Diario de León

Eutanasia

Evitar un sufrimiento inútil

Luis de Marcos, paciente de esclerosis múltiple, luchó por lograr una sedación terminal sin éxito Su viuda se congratula por la ley, pero cree que llega tarde

Publicado por
Antonio Paniagua
León

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Asun Gómez-Bueno tiene sentimientos encontrados, una expresión que le disgusta porque le parece una cursilería. Cree que el proyecto de ley de eutanasia y suicidio asistido, que será aprobado hoy por el pleno del Congreso, es un paso adelante hacia el camino justo, si bien llega demasiado tarde. Su marido, Luis de Marcos, técnico de televisión y paciente de esclerosis múltiple primaria progresiva, murió en agosto de 2017, a los 50 años, postrado en la cama y víctima de dolores que ni siquiera la morfina era capaz de aliviar. «Según nos dijo la última neuróloga que le trató, no conocía ningún caso en que la enfermedad hubiera avanzado de manera tan atroz». Le detectaron la dolencia a los 40 años y la esclerosis múltiple arrasó su vida en tan solo diez. En poquísimo tiempo pasó de emplear el coche a la moto, porque no podía aparcar, y de ahí a la silla de ruedas. «Los últimos cuatro estuvo paralizado del cuello para abajo», cuenta su viuda.

Después de aquel calvario, a Gómez-Bueno la siguen tachando de «asesina» en internet los detractores de la eutanasia. Luis de Marcos emprendió una lucha pertinaz para que le administraran la sedación terminal, pero todo fue en vano. Primero le ingresaron en el Hospital-Centro de Cuidados Laguna, vinculado al Opus Dei, del que Gómez-Bueno tiene un recuerdo «horroroso». «Lo único que hacían era reñirnos. Luis no se quería dormir porque sabía que, después de despertarse, al día siguiente iba a estar mucho peor. Nos pasábamos la noche en vela viendo alguna película o charlando. La enfermera nos regañaba con que tenía que descansar. Pero él le decía: ‘si llevo diez años tumbado, ¿de qué voy a descansar?’».

Doble calvario

A Gómez-Bueno la siguen tachando de asesina en internet los detractores de la eutanasia

El trato mejoró notablemente cuando fue internado en la Fundación Jiménez Díaz, aunque los padecimientos no remitieron. Los médicos no pudieron administrarle la dosis de medicamentos que hubiera acabado con su vida porque estaban constreñidos por la ley. Pero además, desde que el paciente ingresó en el centro, sabían que eran observados con especial celo. Y eso que el dolor experimentado por el enfermo era intolerable. «Al final le tapaba con fulares porque hasta las sábanas le pesaban. Decía que vivía como si tuviera millones de cristales clavados y estuviera encerrado en un traje de neopreno».

El trato mejoró notablemente cuando fue internado en la Fundación Jiménez Díaz, aunque los padecimientos no remitieron. Los médicos no pudieron administrarle la dosis de medicamentos que hubiera acabado con su vida porque estaban constreñidos por la ley.

Pero además, desde que el paciente ingresó en el centro, sabían que eran observados con especial celo. Y eso que el dolor experimentado por el enfermo era intolerable. «Al final le tapaba con fulares porque hasta las sábanas le pesaban. Decía que vivía como si tuviera millones de cristales clavados y estuviera encerrado en un traje de neopreno».

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