Diario de León
Publicado por
Carlos Santos de la Mota | Autor del libro 'León, historia y herencia'
León

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En algunos escritos anteriores hemos dejado dicho que para enfrentarse al conflicto político catalán con visos de solventarlo, y duradero no sabemos, no va a servir cualquiera ni cualquier solución de parche servirá. Pero lo que va a servir menos es la dureza, si con dureza se trata. Eso lo quebrará irreversiblemente y dejará rencores profundos de adentro hacia afuera, y viceversa, y no tanto de adentro hacia adentro.

Creemos haber dicho también que el propio Estado ha de desinflar su arrogancia, mostrarse «más Estado de todos» y aplicarse a su real función: la de coordinar a los pueblos de los que está constituido y a los que se debe. Puede ser un verdadero Estado federal ya de una vez, y de una vez por todas también que se reconozca la diversidad nacional de más de uno y de dos y de tres de sus territorios, uno de ellos es mucho más viejo que España: León, sin ir más lejos, y también el más despreciado aunque en el escudo de la bandera del Estado tenga un cuarto de representación, pero eso es pura tela coloreada si no hay más demostración contante y sonante. Cayón Waldaliso, antiguo cronista oficial de la ciudad de León, parodiando a Gabriela Mistral dice: «...perder sólo supieron León y Jesucristo», Diario de León, 30-05-1984. ¡Ni siquiera nos ha servido para un reconocimiento mínimo! Y por supuesto que sea el pueblo el que decida y al que se le otorgue la opción de decidir sobre qué forma ha de tener la jefatura de su Estado y de Gobierno. Porque hasta ahora ha sido dirigida e impuesta, y ya no estamos en esos tiempos, por fortuna.

El Estado en conjunto lo único que tiene es fuerza, la que suma de entre todos; pero todo eso es muy poco si no sabe o no es capaz de armonizarla y repartirla en el empleo a una sociedad que se siente, y es, pueblo, país, nación y ha llegado a un nivel de «això ja no té marxa enrere» (esto ya no tiene marcha atrás), al menos en un porcentaje muy considerable que puede subir en la medida que suba la presión o más desafecciones a una sociedad y por ende a su institución de gobierno ya muy decepcionadas.

El mal y los problemas, ya con una indisimulada inercia pero además también con un buen y concienciado apoyo local, siempre pueden ir a más. Sólo pueden encallarse y reproducirse en desafecciones irreconciliables e irreversibles. Un cáncer que puede propagarse en metástasis y que hasta puede que sea eso lo que suceda y convenga una vez que el propio Estado se ha eliminado a sí mismo motu proprio, en especial desde la derecha política. Tal vez sin voluntad, tal vez..., pero opositando a ello secularmente en sus élites y castas con complejos de superioridad, especialmente asentados en la villa y corte.

Parece que el maravilloso pueblo catalán que conocemos —su común— ya ha tomado sus propias decisiones; probablemente no haya tenido más remedio que escoger un desvío al que le ha obligado un peñasco enorme, rudo y áspero que ha estado durante demasiado tiempo en medio de una senda por la que se supone debería ir y venir la normalidad del entendimiento.

Muy honestamente creemos que la soberbia ha habitado más en una parte que en otra. Siempre el fuerte, o el que se lo cree, apela a las «tablas de la ley» ya escritas como si ello fuera inapelable para todo tiempo y circunstancia; en el fondo no es más que la utilización del recurso fácil y cómodo que tiene como «fuerte» y que es también el que le permite seguir escondiendo la cabeza debajo del ala; una locura de poder institucional «sobrado» frente a una situación de naturaleza distinta, incluso radicalmente contraria, que no podrán nunca juntarse ni entenderse, sino distanciarse más y más. La cuestión es si eso es suficiente y, peor, si conviene para el futuro.

Que buena parte de los catalanes se hayan cansado esperando ver esas cosas mejorar, es lección que debemos aprender porque en ello, de momento, también estamos implicados y afectados. ¿Podríamos decir que nos están «adoctrinando»? Sí, en positivo. ¿Podríamos decir que el propio Estado avala la contradoctrina aunque ni la quiera ni la desee? Sí. ¿Podría ser que la doctrina de Estado y ciudadano fueran contrapuestas? Sí. Todo es doctrina, también esa españolidad cada vez más rebaño obtuso que interesa más a unos que a otros aunque la mayoría de sus devotos no perciban que son simples peones de las mismas cúpulas de siempre que reparten cada vez con más desigualdad.

Les recomendamos un buen libro de absolutas desigualdades y agravios que priorizan en unos y para unos sus ventajas y discriminan en harapos al resto de súbditos y a sus pueblos: España, capital París, un repaso apoteósico de insensatos servicios y estructuras radiales decretadas por unos y por otros desembocando todas en un Madrid, «km 0», sede cortesana y convertido hoy en capital total, absolutista, editado por Destino y escrito por Germà Bel i Queralt. Tal vez el mayor problema de España ha sido su concepción de un Madrid ciudad-estado —y los nacionalismos sólo hayan sido una causa de dignos, valientes e insumisos de derecho— absolutamente centrípeta como una isla de riqueza enorme, casi y sin casi un paraíso fiscal, aunque envuelta y rodeada sin embargo de muchos kilómetros lineales de tierra quemada y condenada a renunciar por siempre jamás a su derecho a crecer y a vivir si no es emigrando al «núcleo».

Tal vez el mayor problema de España ha sido su concepción de un Madrid ciudad-estado —y los nacionalismos sólo hayan sido una causa de dignos, valientes e insumisos de derecho— absolutamente centrípeta

Nadie se queja sin dolor. Y los que se callan, teniéndolo, ni se hacen un favor a ellos mismos porque contribuyen con una ciudad y un statu quo cada vez más voraz con «la suma de todos» —como decía un eslogan madrileño de hace años—, ni a un Estado «al que tanto quieren» pero inadmisiblemente descompensado que ya nació para serlo con una capital «centrada», y no por casualidad. A todo ello han ayudado las oligarquías viejas y sus herencias, por un lado, y, por otro, una enorme mayoría de indolentes y también cautivos inocentes de sus emociones distorsionadas.

Espérennos, esperamos.

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