Diario de León

EL MOTRIL DE PRIORO QUE PASTOREA ALMAS

Aquellos niños pastores de León

«Fui pastor de ovejas en la infancia. Desde los 7 hasta los 13 años. Pasé los veranos de aquellos años con un rebaño de merinas, el ganado de la trashumancia. Allá, en las montañas de León y Palencia. No fui el único ni el primero, ni el último que emprendió ese oficio a tan temprana edad...». El dominico Felicisimo Martínez Diez, de Prioro, retrata la figura olvidada de los motriles, en el libro ‘Te regalo mi infancia’

Felicísimo Martínez con un atuendo muy similar al que llevó al partir de Prioro como motril. DL

Felicísimo Martínez con un atuendo muy similar al que llevó al partir de Prioro como motril. DL

León

Creado:

Actualizado:

Felicísimo Martínez Diez, el tercero de la numerosa familia de El Madreñero de Prioro, hace un recorrido más que un recorrido personal por «¡aquellos tiempos de pastor!». Al contar sus vivencias, en un relato que tejió para la familia, rescata la memoria de un tiempo que hoy parece «un relato de fantasía» y reivindica la cultura pastoril en todas sus dimensiones y las sacrificadas vidas de aquellos hombres y mujeres que fueron sus protagonistas durante siglos.

En Prioro y Tejerina era tan corriente iniciarse en el pastoreo como motril o pinche a temprana edad que a había un nombre específico, jalderos, para los que no eran contratados para el oficio. «Siempre hubo un cierto pique entre motriles y jalderos», comenta. Era el orgullo de raza de los pastores.

Felícisimo Martínez nació en 1943 y no había cumplido aún los siete años cuando salió por primera vez como motril, la última figura del escalafón en la jerarquía «feudal» que garantizaba el funcionamiento y buen manejo de los rebaños trashumantes.

Fue contratado por treinta duros o 150 pesetas en el mes de mayo de 1950. El mayoral del rebaño de don Faustino, el Comandante de Tejerina que residía en Palencia, fue a su casa en busca de un motril para la subida a los puertos con las merinas.

Felicísimo Martínez, teólogo dominico, en una conferencia. DL

Felicísimo Martínez, teólogo dominico, en una conferencia. DL

El mayoral dudó porque «era demasiado pequeño. ¡Un motril de seis años!», pero su padre le convenció. «Es cierto que es demasiado pequeño pero tiene unas ganas de ser pastor», dijo El Madreñero, que también consiguió arrancar al mayoral un complemento en especie al sueldo acordado: el pellejo de una oveja y cuarto de cada oveja muerta o despeñada o matada por el lobo.

Con la palabra, que era palabra de honor en la cultura pastorial, quedaron sellados ‘el contrato laboral de infancia y las responsabilidades prematuras’, como titula Felícisimo Martínez el primer capítulo de su libro Te regalo mi infancia. Pastor motril desde los seis años , que devoran este verano en la montaña oriental y mucho más allá.

Felicísimo Martínez, de pie en el centro, entre sus hermanos que ya vestían chaqueta de traje. DL

Felicísimo Martínez, de pie en el centro, entre sus hermanos que ya vestían chaqueta de traje. DL

«Nunca me he sentido víctima de explotación infantil», confiesa en el relato. El trabajo de los niños y niñas en las faenas agrícolas y ganaderas. Al menos los motriles tenían su salario. Felicísimo nunca subió de categoría, ni siquiera a zagal, el siguiente puesto en la jerarquía pastoril. Era «toda una organización social».

«El amo era el amo. Luego venía el mayoral, a cargo de una cabaña, y a continuación el rabadán, a cargo de un rebaño. Luego seguían el compañero, la persona, el sobrado, el zagal o temporero y el motril», como detalla en sus memorias de infancia.

Aquel motril no subió más en el escalafón pastoril, pero fue uno de tantos frailes que salieron de la montaña y de otras comarcas de León en aquellos años de posguerra, hambre de pan y de nuevos horizontes en la sociedad urbana que finalmente triunfó sobre milenios de cultura pastoril.

El transistor, primero, y la tele poco después rompieron la soledad de los pastores, como relata el dominico, y también abrieron sus expectativas a un mundo nuevo. Y los chavales se abrieron camino en múltiples oficios, aunque unos pocos aún llegaron a pastores hasta principios del siglo XXI.

Felícisimo Martínes se licenció en Filosofía y Letras en la Universidad Complutense de Madrid y se doctoró en Teología por la Universidad Angelicum de Roma, y fue pastor de almas en misiones de evangelización en América Latina, Europa y Asia.

