desaparecida, se abastecían de todo tipo de productos a granel. No se habían inventado las bolsas de plástico de las que ahora el mundo no sabe cómo hacerlas desaparecer. «Ahora las calles están más arregladas», puntualiza.

Del campo recuerda que se sembraba trigo, avena, alubias y remolacha. El maíz que ahora tiñe de verde el Páramo no había llegado. «Ya teníamos buenas máquinas. Mi padre fue de los primeros que tuvo uno de segar», asegura. Fue también de los primeros en sembrar remolacha.

«No me puedo quejar», afirma con una sonrisa franca cuando se le pide que haga un balance de su vida. «No he hecho nada más que vivir tranquilamente», añade. Confiesa que come de todo y «si es pollo, mejor». «¿Qué tengo buena cara?», dice sorprendida. «Buena cara, malos hechos...», bromea. «No, no creo que haya tenido yo malos hechos...». apostilla.

Se casó muy joven, con 18 años, con Julián de Paz Casas, un joven del pueblo. Al año siguiente nació su primogénito que tiene ya 91 años. El segundo, Amador, cumple los noventa en septiembre. Entre los tres suman 291 años de vida y hay que sumar los de otros tres hijos e hijas que viven. Tres más fallecieron, dos de pequeños y uno más mayor.

De la gripe española de 1918, bautizada como el mal de moda, recuerda vagamente que falleció alguna persona. De la II República señala que «un poco de revuelo sí hubo. Unos querían y otros no. pero bien, bien... Se iba a votar a La Bañeza», asegura.

Yo ya no voto nada. Ya voté bastante. Me dan la paga que es lo principal», asegura esta leonesa que no estrenó sufragio femenino en la IIª República porque aún no tenía los 23 años

Teresa Fernández Casado es una de las leonesas que estrenó el sufragio femenino en España. En 1933 tenía 20 años y no contaba con la edad suficiente —la mayoría de edad de la época estaba en 23 años— para poder votar. Tampoco pudo hacerlo en 1936 porque las elecciones fueron en febrero.

«Yo ya no voto nada. Ya voté bastante», afirma sobre las elecciones del domingo. «Me dan la paga que es lo principal», añade. Durante la Guerra Civil no hubo que lamentar muertes de los soldados movilizados en el frente, ni tampoco de personas que fueran represaliadas. «Hambre no hubo», asegura. Y su hijo añade: «Tampoco había plátanos ni las frutas que hay ahora». En aquel tiempo de estraperlo y escasez iban a moler el trigo por la noche a Laguna de Negrillos. Más de una vez le tocó cuidar el carro a un kilómetro de la fábrica.

Teresa hacía queso con la leche de las ovejas, tejía medias de lana y con su máquina de coser confeccionaba la ropa de sus seis hijos e hijos. No había tiempo para aburrirse en aquellos tiempos sin tele, que ahora mira sin mayor interés. «Cocinaba muy bien», dice su hijo. Ella menciona el cocido: «Se ponían a remojo por la noche y por la mañana se echaban al puchero con carne y chorizo y tocino». Se le daba bien el arroz con leche.

De las fiestas del pueblo, en la Pascua de Pentecontés y en Santo Tomás, recuerda el baile que se preparaba «desde ahí —apunta a la plaza— hasta la torre». Ella también bailaba, «como todas».

Eran típicas las mujeres con trajes tradicionales del país que tocaban la pandereta, después llegaron los tocadiscos y las orquestas, cuando en el pueblo vivían unas doscientas personas. «Había mucha gente, había más rapaces, como siete por cada casa; ahora no hay rapaces ni rapazas», lamenta.

También conserva la memoria de «todo lo que he corrido por el mundo». Conoció el mar en Asturias cuando tenía unos 40 años, pero se acuerda sobre todo del Mediterráneo en Lloret de Mar y Barcelona, a donde fue muchas veces con su marido para visitar a una hija: «A él le gustaba mucho el mar...». Madrid, Astorga, La Bañeza, León... fueron parte de las aventuras viajeras de la supercentenaria de Zambroncinos.

Teresa Fernández Casado celebra el próximo sábado 29 de julio los 110 años con toda la familia. Se van a juntar en casa más de 40 personas. Sus seis hijos e hijas, los 11 nietos, nueve bisnietos y un tataranieto junto a otros familiares y allegados. Está tranquila y confiada en lo que hagan para celebrarlo: «Está en sus manos». Pide poco: «Estar aquí, sentadica...».

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