Diario de León

«Creían que enterraban cuerpos asesinados, pero enterraban semillas»

Fusilamiento de dos republicanos. FOTO QUE APARECE EN EL LIBRO

Fusilamiento de dos republicanos. FOTO QUE APARECE EN EL LIBRO

León

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C uando se rompió el mundo. El asalto a la República en la provincia de León, primera parte. El Golpe es el nuevo libro de José Cabañas González, editado por Lobo Sapiens, la primera parte de un trabajo que se publica hoy y que se presenta en Astorga el 12 de julio. Cabañas es investigador y miembro de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) desde el año 2002 y desde 2009 de Aerle (Asociación para el Estudio de la Represión en León). Con la salida del libro, hasta el 14 julio se muestra en la Biblioteca Municipal de Astorga la exposición Los dibujos de Felipe García Prieto , ‘topo’ en Astorga durante la Guerra Civil, y que tiene un capítulo dentro del libro.

—¿Qué contenido aporta el libro desconocido hasta ahora sobre el franquismo en León?

—Hay muchísimo nuevo. Esta obra trata de lo que llamaron el alzamiento, no sólo en la ciudad de León sino en diferentes pueblos, villas y ciudades de la provincia. Recopilo datos dispersos y parciales, pero hay otros lugares de los que hasta ahora no se ha publicado nada, como por ejemplo, de La Bañeza, Valderas, Villafranca del Bierzo, Santa María del Páramo, Castrocalbón o Jiménez de Jamúz, mi pueblo, y otros muchos. Hay muchas novedades que hasta ahora se desconocían.

—¿Qué destacaría de esos hechos desconocidos?

— Del golpe militar de 1936 se ha hablado tan genéricamente que se da como fecha el 18 de julio. Eso es incorrecto y matizable. El 20 de julio La Bañeza era todavía republicana y no cae hasta la tarde del 21. Veguellina de Órbigo fue tomada por fuerzas de Astorga a las siete de la tarde del día 21. Valderas es republicana hasta el día 24 de julio. Villafranca y Bembibre, de los que tampoco se ha publicado nada hasta el momento, se mantienen republicanos hasta el día 27 de julio.

—¿Se mantienen republicanos porque hay resistencia o porque los sublevados tardan en llegar?

—Las fuerzas sublevadas no las tomaron antes. La sublevación va sucediendo progresivamente.

—¿Hubo resistencia?

—En León la resistencia fue leve, breve y escasa, como en otros muchos lugares del noroeste. La preocupación mayor y casi única de los responsables del régimen legítimo y constitucional fue mantener el orden público. En algunos lugares hubo breves conatos, que fue a lo más que se llegó. Resistencia hubo poca. En la ciudad de León, más que resistencia, hubo un intento de respuesta de una cierta importancia en las noches del 22 de julio y el 23 de julio en las que llegan las fuerzas republicanas izquierdistas que se desperdigaron cuando la ciudad de León fue tomada por los golpistas y casi llegan al centro de la ciudad de León, pero tienen que desistir porque se les acabó la munición.

—Usted define en su libro la «paz impuesta» y la «limpieza» que hizo el ejército sublevado en la montaña de León.

—La hubo en toda la provincia.

—¿En el libro aporta nuevos nombres de represaliados y represores?

—Una de las novedades de la historiografía sobre la Guerra Civil y la postguerra es la ocuparse no sólo de las víctimas sino también de los victimarios, de los verdugos. En mi trabajo he desplegado un interés especial en nombrar a los que participaron, colaboraron y propiciaron, no solamente en el golpe militar sino en la represión. Y he puesto un esfuerzo mayor en nombrar entre las víctimas a las mujeres represaliadas, hasta ahora con poco foco. He hecho un esfuerzo especial por nombrar a militares y civiles que participaron en los consejos de guerra que se celebraron en León y que condenaron injustamente a tantos inocentes, a muchos de ellos, al paredón. El trabajo tiene dos libros. Solamente en esta primera parte que sale ahora aparecen referencias de cerca de 3.000 personas con nombres y apellidos, de más de 550 pueblos de la provincia. Son los personajes del drama, y los hay que participaron activamente a ambos lados, víctimas y verdugos. De esas personas con nombres y apellidos, hay colectivos de los que ya se ha hablado, pero hay otros menos conocidos que aparecerán por primera vez en letra impresa.

