Diario de León
Publicado por
Arturo Pereira
León

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A veces tendemos a simplificar demasiado las cosas y con ello llegamos a conclusiones erróneas, y lo que es peor, a conductas totalmente alejadas de la realidad. Uno de los viejos debates sociales en los Estados Unidos es la cuestión de la raza, que no tanto del racismo. Esto significa que toda raza, o grupo de personas que étnicamente sean diferentes de la dominante, si fuera el caso, sería susceptible de ser considerada como «extraña».

Se puede argüir que si hay razas diferentes, evidentemente podemos ser evaluados como diferentes. Parece lógico, pero esta afirmación, en principio absolutamente inocente, encierra un peligro intrínseco y es que lo diferente sirva para establecer criterios de calidad y por lo tanto de desigualdad.

Si partimos de una premisa que también resulta obvia, como es el que todos somos diferentes, o no exactamente iguales, el criterio de la raza no debiera servir para evaluarnos; a nadie. Es muy peligroso agruparnos por razas para cualquier propósito que nos propongamos. Un ejemplo claro, en nada se parecen un japonés y un chino. Su forma de entender la vida es muy diferente aunque en ambas culturas subyacen filosofías comunes por todos conocidos en Oriente.

Pero, incluso dentro de los japoneses, hay distintas filosofías, religiones y cualquier criterio diferenciador que se nos ocurra. ¿Y qué decir de los españoles? Más allá de los tópicos, me gustaría saber si alguien es capaz de determinar algunos parámetros únicos y singulares que nos permitan seguir afirmando que somos diferentes.

El criterio de la raza nunca ha traído nada bueno a la humanidad. Quizás porque es erróneo y deficitario en su propia esencia. Lo que ocurre en Estados Unidos con los negros es algo que se arrastra desde los orígenes de esta nación. Es una cuestión que no se ha resuelto en gran medida porque es mucho más compleja que una simple discriminación por el color de la piel.

La jurisprudencia de la Corte Suprema estadounidense, desde sus inicios en el siglo XIX, ha ido evolucionando hacia lo que los europeos de forma reduccionista podríamos considerar como igualdad de los negros y blancos, hacia la desegregación. Pero, la cuestión es más sutil, porque dentro de ese camino hacia la igualdad hay que tener en cuenta las múltiples razas que existen en este país, además de la cuestión de la discriminación de la mujer.

No ha sido un camino exento de grandes dificultades, ni lineal, ha habido momentos de avance y de retroceso. La explicación puede venir de la mano de un juez, que ha sido el segundo juez negro de la Corte Suprema propuesto por el presidente Bush, el padre, y por lo tanto de tendencia conservadora.

El hecho de ser negro y conservador, hasta hace poco era una cuestión difícil de ver, y menos en personas con unos orígenes tan humildes como el de este juez cuyo padre hizo de todo para ganarse la vida y darle una educación exquisita a su hijo.

El argumento del juez Thomas es sencillo; si bien se debe ayudar a los que la vida ha colocado en situación de desventaja, como pueden ser las minorías, es cada individuo quien debe pelear por sus derechos individuales y el Estado debe hacerlos valer.

No es partidario de la discriminación positiva, sí lo es del derecho Natural que establece la radical igualdad de los seres humanos. Derecho Natural que es el fundamento de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, y que declara desde una perspectiva de fe en la existencia de Dios, que todos los seres humanos son iguales.

De acuerdo con esto, El juez Thomas entiende que la igualdad se alcanza por el pleno ejercicio de los derechos civiles, de forma individual, no por medio de una defensa grupal de las distintas etnias. Puede resultar utópico, es cierto, pero no deja de ser razonable. No cree en el criterio de la raza, cree en el criterio del individuo, porque se supone que la raza no es un criterio válido para configurar sociedades justas.

Esta filosofía jurídica está fundamentada en sus firmes creencias religiosas fruto de su formación en colegios y universidades católicas. En base a ellas da por superado la desigualdad racial y todo tipo de discriminación, colocando la doctrina de la justicia social y del Derecho Natural como únicos criterios válidos y prácticos para garantizar la igualdad.

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