Diario de León

Pepe Romano: «La adicción hace que todo lo que tocas se convierta en mierda»

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«¿Para qué esperas a que te pase algo para cambiar?» Pepe Romano, preso durante años del alcohol y otras drogas, ha cumplido 33 años de vida sin adicciones y ahora, aparte de ganarse la vida en la división comercial de un equipo de fútbol en México, dona su tiempo a los demás. Su descenso a los infiernos se inició cuando con tan solo 13 años de edad empezó a subir «los escalones de la adicción» con su primera borrachera. «No me gustaba el alcohol, pero sí su efecto», confesó. El efecto desinhibidor del alcohol le daba «buena onda» y pronto pasó a la marihuana. Luego vino la cocaína. «Lo único que no hice fue pincharme porque desde pequeño me dan miedo las jeringuillas», aclaró.

Robos a la familia, promiscuidad sexual, conductas temerarias... Nada le llenaba. Ni siquiera las cosas materiales que más ansiaba, como la Harley Davisson: «Estaba igual de jodido, pero en moto». Pasó por una escuela militar en Estados Unidos, fue a estudiar Diseño de Moda a Madrid, buscó a una ‘chica fresa’ (‘bien’) pero «arrastraba mi tristeza conmigo». Nada funcionaba y lo intentó todo. Hasta hacerse budista, pero «llega un momento en que la vida de un adicto, que no es capaz de comprometerse consigo mismo, no se puede comprometer con nada». «La opción de un adicto es drogarse», confesó Pepe Romano. «Es una enfermedad mortal», en la que como un rey Midas a la inversa «todo lo que se toca se convierte en mierda». El asesinato de un amigo fue su punto de inflexión. Empezó a correr maratones, quiso volver con su novia y tras mucho perseverar, «hoy disfruto de un atardecer, del frío, disfruto de todo...». «Haz algo por alguien», dijo Romano a los jóvenes que le seguían con atención. «Ese vacío que me causaba la adicción, ese roto del alma, me lo llena hacer algo por alguien».

«Son pocos los que salimos», advirtió tras contar que muchas veces ha oído que . «A esa edad te sientes indestructible y es muy fácil entrar, pero muy difícil salir». Pepe Romano concluyó su intervención leyendo la carta que escribió cuando salió del centro de rehabilitación y que debería haber quemado. Un emotivo alegato en el que se despide de las drogas como si fueran una novia celosa que le esclavizaba y que siempre está al acecho esperando su nueva caída.

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