Diario de León

El duelo también es cosa de niños y niñas

‘La abuelita de chocolate’ es un personaje de cuento y una abuela de verdad. Es un libro que surgió del dolor de la periodista y escritora leonesa Emilia Laura Arias Domínguez tras perder a su madre de forma repentina y enfrentarse a un doble duelo, el propio y el de su hija Nina y hijo Jota.

Emilia Laura Arias Domínguez en su casa de Bilbao con el libro ‘La abuelita de chocolate’. DL

Emilia Laura Arias Domínguez en su casa de Bilbao con el libro ‘La abuelita de chocolate’. DL

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La víspera del confinamiento, Emilia Arias, se convirtió en madre de acogida, además de madre biológica. «Nadie estaba preparada para que nos encerraran. Y para él era doble extrañeza. Si ya lo es de por sí para un niño que llega a una familia, imagina si esa familia no le deja salir de casa. Tuvimos que enfrentarnos a una situación muy compleja», comenta la escritora y periodista leonesa.

Nina y Jota tenían a su abuela en León, en un pueblo berciano, a muchos kilómetros de su casa en Bilbao. Se hablaban por teléfono y por videoconferencia. Se veían en fotos. La abuela Maribel estaba deseando que se acabara el encierro para poder ir a Bilbao y abrazar a su nieta y a su nuevo nieto. Pero ese abrazo nunca llegó.

La familia tuvo que enfrentarse a su muerte sin despedida y sin ritos. «Al principio, estuvimos durante meses en shock y a través de la escritura encontré un espacio de descarga, de alivio y desahogo, como le pasa a mucha gente que tiene esta herramienta para enfrentar su vida. También la lectura lo fue», comenta.

Así es como Nina y su hermano de acogida Jota viven la pérdida de su abuela Maribel en medio del confinamiento por el covid. Su madre, periodista y escritora, escribió La abuelita de chocolate (Eitorial Babi Dibu con ilustraciones de Angie Juantes) para dejarles un recuerdo de aquella mujer «luchadora, divertida, inteligente y buena» y a la que le encantaba el chocolate después de atravesar el doble duelo. «Mi duelo por haber perdido a mi madre, a la pata fundamental de mi existencia y la mujer que me lo enseñó todo en la vida, pero también era el duelo por la abuela de mis niños. El duelo por una mujer a la que J nunca iba a abrazar en persona porque no pudo y para mí eso era muy difícil de digerir», explica.

«La abuelita Maribel era un huracán de colores y jugaba contigo a todo: te disfrazaba, hacía experimentos, te enseñó a pelar judías verdes y te dejó cortar la comida con un cuchillo especial pequeñito por primera vez»

Quería dejar un testimonio escrito para que supieran quién había sido su abuela. «Algo adaptado a su lenguaje y explicarles con imágenes y palabras lo que había pasado. Lógicamente se lo expliqué en el momento sin esa herramienta de por medio, sin ese libro, pero me di cuenta de lo absolutamente faltas de herramientas que estamos las familias para contar el duelo».

El cuento fue una terapia para Emilia Arias y se ha convertido ahora, cuando ya faltan pocos meses para que se cumplan tres años de la muerte de Maribel, en una herramienta para ayudar a las criaturas en el proceso de duelo y a manejar la ausencia. «Se suele hablar de la muerte con los niños y las niñas de una forma muy poco honesta. Les decimos: Se ha ido a una estrella... Y entonces te dicen cosas como que ‘si se ha ido a una estrella, dame una escalera y yo subo a por ella’. Si les dices que se ha quedado dormidita te preguntan cuándo la despertamos».

A raíz de su experiencia con Nina, porque Jota era demasiado pequeño, se dio cuenta de «de la incapacidad que tenemos como sociedad para hablar de la muerte con los niños y las niñas» oír que «se suele hablar de la muerte con los niños y las niñas de una forma muy poco honesta».

En la terapia le aconsejaron que contara a su hija la verdad, con frases cortas y sencillas, que le explicara que «la muerte es algo definitivo, que nunca vuelven; sin dejar puertas abiertas al retorno porque no se da...». Cuando se puso a escribir pensó que «la muerte es definitiva, pero también son definitivas las experiencias y vivencias personales que has tenido con la persona que se va. Y eso es algo que la muerte no se lleva».

La abuelita de chocolate transita en el cuento de mujer de carne y hueso a abuela estrella , abuela mar o abuela de chocolate como fruto de las vivencias que compartió con sus seres queridos. Un regalo para las vidas de Nina y Jota y una enseñanza para ayudar a niños y niñas que se tengan que transitar por una pérdida similar. Porque lo que es seguro es que la muerte llegará.

Dibujo de la ilustradora Angie Juantes. DL

Dibujo de la ilustradora Angie Juantes. DL

«En La abuelita de chocolate hablo de todas las veces que puedes contactar o conectar con esa persona que se ha ido, a través de experiencias diarias como comer chocolate o mirar hacia las estrellas, o estar en los lugares que has compartido con ella o los que podrías haber compartido. Y también que esa persona está siempre en todas las personas que la han querido, porque el recuerdo no se va. Que las personas que se van se quedan en lo que somos, en lo que nos han enseñado, en lo que soy yo, en lo que son ellos». El libro es también una manera de expresarle «a la niña, que siempre tendrá dentro de sí misma las cosas que vivió con su abuela, y quién era ella y cómo era de importante para todas las personas que nos rodean. Para el niño, que la abuelita está en la ilusión y la emoción que mi madre sentía preparando su llegada con ganas de que acabara el confinamiento para poder abrazarle y estar con él».

No poder celebrar los ritos de paso fue una dificultad añadida, como también fue difícil que el niño entendiera su dolor y el de todas las personas que le rodeaban porque acababa de llegar y Maribel «era una persona abstracta».

Emilia Arias reconoce que su hija y su hija también le enseñaron cosas en este proceso, particularmente a «estar en el aquí y el ahora», cosa que le resultaba muy difícil por tratarse de un duelo por muerte repentina, similar al de un accidente de tráfico. «Yo estaba totalmente presa del dolor y era muy difícil reaccionar. Ellos no solo me enseñaron, sino que me empujaron y arrollaron con toda la vida que contienen dos niños pequeños», comenta la escritora.

También le ayudó mucho llorar con ellos. «Solemos esconder nuestro dolor delante de los niños y las niñas y los niños y las tienen que entender que el dolor existe, que está ahí, que sucede, que los adultos y las adultas somos personas vulnerables, que a veces sufrimos».

Emilia Arias afirma que «llorar no es malo. Lo que no deben verte es desesperada, porque los niños y las niñas necesitan saber que su familia, que su padre, su madre o la persona que les cuida, tiene el control de la situación, que sabe lo que hay que hacer después».

Cuando se pasó el confinamiento pudieron hacer sus ritos de despedida. Uno muy familiar fue plantar un olivo en el lugar donde falleció Maribel. Como una forma de recordar que la vida continúa donde se terminó para ella. Allí le dejan flores, dibujos o conchas.

Van a cumplirse tres años y la abuela sigue presente en su vida. En la de la autora todos los días y a sus hijos «les hablo mucho de ella porque entiendo que hay que avivar ese recuerdo», apostilla. El libro que nació como un desahogo y como un homenaje a Maribel ahora sirve a otras familias. Es uno de los pocos libros que abordan el duelo para niños y niñas. Y aunque en sí mismo no es suficiente para afrontarlo, es una herramienta asequible. Y como suele ocurrir con los cuentos infantiles es apto para todas las edades.

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