Diario de León

365 días con el virus metido en la cabeza

Especialistas en Antropología, Psicología, Sociología y Psiquiatría analizan en este reportaje el riesgo de un aislamiento existencial, el control que ejercen las medidas y la necesidad de recuperar cuando antes los proyectos vitales y de ocio.

MARCIANO PÉREZ

MARCIANO PÉREZ

León

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El confinamiento obligado encontró a una ciudadanía fuerte y fresca dispuesta a colaborar por el bien común. Entre todos acabaríamos con este virus, nos dijeron. Y por primera vez, como contribución ciudadana, se nos pidió no hacer nada y estar aislados. «Eso creó desconcierto, mayor en las culturas latinas que se basan en una gran interacción entre los individuos. Los seres humanos son seres sociales. El progreso humano es la relación». El profesor titular de Antropología Social de la Universidad de León, Óscar Fernández, destaca que la restricción de derechos habituales por el estado de alarma ha provocado reacciones en contra, «como la comunicación que ha existido, que se ha calificado de deficiente en el sentido del desconocimiento que había ante una situación que plantea incertidumbre por la falta de experiencia previa a la hora de manejar este tipo de situaciones». El antropólogo señala que el confinamiento nos ha vuelto más íntimos en un hogar sobre ocupado, «no sólo por nosotros y nuestras familias, sino por el teletrabajo y la escuela online , que han supuesto una invasión del espacio privado, de la intimidad, a la vez que hemos perdido la socialización que teníamos en el trabajo o en la escuela». La pandemia ha dejado en evidencia nuestra vulnerabilidad. «Nos creíamos el centro del mundo y la realidad nos ha puesto en nuestro sitio. Eso disparó la solidaridad pero también la rabia, la impotencia y la frustración ante algo inesperado e incontrolable». La muerte en soledad es otra herida sangrante en una cultura acostumbrada al acompañamiento de los enfermos y el duelo por los muertos. «Eso es terrible y trágico para una sociedad», explica. «Todo hace que añoremos tiempos prepandémicos, aun sabiendo que nunca volverán a ser como antes, pero sólo anhelamos que sean diferentes a como ahora. La ciudadanía está cansada de tiempos extraordinarios».

Tristeza comunitaria

Esta tristeza comunitaria e individual tendrá consecuencias psicológicas como la depresión, la ansiedad, el estrés postraumático y la pérdida de control personal. «Estos síntomas han estado acentuados en personas con cuadro de hipocondría previos, y en algunos casos se han llegado a desarrollar sintomatologías compatibles con el trastorno obsesivo compulsivo como la obsesión por la higiene y la protección, principalmente en personas que han tenido una sobre información sobre el virus», destaca Pablo Antón Conde Guzón, doctor en Neuropsicología y director del Departamento de Psicología, Sociología y Filosofía de la Universidad de León. Antón Conde coincide en otra realidad: la indefensión en la batalla contra el virus. «Los trastornos psicológicos han afectado a todas las edades. En los niños, inicialmente, el confinamiento se percibió como un juego, disfrutar más tiempo con los padres, realizar tareas lúdicas y sin los horarios rígidos escolares; sin embargo, actualmente se comienza a sentir el cansancio pandémico en el que los niños no tienen la posibilidad de desarrollar sus juegos colectivos, fiestas, cumpleaños, etc. En mi tarea como especialista en neuropsicología infantil también he apreciado problemas de atención, razonamiento y memoria de trabajo e insomnio en niños que anteriormente no los tenían». Los adolescentes, por su parte, han tenido que adaptarse a una nueva situación «que es irreal y les crea desmotivación, ansiedad y depresión —las clases online , no poder relacionarse, no poder practicar deporte ni asistir a fiestas...—. En los jóvenes ha aparecido una sensación de pérdida de una etapa evolutiva. En este grupo también he observado problemas de concentración y rendimiento académico», asegura.

La interrupción brusca de los proyectos de vida cala en el ánimo de todos los grupos de edad, si posibilidad de ocio ni ejercicio físico, especialmente en los ancianos, fundamentalmente los institucionalizados, además de la embestida que ha causado más de 700 muertes en los centros de León. «Los ancianos han sufrido una sensación de soledad y angustia, además de síntomas neuropsicológicos que, en algunos momentos, han acentuado problemas de base, como desorientación espacio-temporal, aceleración en los procesos de deterioro cognitivo, insomnio, así como descompensación de patologías previas por fobia a acudir a espacios sanitarios».

¿Saldremos psicológicamente más fuertes o seremos una sociedad más débil y triste? ¿cómo afectará el confinamiento y las restricciones al carácter de las personas?. Pablo Antonio Conde cree que nada volverá a ser como antes, «principalmente porque una generación tendremos siempre la sensación de que todo es efímero, de que el mundo puede pararse de la noche a la mañana y que pocas cosas son absolutamente imprescindibles. Muchas personas practicarán el carpe diem y aprovecharán cada momento al máximo y, por el contrario, otras pondrán los miedos adquiridos por delante impidiéndose disfrutar de los allegados, amigos y de la vida en general».

Sociedades disciplinadas

Las repercusiones sociales de esta pandemia dependen de condiciones culturales y las formas de gobierno que existan. Así lo destaca Ana Isabel Blanco García, doctora en Sociología y catedrática de Sociología de la Universidad de León. «Hay cierta uniformización en las formas de control ejercidas a través de los protocolos, las tecnologías diseñadas para obtener datos y las medidas tomadas respecto a la afectación que articulan las instituciones internacionales como la OMS o los centros de control de enfermedades». Blanco asegura que «los protocolos se instauraron ya con la anterior AH1N1 y aunque la ‘nueva normalidad’ nos parezca una solución novedosa, forma parte de los mismos. En cierto modo, estaba previsto que nuestro comportamiento se adecuara a las citadas medidas».

Para la socióloga, las consecuencias de estas medidas son «desde la transformación en ciertas prácticas sociales a evidentes cambios en la estructura social y el acrecentamiento de fronteras internas en la sociedad. Estas pandemias suelen dejar espacios propios para nuevas formas de gobierno de poblaciones, por las cuales, la sensación de indefensión acrecienta o transforma los límites conocidos de las ‘comunitas’, del consenso o el pacto social». Pero también, saca a la luz nuevas formas de control. «Estamos pasando de sociedades que utilizaban el disciplinamiento de sus poblaciones a través de procesos de socialización llevados a cabo en el ámbito familiar y educativo, a unas sociedades que ejercen control, en el sentido de monitorizar condiciones y actividades a través de la mediación tecnológica. La ciudadanía pierde libertad en este proceso, cuarentenas con recomendaciones muy acotadas de cómo comportarse y/o el monitoreo, diagnóstico o los sistemas de trazabilidad a infectados por la pandemia».

Volver al bullicio

«Nos costará volver al bullicio», asegura el jefe del servicio de Psiquiatría del Hospital de León. Francisco Luis Rodríguez Fernández. «Iremos normalizando poco a poco la vida cuanto todo pase, pero el recuerdo del duro confinamiento de marzo permanece. Cada vez que se atisba una subida de contagios la gente siente miedo y recuerda el confinamiento, los aplausos y el ‘resistiré’ como algo terrible. Espero que todo quede como un mal recuerdo para la mayoría. Pero esta pandemia todavía no ha acabado y hay mucho miedo a que nos vuelvan a encerrar porque después de un año estamos muy quemados, se nos ha muerto mucha gente».

Lo que más espera la sociedad es el «armisticio, que se diga definitivamente que la guerra ha terminado. Después habrá una epidemia de optimismo, pero también de población con depresión».

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