—Tres mil nombres en esta primera parte del libro...

—En la segunda se acercan a los 3.500.

—¿Cuándo se publica la segunda parte?

—Esperaremos cuatro o cinco meses después de que aparezca hoy la primera.

—¿Cuánto tiempo lleva investigando?

—He pasado cerca de ocho años en esta investigación. Esta primera parte tiene 828 páginas y la segunda quizás 850 páginas. Es un trabajo extenso porque fueron muchas las cosas que pasaron en muchos lugares. He trabajado con muchas fuentes. He utilizado más de 500 sumarios que están en el archivo militar de El Ferrol. Un sumario incoado, como lo sucedido en Bembibre, pasa de los 1.600 folios, o en Mansilla de las Mulas. Otra fuente importante han sido las fuentes orales de personas mayores desde el año 2005, algunas ya han fallecido. También hay una serie grande fuentes bibliográfica, muy variadas.

—Hay familias que no se sienten víctimas del franquismo y atribuyen los asesinatos a rencillas y envidias. ¿Qué opina?

—¡Qué bien para los responsables de tanto dolor y tragedia, que haya familias que piensen que lo que pasó fue por rencillas y malos quereres! Es un clásico con el que nos encontramos los investigadores de ese periodo. Pero es un mito. Es uno de los abundantes mitos creados y que fueron y siguen siendo muy útiles. La labor de los que investigamos consiste en sustituir mitos por realidades y verdades lo más cercanas posibles a la realidad histórica, la objetividad de los hechos. Nos encontramos por mitos creados por el franquismo, sino también por los oponentes, las víctimas de ese golpe militar franquista. Nuestra labor consiste en ir deconstruyendo esos mitos y demostrar que la violencia tuvo causas políticas. A mi abuelo materno, Domitilo González Lobato, lo asesinaron con otros trece en la noche del sábado al domingo del 19 de septiembre de 1936 en algún lugar que todavía hoy desconocemos. A mí, algunas personas mayores del pueblo me decían hace muchos años que lo mataron por malos quereres, porque fue el primero que tuvo cocina económica en el pueblo. Mi abuelo emigró dos veces a Argentina, era viudo, tenía ocho hijos, era el cartero del pueblo. Desde el 24 de marzo de 1936 era uno de los dos concejales del Ayuntamiento de Santa Elena de Jamúz por Izquierda Republicana. Esa fue la razón por la que asesinaron a mi abuelo, añadido al hecho de que había sido uno de los que habían intentado recuperar para las juntas vecinales los bienes comunales que cien años antes habían sido malversados en tantos ayuntamientos y eso es lo que no le perdonaron. Si mi abuelo en vez de ser uno de los concejales del Frente Popular hubiera sido concejal de otros conservadores y de derechas, en vez de estar en disposición de ser víctima de la represión, simplemente porque alguien dijera que era rojo y peligroso para el nuevo régimen, hubiera estado en disposición de señalar a otros. Hay estudios que dicen que los efectos y los traumas de una guerra civil se mantienen a lo largo de por lo menos tres generaciones, lo que se conoce como la transmisión generacional del trauma.

—¿Qué falta en España y en León para cerrar definitivamente en este país las diferencias por la guerra civil?

—Falta ocuparse efectivamente de un derecho humano tan básico como el de poder enterrar dignamente a sus muertos. Eso tiene que hacerse desde los poderes públicos, aunque sea por un deber de equidad. Los poderes públicos se ocuparon de todo lo relativo a la recuperación y la honra de las víctimas de los republicanos, que evidentemente las hubo, nadie que investigue lo va a negar, pero no se ha hecho lo propio por las víctimas causadas por el franquismo.

—Si su abuelo pudiera oírle en este momento ¿qué mensaje le mandaría?

—(emocionado). He tratado de ponerme en el lugar de mi abuelo y sus compañeros en esa noche cuando llegan los enemigos y van por las casas que tienen señaladas en una lista y los hacen subir a un autocar de la guardia de asalta de León. Uno era Simón González, de 54 años, socialista y le dicen: ¡Tira Simón, que te vamos a dar las parcelas comunales! Le diría: abuelo, creyeron que enterraban cuerpos asesinados, pero en realidad enterraban semillas.

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