Diario de León

Entelequia real sobre la vejez: confesiones

Publicado por
Carlos Antón Roger, escritor
León

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¡Te estás volviendo viejo! me dijeron, me dicen; has dejado de ser tú y te estás volviendo resentido, misántropo y solitario, empero años que han volado los he compendiado y añadido en un todo de derrota, fracaso y aprendizaje, en una necesaria concreción introspectiva hacia el aprender del pasado y conjeturación de la edad tardía, afrontamiento de la última etapa de vida y vidas tantas.

¡No!, no me estoy volviendo viejo, estoy procurando entrar en la etapa intrínseca de la vejez, la sabiduría que por tantos años es pretendida en conocimientos amplios, sin la necesaria erudición de los estudios pasados o el saber pormenorizado de una materia concreta, como experiencia deseable para la toma de contacto con la vida distinta de lo aprendido y para nada relativo a ella, es decir, ausencia de sensatez, acierto, juicio y relación humana. ¡No!, me respondo y responderemos así mismo todos a este aserto fácil. He dejado de ser, lo que a otros en épocas pasadas agradaban, y sí, mi soledad plenamente asumida y deseada se ha tornado como parte consuetudinaria de mi yo evolutivo y adaptativo con esta sociedad incierta y las comparaciones dado el caso, se me hacen justificaciones falsificadas que nada tiene que ver con mi ancestral persona, como ejemplo, llegado al caso, Thoreau, Tesla, Sherlock Holmes, J.J. Rousseau... etc... son algunos de los ejemplos de vejez/soledad deseada y necesaria.

He llegado a la comprensión, de que la dualidad inteligencia-soledad, forma parte de la propia perspectiva psicológica evolucionista, por lo que mis pensamientos, ya hace tiempo, me han llevado a que encontrarme en grandes concentraciones de personas, y derivadas hacia pensamientos de infelicidad, es decir, insatisfactorios en el despertar en mí, emociones nuevas y negativas, lo que siento como un todo de desagrado de mi ser en esa búsqueda de reconocimiento no deseado y concentrarme en mi mismo, he dejado detrás de mí, los espejos mentirosos que siempre me han engañado sin piedad.

Me he vuelto suspicaz, creo en la humildad y contrario acérrimo hacia la vanidad e hipocresía. Insisto, que no me estoy volviendo viejo, lo soy y acepto, me estoy tornando asertivo, selectivo de lugares, personas, costumbres e ideologías veraces, he dejado ir apegos, dolores y sufrimientos reales por lo hecho de innecesarios en almas y corazones vacíos, no por amargura, tan solo por estimulación física y mental, refugiándome en la parte más segura de mi yo, de mi propia soledad deseada, amada y querida, y me voy día a día, sintiéndome mejor conmigo mismo.

La gran obra de la vida que cada cual hemos de vivir, será por siempre el saber envejecer, siendo al mismo tiempo tan fácil y difícil, que la voy entendiendo en hacerla con el único ideal de que nunca seré viejo. Mis soliloquios al respecto y como vemos plasmados en el presente artículo desearía que fueran fuente de pensamiento y participación de todos hacia la etapa o etapas ingratas no deseadas, pero gratificantes y saturadas de sabiduría imbuida en tiempo y experiencia hacia nuestros descendientes.

¿Existirá algo más grandioso en nuestra edad madura convencional, tiempo sin medida posible?, estoy convencido, que será absurdo. He dejado las noches de fiestas, por insomnios de aprendizaje, dejé de vivir historias ominosas y comencé a escribirlas, dejé de lado los estereotipos impuestos y el uso de maquillajes para ocultar mis heridas, ahora siempre porto un libro que embellezca mi mente; he cambiado las copas de vino, por tazas de café, voy consiguiendo ignorar la idealización de mi vida, comenzando a vivirla a través de lo más sagrado, la naturaleza como maestro de ella.

En mi pensada vejez, no cabría la lozanía en el corazón y la inocencia deseada de todo aquel que a diario se descubre sin tapujos; acarreo por propia imposición, en mis manos y mente, la terneza de una mariposa, que al volar, expandirá sus alas hacia sitios inalcanzables, para mí y aquellos que su pretensión es la búsqueda de la frivolidad de lo material e insustancial. La propia simplicidad de la naturaleza, mi dios, mi todo, hace que mi sonrisa se me escape traviesa, en el trinar de los pájaros deleitando mi camino. Tal vez, me estoy transformando en un viejo loco, merced a mi selectividad, agostando mi vida y tiempo a lo intangible y reescribiendo el cuento que alguna vez me contaron, encontrando mundos, rescatando viejos libros que por estupidez, no leí, o a mitad de los mismos había olvidado. Reconozco que mi vida se está convirtiendo en prudencia, con ausencia de arrebatos que a nada conducen, cultivo con verdadera fruición conocimientos y censuro espurios ideales, en definitiva, forjando mi distante, si, distante destino, ese que se carcajeará de las probabilidades de juventud pasada o vejez aleatoria.

El caminar despacio, no es vejez, es para observar la torpeza de los que andan deprisa, tropezando con el desconocimiento en forma idéntica por la que se guarda silencio, pues no a toda palabra hay que hacerla eco. El gran secreto de la vejez, ha de fomentarse en un pacto honrado con la soledad asumida, querida y deseada, pienso no obstante que la «amistad» generalizada, me crea y ha creado confusiones irresolutas, ya que el que todo lo basa en ella y no tiene enemistades, finalmente carecerá de talento y carácter que impresione y modele su fin, así como cosa buena por la que sea anhelado en su última etapa, la que ha de hacernos sabios, justos y preparados para alcanzar la paz interior deseada; por tanto, ¡no y no! me estoy acomodando a lo añoso, creo que estoy comenzando a vivir, lo que realmente me interesa. Y finalizo estas particulares confesiones y qué mejor, que citar a D. Jose Zorrilla con sus sabia frase: «Yo soy de esos viejos, que nunca lo son»’, gran sutileza al fin.

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