Diario de León

Un tesoro de coleccionista

La alquimia se esconde en una rebotica de Boñar

Cuando la ciencia, la magia y la brujería se confunden

Publicado por
Pepe Muñiz
León

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Jarabes, polvos, ungüentos, aceites, tinturas, fórmulas magistrales y galénicas, a base de estramonio, raíz de altea, cicuta, beleño negro, belladona, mandrágora, acónito, flor árnica, alcanfor, opio, saúco, nuez vómica, ajenjo, saponaria, y así, hasta casi doscientas variedades más, aparecieron etiquetadas y clasificadas en sus respectivos frascos y botámenes en una antigua botica de Boñar. Al hacer obras de reforma y remodelación, para adecuarla a las necesidades actuales y dejar más espacio, en la farmacia propiedad de la doctora Pilar Revuelta Bayod, en viejas estanterías, armarios y anaqueles de la rebotica de este establecimiento de 1929, se conservaba casi oculto todo este conjunto, un hallazgo importante para mí, es decir un tesoro desde el punto de vista de coleccionista de todo lo habido y por haber. Provenía a su vez de otra farmacia anterior, posiblemente de las últimas décadas del siglo XIX, titulada Farmacia, Fernández Sánchez, Boñar, nombre que aparece en todas las etiquetas adosadas a los diversos tarros y botámenes.

Los de Antigüedades Ángel, padre e hijo, de Boñar, sabiendo mis aficiones a todas estas cosas antiguas, me avisaron de ello, me trasladé para verlo y no tuve inconveniente enseguida de hacerme custodio de todo este laboratorio. Ahora ya lucen en mis rincones, junto con otros de la misma materia que ya tenía. Cuando los observas, sientes que la ciencia, la magia y la brujería se confunden. Te trasladas a épocas medievales, cuando el contenido de esos tarros se consideraba de origen diabólico. Así, que ahora en cierto modo me siento como un brujo, si acaso ya no lo era. Me considero como poseedor de la famosa Botica de Galileo, capaz de desempeñar a la vez las funciones de médico, cirujano, dentista, peluquero, alquimista, herbolario, droguero, nigromántico y perfumista. Resumiendo, inventor del secreto de un ungüento, que voy a dar en llamar «populeón», y servirá para múltiples aplicaciones, y quien sabe si para acabar con este desconocido microbio que pretende trasladarnos de súbito al otro mundo, pues la botánica, lo mismo que la historia, ha tenido su mitología, sus fábulas y sus maravillosas creaciones.

Balanza para realizar las fórmulas magistrales. RAMIRO

Cuando en el último tercio del siglo XIX León tenía seis farmacias, en Boñar había dos, una de ellas la de Fernández Sánchez. El precio del traspaso por esas épocas estaba fijado en cuatro mil reales, y se suponía unas ventas de 12.000 reales. En un trabajo sobre las farmacias rurales de finales del siglo XIX, (1874-1902), en ciertos casos, aparece que los farmacéuticos titulares percibían su estipendio a través de un monto económico, siendo frecuente completar esta cantidad con una casa-habitación o rendimientos procedentes de la agricultura. Estos rendimientos en especie, formaban también, parte del precio de tasación en el momento de su venta o traspaso.

Botes con jarabes, ungüentos y polvos. RAMIRO

El intrusismo fue un problema capital para los boticarios de esa época, pues dispensaban todo tipo de sustancias e incluso preparaban medicamentos compuestos. Eran una especie de drogueros-charlatanes que recorrían las ciudades y pueblos, a veces con lujosas carretas, ofreciendo en plazas y mercados sus remedios secretos, elixires milagrosos y productos diversos, así:

Para hacer crecer el pelo, aumentar la inteligencia, la perspicacia del rostro y agudizar la vista se preparaban y vendían mixturas a base de grasa de oso, heliotropo, siempreviva y beleño negro. Las semillas de estramonio, machacas y mezcladas con vino, se recetaban para excitar la fantasía, vivir las cosas más maravillosas y tener preciosos sueños. Y para el «mal de madre», la fórmula era a base de gálbano, amoníaco, incienso y simiente de ruda, que se untaba sobre el ombligo de las pacientes. Y leyendo a un tal doctor López Madrigal en su manual de fitoterapia, recoge un curioso caso del año 1624, que relata lo siguiente: Cierta criada, para aparentar virginidades desde largo tiempo perdidas, la víspera de su boda se tomó un baño de agua de consuelda. Su ama, ignorante en absoluto de la estratagema de la moza, aprovechó la misma agua, se sumergió en ella, con tan inesperados resultados, que su esposo quedó estupefacto al encontrarse ante una nueva virginidades».

