Diario de León
Publicado por
MIGUEL PAZ CABANAS
León

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Al igual que los héroes de dos de las mejores películas del gran Peckinpah, Grupo Salvaje y La Balada de Cable Hogue, hay un momento en la vida de los perdedores que los convierte en protagonistas de un drama trascendente. Suele coincidir con su derrota más fulminante, o con una muerte melancólica e inexorable. El perdedor, en ese instante de epifanía crepuscular, adquiere un perfil majestuoso, un resplandor que le confiere la grandeza del mito. Se eleva sobre su propia miseria y roza, aplastado por un coche o baleado por un pelotón de mejicanos, el enigma de la gloria.

El perdedor de las próximas elecciones generales debería cultivar ese deseo suicida. Nada de suplicar como un reo camino de la horca, ni desgañitarse por un puñado de votos. Sorber hasta las heces el aroma embriagador del fracaso. Renunciar a la biblia polvorienta y fumarse, junto al paredón, un cigarro póstumo. Ser, en última instancia, alguien que desafía el peor de los desenlaces sin una venda en los ojos.

Así, sin esa venda, puede que vea las cosas sin la macilenta gasa que las envuelve. Despojado de la pringosa posibilidad del triunfo, el aspirante derrotado se sentirá libre por primera y única vez. Podrá resoplar complacido y entregarse a un festín salvaje y cautivador: proclamar la verdad a los cuatro vientos, desmelenarse por plazas insólitas, expresar su opinión sin los amargos grilletes de la hipocresía. Sacar a la luz sus bajezas y airear, uno por uno, los embustes de su partido, o las tropelías de sus acólitos, o los pactos innombrables con los poderosos. Será entonces cuando haya alcanzado un hito audaz y sublime. Convertido en una silueta gris sobre el resbaladizo trampolín del fracaso, su sombra se proyectará turbadora sobre la mentira de los demás: la de los suyos y la de los otros. Será un espejo duro e insoportable. Es posible entonces que lo tachen de cantamañanas y que sea víctima del más feo escarnio; pero cuando sobre su cadáver sobrevuelen los carroñeros más tenaces y los muros de Troya estén a punto de irse al carajo, su voz sonará como un violín en medio de la guerra. Hay que imaginarlo entonces bajo las balas, andando parsimonioso, silbando sin prisa las notas insurgentes de la marsellesa.

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