Diario de León

Rosa María Díez Díez

«Al comienzo de la pandemia las auxiliares de ayuda a domicilio íbamos sin protección»

Fiebre, dolor de huesos y problemas para respirar. Casi un mes en casa y cinco días en el hospital. Así pasó la infección por covid Rosa María Díez Díez, auxiliar de ayuda a domicilio en Quintanilla del Monte. Eran las primeras semanas de la pandemia. Con la sexta ola encima y a pesar de la triple vacuna, el miedo y las secuelas siguen en su cuerpo.

Rosa María Díez Díez, auxiliar de ayuda a domicilio superviviente de covid-19, en Quintanilla del Monte. F. Otero Perandones.

Rosa María Díez Díez, auxiliar de ayuda a domicilio superviviente de covid-19, en Quintanilla del Monte. F. Otero Perandones.

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Todos los síntomas indicaban que el virus que venía de China había entrado en su cuerpo. Dónde y cómo, no lo sabe. Tampoco tuvo la certeza hasta que semanas después de empezar con la fiebre, los dolores en los huesos y la sensación de ahoga porque entonces la Atención Primaria no tenía medios para hacer las pruebas de infección activa.

Había mucho miedo. No hacía falta medirlo científicamente. «Quedé de baja el 20 de marzo y no volví a trabajar hasta tres meses después. No sé si cogí el virus en los domicilios o fuera. En la misma semana se contagió también otra compañera, pero ella tuvo síntomas más leves», explica Rosa María Díez Díez, auxiliar de ayuda a domicilio de la Diputación en Quintanilla del Monte.

«El médico me llamaba todos los días. Me puso antibióticos y corticoides, no querían ni que fuera por allí», recuerda. Pero ella no mejoraba. Un día no pudo más y le dijeron que fuera al centro de salud de Benavides, donde le hicieron una radiografía. «Tenía neumonía y me mandaron al hospital», añade.

"Los dolores en los hombros y las caderas solo se me alivian con corticoides. Tuve la revisión en noviembre y me dieron para dentro de seis meses a la espera de que me hagan una resonancia magnética que está pedida desde agosto»

Para entonces, cree, «ya había pasado lo peor. Cuando me ingresaron llevaba casi un mes enferma». Pero esto lo sabe ahora. Cuando quedó encerrada en la habitación del hospital, sola, sin más contacto con el exterior que los sanitarios embutidos en buzos y la bandeja de la comida que le dejaban a la entrada, la incertidumbre pesaba en sus pensamientos como un síntoma más. Fueron cinco días. «Se pasa mal; a ver, piensas cosas...», apunta. No llegaron a ponerle oxígeno. «Igual lo hubiera necesitado antes porque lo pasé peor en casa», apostilla. «Me pusieron más antibióticos y lo que fuera porque tampoco te daban muchas explicaciones», añade.

El conocimiento del virus era muy escaso y en los primeros meses de la pandemia se usaron los antirretrovirales, medicamentos eficaces en infección por VIH, en algunos pacientes.

Rosa María Díez Díez estuvo ingresada cinco días, pero las secuelas no le permitieron incorporarse al trabajo hasta el mes de julio de 2020. Desde agosto está en tratamiento. Los corticoides son el único medicamento que alivia los fuertes dolores que sufre sobre todo en los hombros y en las caderas. La artralgia, dolor en las articulaciones, es el nombre que tiene su diagnóstico.

"Teníamos miedo (y aún lo tengo) de contagiarnos, de contagiar a las personas que atendemos y a nuestras familias. Pero había que ir a trabajar sí o sí. Son personas que dependen de ti, pero no nos reconocen como a los sanitarios»

El servicio de Medicina Interna del Hospital de León le ha acaba de poner la próxima revisión para dentro de seis meses. Está pendiente de una resonancia magnética desde agosto y no pueden hacer más por ella sin otras evidencias. «Los médicos no saben ni cómo tratarlo ni qué pasa. Me han hecho analíticas para ver si son problemas de reuma o artritis y todo da negativo», explica.

Psicológicamente también lo ha pasado mal. «Primero fue el miedo a contagiar o a contagiarme y ahora, a pesar de que ya tengo la tercera dosis, ese miedo sigue ahí, me canso mucho más y sin los corticoides no puedo aguantar», lamenta. Su marido también se contagió en aquella época, pero no tuvo apenas síntomas y no sufrió neumonía, como le sucedió a ella. Ni padece secuelas.

Rosa María Díez Díez tiene 53 años y desde hace 17 trabaja como auxiliar de ayuda a domicilio. Es una de las profesionales de estos cuidados que permiten que las personas mayores y con discapacidad permanezcan en sus domicilios por más tiempo que vive en el medio rural. Los cinco domicilios que atiende en la actualidad están en Quintanilla del Monte, el mismo pueblo en el que vive.