Botica y laboratorio

La botica, de la que procede todo este tesoro de la alquimia, era a su vez laboratorio, y se desprende que proveía a varias de las farmacias de León de los finales del siglo XIX y principios del XX, como las de Merino, Barthe, Peña, Arenas, Rodríguez del Valle, López Robles, Borredá, Velasco, o Mata Espeso, por citar algunas. En el conjunto adquirido, hay tarros y frascos de todos los tamaños, de todo tipo y de distinto contenido. Entre ellos, muy curiosos, una serie de frasquitos de color azul cobalto, con específico propio para cada caso y preparados para su venta, que están debidamente lacrados, sin duda para evitar falsificaciones. Hay que resaltar que la terapéutica era todavía fundamentalmente vegetal. Al principio las boticas de la provincia se abastecían de laboratorios, de Madrid, Barcelona y la Coruña, aprovechando los viajes de las diligencias, y a veces transportados por arrieros maragatos. Ya a mediados del siglo XIX, Dámaso Merino que tenía también farmacia, instaló una fábrica de drogas y productos químico-farmacéuticos, por la parte del barrio de San Lorenzo, para abastecer a las boticas de León y de otros puntos de España.

Terapéutica vegetal

Al principio, las boticas de la provincia se abastecían aprovechando los viajes de las diligencias

El movimiento farmacéutico asociativo de finales del siglo XIX, tuvo un doble etapa, primeramente se fundaron asociaciones mixtas, que integraban a médicos y farmacéuticos. Ya a comienzos del siglo XX, aparecen los Colegios Oficiales de Farmacéuticos. El de León se funda en marzo de 1920. Era notorio, que muchos de los farmacéuticos de León y provincia, alternaban su profesión con la política, y las reboticas además de preparar en ellas las fórmulas magistrales, servían también hasta altas horas de la noche, como lugar de reunión de abogados, médicos, comerciantes, terratenientes, y algún que otro cura, para maquinar mítines políticos de las más variadas tendencias, y debatir sobre asuntos sociales, económicos y religiosos.

Poción abortiva

En el siglo XV a los maestros boticarios, se les exigía el siguiente juramento: «Juro y prometo ante Dios, autor y creador de todas las cosas, vivir y morir en la fe cristiana; amar y honrar a mis padres cuanto me sea posible; no hablar mal ni despreciar a ninguno de mis doctos maestros; no enseñar a los idiotas ni a los ingratos los secretos de la ciencia; no hacer nada temerariamente sin acuerdo de los médicos, ni por exclusivo lucro; no tocar en manera alguna las partes pudendas o reservadas a la mujer, a menos que sea absolutamente necesario; no descubrir ningún secreto que se me haya confiado; no dar a beber ninguna poción abortiva; no emplear ningún sucedáneo o sustituto sin el consejo de otra persona más sabia que yo; desautorizar (huyendo como de la peste) la práctica escandalosa y altamente nociva que siguen los charlatanes, empíricos y curanderos; prestar ayuda y socorro a cuantos lo necesiten, y finalmente, no tener en mi botica ninguna droga y averiada. El Señor me bendiga mientras yo hiciere todas estas cosas».

Pilar Revuelta Bayod, farmacéutica de Boñar. RAMIRO

Y ahora con todo este montón de la farmacopea alrededor mío, me llegan insospechados efluvios de olores que se escapan por el resquicio de algunos de esos frascos y tarros de farmacia mal cerrados, contenedores sin duda de elixires mágicos. Es como una sensación extraña. Y no sé el motivo de fijarme siempre en uno grande de cristal cuyo contenido es una especie de grasa amarillenta vacilante.

Ventanal de la farmacia actual. RAMIRO

Puede que de ahí se escape la extraña fragancia que embriaga el ambiente. Y me preocupa, pues me trae a la memoria el recuerdo de aquella película El Perfume , basada en el libro de Patrick Süskind, cuando el asesino en serie, para poner a aprueba su método de maceración caliente mata a una recolectora de lavandas, e intenta extraer su fragancia, pero falla. Luego posteriormente, intenta el método de maceración fría con una prostituta envolviéndola en tela empapada con cierta grasa no vegetal sospechosa, y así logra con éxito la fragancia de la mujer. Y me preocupa, digo, y entrevela mi sueño, cosa esta que no me importa, pues para mí dormir, es como morir un poco.

Uno de los ejemplares localizado con la reforma. RAMIRO

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