Diario de León

Las palabras que crean el mundo

¿Mayor riqueza léxica implica más capacidad intelectual? Tres expertos contestan este y otros dilemas de la lingüística desde diferentes disciplinas intelectuales y todos ellos coinciden en destacar que es la sociedad y la cultura las que marcan la evolución del idioma y no al revés

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cristina fanjul | león

«No puede decirse que hay palabras que sólo existen en español. Desde el punto de vista científico, es incorrecto». El lingüista Mario de la Fuente explica que el lenguaje es una capacidad biológica, innata del ser humano. «Así que sostener que hay lenguas primitivas es falso y socialmente, peligroso», defiende. Explica que la lingüística ha evolucionado y que hay mitos que se han desterrado. Así, precisa que en el siglo XIX había estudios que defendían que los climas fríos creaban lenguas aptas para la ciencia y los cálidos, idiomas más apropiados para la pasión. «No. Cualquier lengua de cualquier país puede expresar cualquier cosa», sostiene, para añadir que en idioma innuit se puede hablar de física cuántica de la misma manera que en inglés. «Lo que ocurre es que las lenguas responden a las necesidades de la vida, por lo que en este idioma tienes decenas de palabras para explicar los colores de la nieve», destaca.

Mario de la Fuente advierte de que se confunde la variante escrita con la lengua de cultura y explica que los esquimales han desarrollado la misma literatura que cualquiera. «Sólo que oral», subraya. En este sentido, recuerda un principio que suele olvidarse. «Cualquier lengua dispone de procedimientos de creación de palabras. El español, por ejemplo, se sirve de sufijos y prefijos. Es una lengua flexiva. Sin embargo, hay otros idiomas que construyen palabras poniendo otras al lado. Se trata de las lenguas aislantes, como el chino. «Es decir, cada idioma tiene sus propios esquemas de creación», asegura. Explica, así, que lo mismo ocurre con los conceptos. El espacio, por ejemplo, que cada idioma visualiza de manera diferente. Por eso en español hay tres grados en los adverbios de lugar —allí, aquí y ahí— cuando en la mayoría sólo hay dos. Lo mismo ocurre con la diferenciación entre ser y estar o el uso del subjuntivo. «Lo que hacemos es verbalizar realidades. Por eso nosotros tenemos cuatro palabras para nombrar la comida dependiendo de la hora del día en que se produzca». Sin embargo, en japonés, estas modificaciones se refieren a lo que se come o a las actividades que se realizan en el transcurso de la comida. Aymore significa comer mientras se habla con adultos y jochasim, hacerlo con niños.

Otra de las características que hace que una lengua genere palabras es el hecho de que se generan para marcar la diferencia. «Existe imberbe porque la mayoría no lo somos», destaca.

Las colocaciones son otra de las características que definen un idioma. Se trata de combinaciones de palabras que aparecen juntas y que son únicas en cada una de las lenguas. En español hay numerosos casos: ‘vino tinto’, ‘error garrafal’, ‘enemigo acérrimo’, etc. Mario de la Fuente añade que el lenguaje es un sustrato arqueológico, que se forma de los fósiles que otros idiomas han ido dejando en él, por lo que resulta apasionante ir a las raíces.

Hay una filóloga llamada Elena Álvarez Mellado, que desarrolla una campaña para rescatar palabras moribundas. «Es lo que se conoce como RAE poética», dice. Pone como ejemplo luquete, que es la rodaja de limón o naranja que se pone en las bebidas, ayear, utilizada cuando se dice ‘ay’ en sentido quejoso en numerosas ocasiones, confuerzo, que es la comida después del funeral, dingolondango, que es un arrumaco o borborigno, ruido que te hace el estómago cuando tienes hambre. «Hay un sentido de la palabra pedante que me gusta de manera especial. Pedante era el maestro que enseñaba gramática a los niños yendo a sus casas».

