Diario de León

Lala Isla desarma el mito de las mártires de Astorga

«Aquí no pasó nada durante la guerra». Lala Isla desmonta en ‘Las rendijas de la desmemoria’ esta frase que repetía su padre. El pasado oculto de una familia de derechas, de raíces maragatas y bañezanas, sale a luz con una versión inédita del asesinato, en Somiedo en 1936, de las enfermeras de Astorga: «Las mató la esposa de un fusilado»..

Lala Isla acaba de llegar a León para presentar su libro ‘Las rendijas de la desmemoria’, mañana en la Biblioteca Pública de León. MARCIANO PÉREZ

Lala Isla acaba de llegar a León para presentar su libro ‘Las rendijas de la desmemoria’, mañana en la Biblioteca Pública de León. MARCIANO PÉREZ

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ANA GAITERO | LEÓN
León

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Lala Isla acudió durante años a los seminarios del historiador Paul Preston en la London Economics School. Pero nunca se imaginó que aquello que se contaba sobre la Guerra Civil hubiera sucedido en Astorga o en La Bañeza. La frase «aquí no pasó nada durante la guerra» que tantas veces oyó a su padre actuó como un cerrojo sobre la memoria de una familia de derechas que se alineó con el golpe de Estado de 1936, «la paterna con más entusiasmo que la materna».

En Las rendijas de la desmemoria (Ediciones del Lobo Sapiens), libro que presenta mañana en la Biblioteca Pública de León (19.30 horas), esta antropóloga afincada en Londres desde los años 70, transita por ese pasado del que empezó a sospechar cuando vio en la prensa que Astorga pedía al juez Garzón que abriera la fosa de los represaliados republicanos.

Olga Pérez Monteserín, con Ángeles Ortiz y otras. LALA ISLA.

«Los documentos que fui encontrando me ayudaron a poner fechas a los relatos de mis parientes, descubriendo que sus palabras, lejos de lo que yo pensaba, estuvieron como las de tantos millones de españoles al servicio del olvido», explica.

Así descubrió que la paliza que los rojos habían dado a su padre «los rojos» estaba relacionada con el ataque a unos obreros, uno de los cuales fue fusilado por un tío suyo y desenterrado en la fosa de Izagre.

«Lala Isla consigue construir una antropología social de la España de los años de su infancia y adolescencia vista desde la atalaya de una familia de derechas», dice Paul Preston en el prólogo de Las rendijas de la desmemoria.

Los testimonios orales y la ayuda de José Cabañas, el investigador de la represión en la Bañeza, llevaron a Lala Isla al caso de las enfermeras de Astorga asesinadas en Somiedo. «Yo debía haber ido a Somiedo, pero le tocó primero a Olga, a Pilar y a Octavia. Hicieron el reparto en la Catedral con bolas. Ahora no me acuerdo el tiempo que duraba cada turno y a mí me pusieron en el siguiente... Cuando a ellas se les terminó el turno, las autoridades dijeron que lo prolongaba porque en ese lugar no pasaba nada, así que, de haber ido yo cuando me tocaba, me habrían matado a mí y no a ellas».

La madre de Lala Isla, Ángeles Ortiz de la Fuente, era una de las señoritas de Astorga que, en 1936, cuando se produjo el golpe franquista se ofrecieron a ir al frente con un regimiento de soldados del bando sublevado. «En realidad mi madre era la única enfermera, había estudiado en Valladolid», señala la escritora y antropóloga nacida en Astorga y criada en Barcelona. Ángeles era amiga íntima de Olga Pérez Monteserín, quien junto a Octavia Iglesias Blanco y Pilar Gullón Yturriaga, fueron ejecutadas en octubre de 1936 en Pola de Somiedo por el bando republicano.

Lala Isla tiró del hilo de las enfermeras-mártires que tantas veces oyó contar sin cuestionar su autenticidad y se topó con el testimonio de un miliciano asturiano, Abelardo Fernández Arias, que fue testigo. «Yo tuve allí, vilo todo», confesó en la entrevista que mantuvo con la autora y Mercedes Unzeta, sobrina de una de las enfermeras.

El miliciano niega la versión de que las enfermeras fueron torturadas y violadas antes de ser ejecutadas a causa de los celos de la mujer de un miliciano, que se propagó a partir de 1940 con el libro de Concha Espina, Princesas del Martirio. Una novela que habría escrito bajo la presión franquista que mantenía en la cárcel a uno de sus hijos bajo amenaza de muerte, según defiende el autor de Muerte en Somiedo, Alonso Marchante.

«Nunca se investigó la verdad», apostilla Lala Isla. «El hecho histórico que se publicó se reconstruyó a base de ese libro, que es un auténtico bodrio, lo que es completamente inadmisible si no se consideran los motivos propagandísticos que tuvo minimizar la derrota franquista del Copo de Somiedo», añade.

La versión de Abelardo, que Isla recoge en su libro, señala que «los fascistas sacaron una bandera blanca y dijeron: Mandai dos a parlamentar». Se prestaron dos voluntarios: «Nun vayais que el fascismo es muy malo y muy criminal, nun vayáis», les dijo el comandante. Pero fueron para que no dijeran que «tenemus miedo». Y los fusilaron. Los milicianos republicanos se echaron sobre el puesto de los franquistas, que les suplicaron: «Oiga, no sean criminales. Non nus maltratéis, nosotros no tenemos la culpa.

El relato de Abelardo sostiene que los soldados fueron detenidos y subidos a un camión con destino a Gijón, mientras que los mandos y las enfermeras, que según su versión, iban vestidas de calle, les agruparon en otro vehículo. «Dijeron que taban allí, que las cogieran, y que taban allí ayudando a hacer curas. Querían demostrar que las habían cogido los fascistas, nunca dijeron que eran voluntarias».

El miliciano negó categóricamente la historia de la violación: «De violación nada, nada, nada. No les dejaron ni bajar del camión». A continuación relató con pelos y señales la llegada de dos mujeres, una de ellas viuda de uno de los fusilados, un tal Menazas: «¿Quiénes fueron los que mataron a mi marido», preguntó. Nadie respondió.

«Tomaré la justicia por mi mano», dijo la mujer. Ella y la que le acompañaba sacaron unas pistolas de los mandiles «y los cribaron a tiros. Fue un momentín, fue un momentín», aseguró el testigo. Según esta versión, las enfermeras tampoco fueron obligadas a renegar de Dios y su religión, que es uno de los argumentos de peso en los que se ampara la beatificación que impulsa Manuel Gullón Oñate a través de la Fundación Enfermeras Mártires de Astorga desde 2007.

Los cuerpos de las enfermersas fueron recogidos de una fosa en febrero de 1937. Están enterradas en la Catedral de Astorga. «Lo que nadie de mis dos familias me contó ni nunca oí mencionar hasta meterme en estos asuntos, es que los franquistas, tan indignados con el supuesto fusilamiento de las enfermeras, mataron luego al personal, incluidas mujeres, que trabajaba en el hospital psiquiátrico de Valdedios».

Para Paul Preston no cabe duda de que «siendo tres mujeres jóvenes y guapas de la alta burguesía, la manera de su muerte fue tergiversada para explotarlas como una leyenda de martirologio político-religioso». «De hecho, como muestra nuestra autora, las tres, hechas prisioneras, sí que sufrieron una muerte horrible, ametralladas con otros presos por una mujer republicana enloquecida por la muerte de su marido», concluye.

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