Su trabajo es limpiar, tirar de la gente, asearles, levantarles de la cama, sacarles a pasear... Cada persona tiene sus necesidades y su plan de atención. Antes del covid ya sufría una tendinitis en el hombro por los esfuerzos físicos. La pandemia pilló a las auxiliares de ayuda a domicilio sin ningún tipo de protección y atendiendo a personas vulnerables. «Al principio íbamos a trabajar sin ninguna protección. Ahora ya es otra cosa. Tenemos más guantes y más mascarillas», aclara. Y tanto las personas que atienden como las auxiliares están vacunadas. Pero el miedo continúa: «Vas con miedo a cogerlo tú y también a contagiar».

La gente empezó a ser consciente desde el principio de lo que podría pasar. «Al principio no había casos, pero decían: ya verás cuando empiece a llegar aquí». Hacia el 17-20 de marzo, cuando Rosa y su compañera cayeron en casa, empezaron los primeros casos. «Como en la tele no paraban de repetir las cosas, iban entendiendo lo que sucedía», considera. Una de las cosas que les costó más asumir fue tener que llevar la mascarilla.

Las personas que atienden «están ahora más tranquilas y más protegidas por la vacuna. «Sabemos que nos puede pasar, pero no tan fuerte», comenta. Al principio tenían mucho miedo y muchas tardaron tiempo en volver a darse de alta en el servicio», comenta Rosa María Díez Díez.

«Al principio cuando íbamos a las casas, la gente tenía miedo pero también se alegraba de vernos porque éramos el único contacto que tenían», relata. La soledad fue otro de los síntomas no clínicos de la pandemia que han vivido muchas personas a causa del confinamiento.

Otra circunstancia común a otras compañeras que se contagiaron fue el temor a contagiar a las familias. «Lo vivieron parecido a mí, con miedo. Te expones tú, expones a la gente con la que trabajas y a tu familia. Pero hay que ir a trabajar sí o sí. Son personas que dependen de ti», señala la auxiliar Quintanilla del Monte. Algunas trabajadoras se quedaron prácticamente sin usuarios durante un año largo. Costó que, incluso con las dos dosis de la vacuna puesta, volvieran a recuperar la confianza. Una situación que agravó la precariedad de este trabajo «mal pagado», feminizado y en el que la mayoría de las empleadas tienen contratos de media jornada. «Las horas son muy variables, porque depende de las necesidades de la gente y de cómo evolucionan», puntualiza.

Rosa María Díez Díez se siente afortunada de poder trabajar en el pueblo en el que vive. Aparte de la cercanía afectiva con las personas que atiende está también la proximidad física. «Hay compañeras que recorren muchos kilómetros a diario», aclara, incluso dentro de la misma jornada laboral.

Entre las cosas positivas que ha traído la pandemia a este sector clave en los cuidados de las personas más vulnerables es que «antes se valoraba muy poco lo que hacíamos y ahora somos un poco más visibles. Ahora la gente se ha concienciado un poco más de que es un trabajo esencial. Somos las que ‘peleamos’ con los abuelos», señala.

Los aplausos a los sanitarios rara vez fueron dedicados a las profesionales de los cuidados más básicos como las auxiliares de ayuda a domicilio o de geriatría, que atienden a las personas en las residencias de mayores. «Está claro que como a una enfermera o a un médico no nos valoran en la sociedad», afirma.

Sin embargo, «gracias a nosotras las personas pueden estar por más tiempo en sus casas». El servicio de ayuda a domicilio fue concebido precisamente para garantizar la atención en el hogar a las personas que así lo elijan como prestación de atención a la dependencia y promoción de la autonomía personal. «Es un trabajo que no se ve», dice con cierta resignación.

Tampoco se ha contemplado el contagio por covid como enfermedad profesional a la hora de las bajas laborales. Las trabajadoras de ayuda a domicilio han conseguido un nuevo convenio por dos años y ahora les cubren el 100% de los desplazamientos, como Pilar Fernández González, responsable del sector en la Federación de Servicios Públicos de UGT. «Ha sido largo y duro de negociar».

Las trabajadoras de ayuda a domicilio fueron homenajeadas por la Diputación de León el pasado 8 de marzo, con motivo del Día Internacional de la Mujer en la figura del SAD de la institución provincial. En el medio rural o municipios de menos de 20.000 habitantes son más de 700 auxiliares las que atienden a 2.700 personas a lo largo y ancho de la provincia. Y suman más de un millar con los SAD de León, Ponferrada y San Andrés.

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