Diario de León

Una historia de «sangre, sudor y lágrimas»

VÍDEO | El parador cuenta la verdad de San Marcos

Josep Sala, último superviviente del campo de concentración de San Marcos, fue ayer el rostro de las 15.000 a 20.000 personas apresadas entre 1936 y 1939 en el recinto hoy parador nacional.

Josep Sala, superviviente del campo de concentración de San Marcos, en la sala capitular junto a la placa dedicada a este capítulo de su historia. RAMIRO

Josep Sala, superviviente del campo de concentración de San Marcos, en la sala capitular junto a la placa dedicada a este capítulo de su historia. RAMIRO

León

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En una esquina de la sala capitular de San Marcos, una de las salas del antiguo hospital de peregrinos donde se hacinaban los presos durante la Guerra Civil, el parador ha colocado una placa que dice: Campo de concentración. Por primera vez, el hostal de lujo que inauguró Franco en 1965 pone nombre a un capítulo de su historia. Recupera un eslabón perdido en la larga historia del edificio que se levantó entre el siglo XVI y XVII sobre el original templo-hospital para peregrinos de Santiago del siglo XII.

Un dibujo de Castor González Álvarez, uno de los entre 15.000 y 20.000 prisioneros que tuvo el campo de concentración de San Marcos, ilustra la breve historia de este capítulo ominoso sobre el que ayer se hizo luz con un homenaje al último superviviente del penal, Josep Sala Gorrea, que estuvo preso durante cuatro meses con 19 años y regresó a punto de cumplir los 102 años (los hará el próximo 12 de septiembre) con la emoción de ver reparada una deuda pendiente. «Es un recuerdo a los que conmigo pasaron muchas calamidades en este campo, un colofón a lo que pasamos aquí que fue sangre sudor y lágrimas», dijo en la última intervención de un acto que se celebró en el claustro superior restringido a autoridades y familiares de víctimas del campo de concentración y sin acceso para la prensa (fue retransmitido en streaming ).

Josep Sala no se quedó en el pasado. «Para la gente joven y generaciones venideras pido que se deshagan de las guerras», porque «lo peor que puede pasar en un país es una guerra», recalcó. También tuvo palabras para la clase política y pidió lo imposible: «Cordura», «concordia y sensatez». «Es difícil porque somos muchos millones y todos pensamos diferente», admitió sin renunciar a su deseo.

El parador cuenta la verdad de San Marcos, como pidió la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) en diciembre, cuando fue reinaugurado tras una larga reforma que tiene pendiente aún la segunda fase. Verdad, justicia y reparación es lo que la ONU solicita a España para las víctimas del franquismo. «En Paradores no ocultamos la historia de este edificio», remarcó Óscar Lóprez, presidente de la empresa pública, en la introducción del acto «por la memoria de Josep Sala y los miles como él que vivieron entre estas cuatro paredes». Carlos Hernández, autor del libro Los campos de concentración de Franco , señaló que tras décadas de democracia y de ignorar a las víctimas «hoy damos un paso más para conocer la historia real de San Marcos» que fue uno de los 300 campos de concentración repartidos por toda España durante y después de la Guerra Civil en los que hubo «exterminio selectivo», «investigación a los prisioneros», «explotación laboral» y «castigo». Fueron los campos, dijo, «lugares de reeducación de los prisioneros». «Que su historia no se esconda nunca más debajo de las alfombras», concluyó.

La periodista Olga Rodríguez, habló en nombre de los familiares de las víctimas. Es bisnieta de Santos Francisco Diaz, "herrador de Mansilla de las Mulas, padre de dos hijas y de cinco hijos (entre ellos mi abuelo)». «Estuvo encerrado en estos muros y lo sacaron una noche de octubre de 1936, junto con otros cinco hombres y una mujer, para fusilarlo en el monte pegado al puente de Villadangos»,

Casi 80 años de «dolorosísima ausencia» ha presidido la historia de la familia, como recordó Pura Francisco, nieta del desaparecido, a través de unas palabras que trajo su hija. «Mi bisabuelo sigue desaparecido y seguimos buscándolo», como buscan sus familiares a Isidro y Epifanio González, alcalde de Mansilla de las Mulas; al cartero Federico Sacristán, apresado junto a Victoriano Crémer, aunque no tuvo la suerte de volver a casa como él; a Rufino Suárez y Epifanio, ; o a los hermanos Rojo, que eran menores de edad.

Su tío abuelo paterno, el inspector de enseñanza Rafael Álvarez, salió otra noche, de agosto, para ser fusilado en Puente Castro junto al capitán Lozano, abuelo de Zapatero, y otros... «Dicen que aquí no hubo guerra civil, pero se produjo una persecución sistemática contra quienes pensaban distinto», remarcó Rodríguez.

«Entre estas historias transcurrió mi infancia». Pero todavía hoy, añadió, «España mantiene un patrón de impunidad sobre las desapariciones del franquismo». La periodista recordó que «sin memoria no hay civismo» y quienes la reclaman no tienen «deseo de revancha» sino que reclaman «justicia y defensa de los derechos humanos».

«Lo que fue una prisión se ha convertido en espacio de hospitalidad y eso es la democracia», dijo el poeta y director del Instituto Cervantes, Luis García Montero, quien recordó que también Quevedo, en otro 39, 1639, estuvo preso bajo tres llaves durante tres años y siete meses en la misma cárcel. El Instituto Cervantes ha cedido una biblioteca al parador de San Marcos cuyo último título, aún por llegar, es Poetas españoles republicanos .

El poeta y premio Cervantes Antonio Gamoneda recordó su infancia sin escuela —«no había porque tenía que realizarse eficazmente la depuración del magisterio»— y las cuerdas de presos que veía desde el balcón de su casa de la carretera de Zamora, número 4. «Que la causa de las cuerdas de presos no vuelva a ocurrir, no se puede permitir», subrayó.

José Luis Rodríguez Zapatero, expresidente del Gobierno, fue el penúltimo en intervenir en el «acto histórico» y necesario «para hacer una patria definitiva», aunque admitió que «costará generaciones» construirla. Zapatero se preguntó que pensarían en un día como ayer «los más de 20.000 presos —en algún momento hubo hasta siete mil— durante décadas olvidados cuando no vilipendiados». Tras enviar «una abrazo intenso a todas las familias que tuvieron aquí personas, unas en la cárcel, otras fusiladas, otras desaparecidas...», recordó una vez más el testamento de su abuelo, el capitán Lozano, «Muero inocente y perdono. Pido a mi esposa e hijos que perdonen».

El parador cuenta, en letra pequeña, la verdad de San Marcos, en una esquina de la sala capitular. Una pequeña placa señala que fue campo de concentración. Y la ventana que antes tapaba una cortina ahora se presenta diáfana para que los visitantes de San Marcos puedan ver, al otro lado del cristal, el monolito de homenaje a las víctimas de la Guerra Civil del Museo de León en la sala del claustro. Los del museo, en cambio, no podrán ver la placa ni tampoco los ciudadanos de León o visitantes no alojados en el hostal porque, de momento, por el covid, se han suprimido las visitas al histórico edificio.

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