Diario de León

Del ‘Cuba libre’ a ‘la pequeña Havana’

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El bisabuelo estuvo en Cuba y fue uno de los que un día, a caballo de la muerte, llegó al Seminario Mayor de Astorga, hospital de derrotados, repatriados supervivientes de la gran debacle española de 1898, de triste memoria, tras la golpiza que los gringos nos proporcionaron. El día que llegó al pueblo, las campanas repicaron, y encordaron un mes después, cuando, puros huesos y piel amarillenta, al «coronel», con traje prestado, le dieron sepultura en campo sagrado. Todo el pueblo llamaba a la bisabuela la «coronela», de pensión exigua del héroe sin estrellas ni fortuna.

Hizo negocio Mariano, el vecino, que con más suerte que el bisabuelo, en tiempos de Machado y Batista, llegó a tener dos zapaterías en la Habana. Hasta que ese, ¡maldito barbudo y sus compinches del carajo! —gemía Mariano—, bajaron de Sierra Maestra y se incautaron de todo lo que nada les había costado. Y a Mariano y a su familia, les dio tiempo a zarpar de Cubita la Bella, y apearse en Miami. Mientras, los izquierdosos del pueblo, en el bar la Peña —mirando de reojo al alcalde franquista—, gritaban, Rubial, ¡venga otro «Cuba libre», de ron con coca cola, para celebrar la victoria de Castro, nuevo amo y señor de la Isla.

Fueron años gloriosos y duros. Cambios y más cambios, fusilamientos y expropiaciones, cargadas de esperanzas para los más pobres. Abandono de la Habana a su mala suerte, y sudorosos éxitos en las áreas rurales. Celoso el coloso del Norte, propició una invasión, pero los alzados, con el rabo entre las piernas se fueron a Miami a engrosar La Pequeña Havana. El propio Che Guevara partió a Bolivia para exportar la revolución cubana por toda Hispanoamérica. Un día, la noticia de su muerte les cortó las alas a los soñadores, pero les dio empuje para seguir gritando: ¡Patria libre o morir! Rusia, que no pudo lograr una avanzadilla en el Caribe, se conformó con llevar estudiantes cubanos a Moscú y llenar de petróleo y tractores la Isla. Estados Unidos aplicó un férreo y duradero embargo que ha dejado los sueños atados de pies y manos, sin «culminar la revolución».

Muchos de los viejos comunistas están de vuelta de aquel largo y utópico peregrinaje, sembrado de heroísmos, esperanzas y eternos racionamientos

Un día, pasados 20 años del triunfo cubano, el sandinismo en Nicaragua puso al dictador Somoza fuera de combate. La revolución sandinista llevó a cabo también grandes expropiaciones y planes de reforma rural. Menos agria que la cubana, anunció y permitió vuelos democráticos. Ya para la gran cruzada de alfabetización nacional, a escasos cinco meses de la victoria, el suelo nica se llenó, solapadamente, de compañeros cubanos. Ellos y ellas eran jóvenes, dinámicos, entusiastas, todos con las mismas ideas: convertir a Nicaragua en otra Cuba, y exportar, cuanto antes la guerra popular a El Salvador. ¿Cómo no recordarlos con su peculiar acento, civiles uniformados de añil y blanco, mostrando sus aires de galenos previsores de enfermedades y consumados maestros en el arte de la guerra? Eran insaciables fumadores de tabaco rubio, tomadores de ron, y partidarios del sexo libre y gratuito. Fue por aquellos días de 1981, añorando la patria lejana, cuando me fui de Nicaragua, llevando buenos recuerdos en la mente y penas en el corazón.

Fueron veinte años más tarde, cuando volví a tierras americanas. Cuba, Nicaragua, El Salvador, habían corrido sus propias aventuras políticas, culturales y sociales. Cuba seguía su lento caminar en el desierto. Nicaragua, mirada con más empatía y esperanza por Europa, gozaba de mayor bienestar y progreso, aunque los comandantes comenzaban sus luchas internas por el poder. El Salvador, acababa de firmar varios armisticios para poner fin a una tremenda guerra fratricida. Desde Chicago, primero, y desde Kansas City después, he seguido ligado a Nicaragua a través de mis estudiantes del Colegio San Luis Beltrán de Chinandega, y a El Salvador voy una o dos veces por año a una comunidad rural perdida ya cerca de la frontera con Honduras, en la que, durante la guerra civil, el ejército salvadoreño, con apoyo del hondureño, llevaron a cabo una masacre indiscriminada de unos casi 200 campesinos —hombres, mujeres, niños—, conocida como «La masacre de El Higueral».

Actualmente, en Nicaragua se ha hecho con el poder un exguerrillero, Daniel Ortega, que por cuarta vez consecutiva quiere sentarse en la poltrona, silenciando al pueblo y llevando a prisión a algunos de sus propios compañeros de lucha contra Somoza y demás opositores, y quedándose él como exclusivo candidato. Si esto es actuar como un demócrata, que venga Pericles, el griego, y lo vea. En el Salvador, la corrupción de gobiernos del FMN ha dado la victoria en las urnas a un hombre joven que, con dificultades, pero también con aciertos y entrega, está logrando avances sociales, económicos y pacíficos en el país.

La última de Cuba ha sido esa rebelión —¡una más!—, del pueblo cubano, que los gobernantes achancan a los americanos, y los rebeldes, al hartazgo de tantos años de penurias, carencia de libertad, presos políticos… ¿Y qué más les aguarda a los pacientes cubanos? ¿Esperar otros casi cuarenta años, hasta que se cumpla el siglo —por aquello de que no hay mal que cien años dure, ni pueblo que lo resista—, para que Cuba sea una verdadera democracia? Muchos de los viejos comunistas están de vuelta de aquel largo y utópico peregrinaje sembrado de heroísmos, esperanzas y eternos racionamientos.

¿Y qué pensar de La Pequeña Havana, en Miami, Florida? Un barrio donde viven unos noventa mil inmigrantes cubanos, colombianos, dominicanos y nicaragüenses. La variopinta ciudad es un reclamo cultural para la comunidad hispana en los Estados Unidos, en donde se recrea el estilo de vida de su país natal. La principal actividad comercial está en la calle 8, que posee su propio Paseo de la Fama con estrellas como Celia Cruz, Gloria Estefan, artistas cubanos del exilio. En el restaurante Versailles, tú puedes comer masitas de puerco, saborear variados mojitos  y cortaditos de café, confabularte en ruidosos Carnavales y soñar el Malecón, acunado por la conga.

Hace cincuenta años, cómo me hubiera gustado que aquel mítico «che» Guevara de la foto que adornaba mi cuarto en San Esteban de Salamanca - tumba de Francisco de Vitoria y lugar de la última reunión del rey Felipe VI y de los líderes políticos españoles -, hubiera hecho realidad su sueño, y el de millones de desheredados, estableciendo un verdadero socialismo democrático en la América Hispana.

Seguro estoy que «Cubita la Bella» y la «Pequeña Havana», no son más que dos visiones para el recuerdo. Cuba libre, sin más apelativos, tardará tantos años en acicalarse y ponerse el día, como los que la Havana de Miami tarde en desaparecer.

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