Diario de León
Publicado por
Francisco J López Rodríguez | Profesor
León

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Desde la Ley Moyano en 1853 hasta hoy ha habido en España ocho leyes educativas y ya se ha engendrado la novena que, previsiblemente, saldrá a la luz durante el presente año. ¿Por qué y para qué tantas leyes? En educación tenemos que aplicar la Ley de Murphy: Si hay alguna manera de hacer las cosas mal, se harán. O aquella otra: si existe la posibilidad de que varias cosas vayan mal, la que cause más perjuicios será la única que vaya mal. El gran fallo de las leyes educativas es que la hacen los políticos o, mejor está cargada de tal o cual ideología política según el gobierno de turno. No pretendo hacer un juicio crítico de una ley que aún no ha sido aprobada, aunque se vislumbran negros nubarrones para la enseñanza privada concertada. Esta ley durará lo que dure el gobierno actual ya que otro gobierno la va a derogar.

En este país no habrá nunca un pacto educativo porque la carga ideológica prima sobre lo que debe ser una educación. A nadie ha de extrañar que un gobierno sociocomunista, como es el actual, pretenda imponer una educación a su medida y elimine el principio constitucional de libertad de enseñanza.

Pero este no es el objeto de mis intenciones. Mi título va en otra dirección, aunque tiene que ver mucho con una u otra ley educativa. Hay un principio y un motor, condición sine qua non , para que la enseñanza funcione: el profesor, el maestro, el docente. Los estudiantes tienen muchos derechos y pocos deberes. Por el contrario, el profesor tiene muchos deberes y pocos derechos. Así nos va disciplina en las aulas. La autoridad del profesor se ha degradado y está sometido a los dictámenes y caprichos de la Administración.

Se ha demostrado en el curso pasado. Ante la situación del covid-19 los profesores estuvieron obligados a dar un aprobado general. La ministra Celaá ha dicho: el curso ha podido culminarse con éxito, los alumnos han trabajado bien. Las juntas de evaluación han evaluado bien y la universidad les ha abierto las puertas.

Es el mayor ataque a la inteligencia que hace un ministro de educación. No cabe duda de que ha sido un éxito total para los que no estudiaron, para los que no hicieron nada, para los que se pasaron de vacaciones todo el curso, en especial, desde el día 12 de marzo hasta el día 30 de junio. Ha sido un éxito para los que no merecían el título de la ESO, ha sido un éxito para los que aprobaron el bachiller sin haber pisado el aula y ha sido todo un éxito el coladero a la universidad.

Es cierto que ha habido dificultades para recibir una enseñanza adecuada. Es cierto que el sistema digital no ha funcionado sobre todo en las zonas rurales. En compensación, sin clases, sin textos, sin nada: evaluación positiva. Pero, no es menos cierto, que el profesorado ha hecho un esfuerzo sublime para que los alumnos recibieran una enseñanza adecuada y siguieran las clases con resultados positivos. Pero al profesor no se le valora, no se le menciona.

El esfuerzo ha sido de los alumnos, no del profesor. Se premió igual a aquellos que no pisaban por las clases que aquellos que todos los días cumplían con el deber de la asistencia. Así pues, Sra. ministra, ha sido un éxito para los vagos, pero un fracaso para el sistema educativo y, sobre todo, por medir a todos por el mismo rasero. Muchos profesores, desmoralizados, veían como su trabajo no se reconocía ya que había orden de aprobar a todos.

Recientemente la ministra ha dictado una serie de instrucciones con vistas al próximo curso que es un adelanto de la nueva Ley de Educación. Se puede conceder el título de bachiller con suspensos. No se puede repetir más de dos veces o mejor no se debe llegar a esta situación, hay que seguir. Hay que pasar de curso. Hay que dar títulos a todo el mundo.

Así logramos, pasar los datos óptimos a la OCDE que, en España, estudian todos, que se titulan a todos. Tenemos una enseñanza universal para todos. Es un ataque frontal a todos los que estudian y se esfuerzan y es un bálsamo para los que no hacen nada. Creo que, a partir de ahora, los que vaguean estarán protegidos, por el contrario, los que se esfuerzan, el mérito será una buena preparación con un futuro prometedor, pero ya saben que no son los protegidos de la Sra. ministra ni de la próxima Ley de Educación. Lo que se va a conseguir que a todos se les mida por el mismo rasero; a los que no quieren estudiar, a los que les importa un bledo tener un título, a los que incordian, a los que no van a clase, se les va a meritar igual que a los que trabajan, se esfuerzan y se sacrifican. En este país, ya no se mira el esfuerzo, se pretende igualar a toda la sociedad por abajo. Hay que seguir los principios del falso comunismo que aplica Pablo Iglesias con anuencia del presidente del Gobierno. Ante la perdida de la calidad de la enseñanza, muchas familias que puedan pagar una enseñanza privada se irán a aquellos centros de prestigio, a aquellos centros que hay una disciplina y unos métodos pedagógicos adecuados que preparan a las generaciones para afrontar el reto del futuro laboral.

Se va a producir un distanciamiento social en la formación de los españoles y la calidad de la enseñanza, con la próxima ley, será una utopía. Sr ministra, no haga usted una ley que iguale a todos por abajo. No diga usted que el curso pasado fue un éxito. Admita usted que los vagos aprobaron y obtuvieron un éxito inmerecido. Diga usted que los profesores hicieron esfuerzos ímprobos y que no se les reconoce su trabajo. Nos gustaría que la próxima Ley favoreciera y premiara el esfuerzo, premiara el trabajo de muchos estudiantes y, sobre todo, valore y cuide el motor de la enseñanza que es: el profesor, el maestro y, en especial, eleve al docente a la categoría de autoridad.

Vamos camino de una masa borreguil que tiene el mismo valor la oveja que no empreña a la que pare. Sra. ministra, no es consciente de lo que dice y, parafraseando a Murphy, sus mejoras en educación cada vez serán peores. Está contribuyendo a la degradación de la enseñanza porque lo que para usted es un éxito, en la realidad, es un fracaso. Está usted apoyando al vago y despreciando al trabajador. Así nos va.

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