Diario de León

Cristo y los trabajadores: 75 aniversario de la Hoac

Publicado por
Francisco Martínez Hoyos, doctor en Historia
León

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Durante muchos años, pertenecer a la clase obrera y a la Iglesia católica pareció a muchos una incongruencia. Eran dos universos, por naturaleza, no solo muy distantes sino enemigos. Pero los movimientos especializados de Acción Católica trataron de salvar, con no poco heroísmo, esta brecha. Uno de ellos, la Hoac (Hermandad Obrera de Acción Católica), cumplió en 2021 su 75 aniversario. Con este motivo, se ha publicado Ahora más que nunca , donde, bajo la edición de Teresa García y Abraham Canales, se recogen testimonios del compromiso de sus militantes en el mundo del trabajo. El pasado 11 de febrero se celebró en Barcelona la presentación del volumen, en la sala de actos de Cristianisme i Justícia.

Un rápido vistazo a quienes son los protagonistas del libro no revela que son todo lo contrario de los cristianos se limitan a ir a misa. Viven su fe implicados hasta los tuétanos en partidos, sindicatos o cualquier otra organización que se propaganda luchar contra las injusticias sociales. Se mueven, claro está, en la órbita de la izquierda. Abundan, sobre todo, los miembros de Izquierda Unida o de Podemos. La política, para ellos, constituye una dimensión inseparable de la fe. Es la creencia en Jesucristo lo que les mueve a luchar contra los valores del capitalismo y su falta de solidaridad.

Lo maravilloso es que son, al mismo tiempo, hijos fieles de la Iglesia, con la que mantienen una relación de fidelidad crítica. Pueden parecer, por ello, más o menos «rebeldes», aunque una mirada atenta nos revela que tienen más semejanzas con el Cid Campeador. Sí, con el Cid, ese héroe del que se dijo que se sería un magnífico vasallo si tuviera buen señor. Los hoacistas y las hoacistas son así: desean que los obispos les quieran y reaccionan positivamente cada vez que éstos se toman el trabajo de prestarles atención. Las numerosas citas al Papa Francisco revelan lo entusiasmado que están con un hombre que parece haber introducido aire fresco en el Vaticano. Es el pontífice, precisamente, el que firma el prólogo de Ahora más que nunca. Como corresponde a tan alta ocasión, se trata de un texto que ubica nítidamente dentro de una larga historia de doctrina social. Otro asunto es que el Francisco que realmente gobierna la Santa Sede tenga algo que ver con la percepción idealizada de sus admiradores. El auténtico Bergoglio no es tan rupturista, sino un hombre con evidentes similitudes con su antecesor, el polémico Ratzinger.

Como admiten los propios hoacistas, la suya es una memoria agradecida, la que les hace poner en valor una organización por la que experimentan un sentimiento muy próximo al enamoramiento. Después de muchos años y combates innumerables, hacen balance y tienen muchas razones para estar orgullos de un movimiento en el que han aprendido a ser fieles a los trabajadores y a interiorizar una moral muy exigente. Estén donde estén, viven el compromiso desde el imperativo de servir siempre a los más débiles y alejarse de todos los vicios de la política, como la corrupción o las puertas giratorias. Nos encontramos ante personas sencillas en el mejor sentido de la palabra, más apegadas a los hechos que a las grandes teorías.

Pero… Una memoria agradecida corre también el peligro de volverse autocomplaciente. Aunque la Hoac ha prestado, como escuela de militancia, grandes servicios, corre el riesgo de no adaptarse a los nuevos tiempos y convertirse en una especie de venerable dinosaurio. En el citado acto de Barcelona, que podía seguirse a través de youtube, resultaba muy fácil apreciar que la mayoría de los asistentes tenían ya una edad. Había pocos jóvenes. El relevo generacional, como ocurre con otros colectivos de cristianos progresistas, caso de los curas obreros, dista de estar asegurado.

Pese al tiempo transcurrido, la Hoac se basa, aún, en el viejo esquema del mandato. Es la jerarquía eclesiástica la que envía a los militantes a evangelizar a sus pares en el mundo obrero. Así las cosas, el movimiento vive en una permanente contradicción, la de reivindicar el protagonismo de los laicos mientras son los obispos los que, en realidad, tienen la verdadera autoridad. Los trabajadores cristianos, de esta forma, tienen todas las palabras menos la última.

Ahora más que nunca pretende ser un ejercicio de memoria. El problema es que la historia militante acostumbra a estar en contradicción con la historia real. Lo comprobamos, por ejemplo, en la reverencia con la que se menciona al fundador, Guillermo Rovirosa. Ninguna mención a lo desfasadas que están, en la actualidad, algunas de sus ideas. Resulta increíble que tuviera el más mínimo éxito, en medio de una clase obrera anticlerical, alguien que afirmaba que la Hoac la había fundado Jesucristo y la dirigía el Papa desde Roma. Como admitió en cierta ocasión un hoacista ante el autor de estas líneas, muchas de sus palabras poseen hoy un sabor rancio.

La visión idealizada del pasado contamina también los aspectos propiamente teológicos. Jesús aparece como el divino «obrero» de Nazaret, sin que nadie cuestione como es esto posible puesto que la clase obrera nació muchos siglos después, de la mano de la revolución industrial. El hijo de José y de María, carpintero de profesión, se parece, más bien, a uno de nuestros autónomos: trabajaba también por cuenta propia. Eso no invalida, obviamente, el mensaje de los Evangelios a favor de los más pobres. Tampoco Karl Marx era un proletario y eso no resta valor a su defensa de los trabajadores.

Tal vez, el problema de la Hoac, como el de otras entidades similares, sea que ocupa demasiado espacio. El militante, por definición, ha de serlo las veinticuatro horas. Todo debe contemplarse desde la militancia, con el peligro de que, por el camino, la dimensión de la gratuidad quede en nada. Es cierto que, para mucha gente, el movimiento lo ha sido prácticamente todo, desde una experiencia de conversión muy fuerte. «Mi encuentro con Hoac me fue sacando del mundo de las sombras», leemos en cierto momento. Esta formación es, sin duda, muy valiosa, pero lo sería aún más si entrara en diálogo, por ejemplo, con la preparación universitaria de tantos obreros del siglo XXI.

Da la impresión, por el contrario, de que el mundo intelectual, el de la investigación académica, nada tiene que decir a estos esforzados cristianos. Y es una lástima. La historia, al contrario de lo que muchos de ellos piensan, no ha de ser «militante», sino un esfuerzo serio de alcanzar la verdad por la verdad. De hecho, todo en el mundo cristiano funcionaría mejor sin fuera menos militante. Más de uno aprendería así a valorar la belleza de una canción con independencia de su contenido político y social.

Todo lo anterior no pretende ser sino una crítica constructiva, hecha desde el afecto y de la inquietud ante un proceso de residualización que parece, hoy por hoy, irreversible. Los hoacistas pueden consolarse pensando que son pocos pero buenos, y que más vale la calidad que la cantidad, pero no deberían olvidar que, si de verdad quieren ser «pescadores de hombres», su vocación debería apuntar a la conquista del mundo. El movimiento les ha enseñado a interpelarse a sí mismos para ser mejores. Ahora deben ser ellos los que interpelen al movimiento para que se reinvente a sí mismo y alcance otros 75 años.

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