Diario de León
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Manuel Garrido | Escritor
León

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Peter Berger, reconocido maestro en sociología de la religión, dice que el norteamericano medio a los cincuenta años todavía no ha hecho su última conversión religiosa. El término debe entenderse en su sentido histórico secular como vuelta o llegada a la «verdadera» fe, mientras que si es esta la que se abandona en busca de otra, entonces quien emigra ya no es converso, sino renegado. Y renegado equivale a condenado, como corresponde a quien abandona el camino recto. Bien sabido es que en tiempos el renegado debía huir para escapar a la muerte y su meta era el refugio en otra fe «verdadera», que por su parte también tenía sus renegados igualmente fugitivos. En resumen, quien llega a la propia fe es un converso, venga de donde venga, y quien la abandona, un renegado, vaya donde vaya.

Según la norma tradicional, sigue habiendo conversos y renegados, aunque por fortuna nadie tenga que huir para salvar el pellejo

El susodicho ciudadano es protestante y la afirmación de Berger evoca, no exenta de cierta sorna, la frecuencia y la facilidad con que cambia de iglesia o denominación, frente a otros grupos que, contrariamente, rechazan toda veleidad en el mantenimiento de la opción primera. Su fe está esencialmente ligada a la Biblia, la Palabra de Dios que invocan constantemente para todo y se plasma en manifestaciones ruidosas en respuesta a las incitaciones de los dirigentes, que en sus prédicas utilizan recursos puramente teatrales, incluido el histrionismo, para propiciar la exaltación emocional. La razón discursiva y meditabunda fue desterrada a favor de un pentecostalismo hipertrofiado.

El supermercado religioso norteamericano mantiene una oferta numerosa de iglesias y denominaciones allí nacidas y asentadas, pero ya hace tiempo que muchas emigraron, exportando con ellas el «modo de vida americano» a otros países, en particular de la América hispana, donde se multiplicaron, incorporando ingredientes propios. Y según la norma tradicional, sigue habiendo conversos y renegados, aunque por fortuna nadie tenga que huir para salvar el pellejo, aunque tal vez alguno considere prudente alejarse para salvar la vida, preservando la salud, el patrimonio, el equilibrio personal, etc.

En la franja centroamericana y caribe donde está Honduras prolifera al calor tropical este tipo de iglesias con rótulos de inconfundible aspecto comercial: Puerta del cielo, Visión divina, Sol de justicia, Visión celestial, Aposento alto. Metido en esa selva, el observador curioso se tropieza con un rótulo tan extraño como este: Iglesia libre de Dios, tras el que se adivina la mano de un anunciante con capacidad expresiva muy precaria, por esa declaración formal de ateísmo, tan sorprendente en una iglesia, cuando en realidad lo que quiere es advertir de su independencia a quien leyere al pasar.

Una llamativa Palabra miel remite por cierto a la primera traducción al español de la Biblia, la llamada Biblia del oso, porque precisamente llevaba como emblema en la portada la figura de un oso con un panal de miel, evocando así los dos pasajes, uno de Ezequiel y el otro de Apocalipsis, en los que se compara la palabra divina con la miel, tan dulce en los labios para ambos, como también amarga en el estómago para el segundo. Seguramente será una variante de esta la llamada Ministerio Miel, que en agosto de 2019 cobró una desgraciada notoriedad, cuando un pastor degolló en pleno culto un cabrito, y mientras extendía con la mano la sangre por su camisa blanca, gritaba enloquecido: «Su sangre fue derramada». Largo rato estuvo el cabrito pataleando y cuando cesó fue puesto en una cruz. El hombre recibió la condena general y ante las protestas salió a disculparse, pidiendo perdón por «el simbolismo» que había hecho.

Existe una iglesia rotulada con solemne pompa Ministerio Internacional Visión Celestial. A la bautizada como Jesús es mi Rey la acompaña este subtítulo definitivo: El epicentro de los milagros. Se puede suponer que tras la denominada Segunda Rosa de Sarón, haya habido una primera Rosa de Sarón, bello y exótico nombre hallado en el Cantar de Cantares. La precariedad gramatical queda retratada en la fórmula Aposento Reconcilio, y más aún en la interminable y apabullante Ministerio Adoración a mi rey Jesús, unción apostólico y profético. Veamos esta serie de retumbante sonoridad: Iglesia del Evangelio Cuadrangular, Ministerio más que Vencedores, Ministerio Fuente de Vida en Restauración, Centro misionero el Ángel Fuerte. Sorprende el hallazgo de una iglesia bautista que se presenta solo con esta simple contraseña: Hechos, 1-8. Y esta otra parece más bien el anuncio de un ejército en formación de combate: La gran comisión de cristianos unidos. Casi todas van acompañadas con una cita bíblica como soporte divino, así en la escuetamente titulada Amigos, con las palabras de San Juan en que se sustenta, pero citadas en el español de España, inusual y apenas comprensible en aquellas latitudes, con la misión de acentuar su lejanía sacral: «Vosotros sois mis amigos». Y por cierto, no lejos de ella en la misma ciudad un gran muro luce este verso de Jorge Guillén reproducido en letras grandes bien trazadas: «Amigos. Nadie más, el resto es selva». Así pues, dos amigos tan distintos, en este caso no distantes, cuya convivencia solo podría darse en un ámbito de contrastes acusados como es el mundo hispano tropical.

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