Portada del libro. DL

Portada del libro. DL

Llevó siempre consigo la memoria de aquellos años de motril. En la cabeza y en la maleta, donde hacía hueco para el cuerno de vaca tallado con las figuras de un venado, un león y un tigre y las iniciales D. B. L., un desconocido que debió de ser su primer dueño. El cuerno de vaca hacía las veces de vaso y los pastores lo usaban para otros menesteres como ordeñar las cabras.

El que acabaría siendo un objeto fetiche de la memoria se lo entregó su padre antes de partir con el rebaño junto con el zurrón, la navaja, las coricias o sandalias y la porracha (el cayado). Su madre le preparó un jersey de lana merina zurzida a mano, unos pantalones de pana «ni muy largos ni muy cortos, sino todo lo contrario», una muda y una manta.

Llegado al día, montó al caballo del mayoral con la impedimenta y se dirigieron hacia Palencia, donde habían desembarcado las merinas. Ya era corriente, en los años 50, que las trashumantes hicieran la mayor parte del trayecto desde Extremadura a los puertos y viceversa en tren.

«¡Ya lo veo! ¡Ya lo veo!», exclamó el chiquillo cuando el mayoral le mostró el tren. Fue una de las primeras que contó de su hazaña al volver al pueblo y a la escuela. Felicísimo cuenta con orgullo que fue uno de los pocos motriles que se apeó del burro y del caballo para llegar en tren hasta los puertos desde Puente Almuhey al Vado de Cervera o a Salinas y viceversa. «¡Pocos motriles tuvieron ese lujo!».

Si el encuentro con el rebaño fue emocionante, a las pocas senmanas viviría la experiencia más dramática de aquellos años al perderse entre la niebla una mañana que le encargaron ir a por una hogaza a la majada vecina. Fue una dura prueba para aprender a superar el miedo.

El motril que llegó a dominico tiene muchísimos libros sobre cristología, su especialidad, y reflexiones del evangelio. Creer en Jesucristo, vivir en cristiano; creer en el ser humano, vivir humanamente , L a moral : la moral cristiana, opresora o libertadora; La frontera actual de la vida religiosa ¿A dónde va la vida religiosa? o el más reciente, El coronavirus, ¿alarma para despertar? son algunos de los numerosos títulos editados por prestigiosas editoriales como San Pablo. Pero el que más se busca en la librería de Cistierna no tiene más sello editorial que su nombre y el de la ilustradora de los dibujos a lápiz, Consuelo de la Cuadra, amiga del autor profesora de Bellas Artes en la Complutense. Acompañan a las vivencias unos dibujos a lápiz que sitúan al lector entre chozos, genciana, campanillas, mastines y lobos.

El último capítulo reivindica la memoria de este oficio, que muchos abandonaron tras hacer el servicio militar para emigrar a Madrid, Barcelona, Bilbao... Y pone en valor las iniciativas que tratan de mantener la huella de la trashumancia por las cañadas, con la calle Alcalá de Madrid como máximo símbolo de pervivencia en la cultura urbana.

«No está mal que los niños de la capital tengan una oportunidad de ver ovejas, cabras, caballos, asnos... e incluso pastores en vivo y en directo. No sea que lleguen a pensar que todos esos seres son extraterrestres o personajes de ficción», subraya.

La trashumancia, defiende, trascendió la categoría de oficio y moldeó a unos seres humanos peculiares. Los trashumantes serranos vivían separados de sus familias durante nueve meses, lo que suponía que sus esposas eran «como viudas» y los hijos e hijas como «huérfanos», además de cargar con la doble tarea de educar y tirar de la economía doméstica y agrícola. Los extremeños, por el contrario, viajaban con sus familias.

Era «una forma de vida tan asumida, que se había convertido en cultura». La austeridad que requiere el viaje, añadida a la pobreza de aquellos tiempos, la reflexión y profundidad de carácter que marcaba el silencio; y el contacto con la naturaleza proporcionaban al pastor una sabiduría que Felícisimo supo apreciar con los años.

«Un pastor experimentado de mi pueblo, pensaba generosamente que en la universidad se enseña todo. Pensativo, me dijo: «Oye, ¿no te parece que la naturaleza se está agotando? Yo lo vengo observando desde la primera vez que bajé a Extremadura. ¿Qué decís vosotros?».

No se atrevió a contestarle el joven universitario que había sido motril. «Décadas después, cualquier persona sensata le contestaría: «Sí, tío. Usted tiene toda la razón. La naturaleza se está agotando. La estamos agotando».

Hoy «la ecología nos llama la atención sobre muchos riesgos de los que ya nos habían advertido los pastores», concluye en su alegato. Este libro de un niño motril es un primoroso tratado de la trashumancia que reivindica también la tradición oral, la cultura musical e incluso la mística de los pastores, apegados a tradiciones como oír misa y confesarse en Pascua y protagonistas de tantas apariciones.

tracking