La etnolingüística es la disciplina que estudia la relación entre las cosas y las palabras. «En León, ha dado lugar a trabajos de dialectología. Concha Casado, por ejemplo, es la autora del tratado sobre el habla de La Cabrera y Guzmán Álvarez realizó uno similar acerca del léxico en Babia y Laciana». El catedrático de Filología Hispánica de la Universidad de León, José Ramón Morala, destaca que en los últimos tres siglos el lenguaje relacionado con el campo, con el ajuar doméstico, los aperos, las medidas, la ganadería o la vestimenta tradicional, apenas se modificó. «Sin embargo, en los últimos cincuenta años, los cambios drásticos que se han producido en el mundo rural han acabado con gran parte del léxico», precisa el académico de la RAE. «Hay palabras que los jóvenes no conocen y que ya nunca conocerán. Nombres de animales silvestres, por ejemplo», añade. Para el catedrático el empobrecimiento del lenguaje es un hecho, si bien recuerda que los idiomas se adaptan a lo que necesitan. «Cuantas más palabras conozcamos, mejor porque cuanto menos léxico tengamos, menor será nuestra capacidad para construir frases complejas», lamenta, y precisa que hay gente que no es capaz de expresar conceptos complejos porque no los tiene. Como ejemplo del empobrecimiento de la lengua, José Ramón Morala se refiere al cielo durante la noche y subraya que en las ciudades ya no se ven las estrellas a causa de la contaminación lumínica. «¿Cómo vamos a pedir a la gente que conozca el nombre de los astros?», se pregunta. ¿Nuestro mundo es más simple? le interrogo. Y el profesor deja un motivo de reflexión sobre la mesa: «Cada día somos más receptores y menos emisores. Estamos perdiendo capacidad de discusión...»

Palabras prohibidas

El psicoanalista Luis Salvador López Herrero destaca que para el psicoanálisis, el tabú u objeto prohibido es esencial para el desarrollo de la subjetividad. «Freud hizo del tabú del incesto, promotor de la exogamia, el concepto esencial inconsciente que vertebraría el desarrollo de las relaciones sexuales en las diferentes épocas y culturas», manifiesta, al tiempo que recuerda que la famosa prohibición ‘No te acostaras con la madre’ estructuró su modelo edípico, configurando el marco de deseo y de prohibición, como elementos esenciales del desarrollo del psiquismo.

Asimismo, otra de las consecuencias del texto de Freud Tótem y tabú es que sin ley y sin límites no hay posibilidad alguna de cultura, porque es la prohibición quien garantiza el pacto a partir de la renuncia. «De ese modo, lo que variará entre las diferentes culturas será el semblante o la vestimenta en cómo esta ley, que prohíbe, se introduce entre sus miembros, siendo las palabras y los ritos los que vehiculizarán el modo específico en cada comunidad», sostiene el experto.

Luis Salvador López explica que a través de una palabra talismán, el tabú organiza el campo de lo que se puede decir y de lo que no se puede hablar, en cualquier cultura. «En este sentido, el lenguaje estructurara el marco de lo posible y de lo prohibido a partir de las propias palabras convertidas ahora en tabúes y vocablos permitidos», subraya el autor de El infierno de los malditos. A su juicio, la creación de palabras que remiten a lo prohibido no es sólo una característica del lenguaje convencional adulto sino también de los propios niños, que a veces inventan vocablos para designar todo aquello que no se puede decir. «Y ahí, en este punto, lo sexual adquiere igualmente un valor específicamente singular en la cultura», asegura.

Para López Herrero, el lenguaje no sólo presenta un entramado formal sino también un significado que aparentemente vale para todos. «De ahí la posibilidad de comunicarnos, aunque siempre con ese malentendido de fondo porque no todo queda suficientemente esclarecido», subraya. Así, defiende que en el lenguaje hay algo más que comunicación o semántica. El psicoanalista la utilización de las palabras no sólo varía entre las diferentes subjetividades sino también entre diversas culturas, porque el lenguaje, además de su función de significación, adquiere un valor de satisfacción opaca u goce particular para el sujeto. «Por eso la invención de palabras o de vocablos sinsentido, los neologismos, es una característica de determinados sujetos que hacen un uso propio y particular de los mismos, en donde la palabra ya no está al servicio de la significación, sino más bien del goce», manifiesta. El escritor considera que a veces estos usos singulares no adquieren ningún valor para la comunidad, pero en otras ocasiones, caso de Joyce, ocupan riadas de estudios de investigación que se eternizan. «Por algo será».

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