Diario de León
Publicado por

Creado:

Actualizado:

Si, como cantaba Aute, «todo en la vida es cine», busquemos en la película de los tiempos la banda sonora que subraya el accionar de su despliegue, lo resalta o prestigia y acentúa. Pasada la mitad del siglo XX, una nueva época rompió en Occidente, y nunca mejor dicho, porque el alumbramiento constituyó una ruptura en toda la línea con la cultura establecida, sustituida por otra, ni siquiera nueva, sino estricta contracultura, difundida por los vientos procedentes de universidades de California y del mayo del 68 en París. «Haz el amor, no la guerra», fue el grito de combate, valga la singular paradoja, de sus seguidores en las calles. Frente a la vieja cultura de guerra, he aquí la contracultura de paz, llevada por los hippies profusamente coronados de guirnaldas y en pelotas por los caminos del mundo, anunciando un nuevo tiempo de paz y libertad.

En la banda sonora de esa época hay canciones famosas, verdaderos himnos a la alegría del amor y la libertad; y un poema de Cavafis. El poema se titula Ítaca , el nombre legendario de la patria de Ulises, el asendereado, nombre también de toda meta soñada para el poeta griego, cuya conclusión es esta: no hay otra meta en realidad que el mismo camino. De modo que aquellas turbas de la contracultura se pusieron en camino hacia su Ítaca, que estaba naturalmente en el oriente lejano. Por entonces se puso de moda ese oriente idealizado por los gurús del momento, cantantes, actores y otros conspicuos faranduleros, que buscaban su regeneración lejos de occidente en aquellos remotos países, casi inaccesibles hasta entonces: Nepal, y Katmandú en particular, la India. Estaban ahítos de civilización y de su, al parecer, incómodo bienestar material y emprendieron el camino a Ítaca, siguiendo las instrucciones de Cavafis:

La tentación de buscarle al poema una simetría sociopolítica es irresistible. Probemos a sustituir bárbaros por cualquier nombre de organización, partido, empresa, religión y un reguero sin fin

«No apresures el viaje… anhela que el camino sea largo… que sean muchas las mañanas de verano en que arribes a bahías nunca vistas… compra perfumes delicados… cuando llegues, colmado de experiencias y aventura, sabrás entonces, ya viejo, que Ítaca te ha dado un hermoso viaje».

Pero en esa banda sonora Cavafis inscribió otro poema espléndido y no menos legendario: «Esperando a los bárbaros» (se entiende que aquellos que cercaban el imperio romano; y no estará de más recordar que para los griegos antepasados de Cavafis todo no griego era bárbaro, es decir, balbuciente, con su habla de golondrina, según decía Clitemnestra de Casandra). Quienes esperan, hartos también de civilización, sueñan con que ellos soplarán un aire fresco sobre sus vidas planas y baldías. Ahí están todos, desde el emperador al villano, más los cónsules y pretores, senadores y oradores, esperando la llegada de aquellos que han sido largamente anunciados. La última noticia del anochecer venida de la frontera es que no llegarán, porque no hay más bárbaros. Y la tristeza se abate sobre ellos:

«Y ahora ya sin bárbaros, ¿qué será de nosotros?

Esos hombres eran una cierta solución».

La tentación de buscarle al poema una simetría sociopolítica es irresistible. Probemos a sustituir bárbaros por cualquier nombre de organización, partido, empresa, religión y un reguero sin fin. Si de pronto desaparecieran, ¿qué sería de quienes los invocaban, de pronto huérfanos de excusa? Porque, recordemos, «eran una cierta solución».

Los caminantes floridos no se quedaron esperando a los bárbaros, sino que partieron en su búsqueda. No sabemos si al fin los encontraron y sus expectativas se cumplieron, o si, por el contrario, defraudados, hubieron de volver maltrechos, viejos y pensativos. ¿Qué sería de ellos sin los bárbaros perdidos? Habían sido la excusa para partir, dejando atrás una civilización sin promesa de salida, y hubieron de retornar como D. Quijote, maltrechos, en verdad, pero tal vez también cuerdos.

Existe otra posibilidad para una variante de Cavafis y es que los bárbaros no se hayan ido y por lo tanto lo que se espera es que sigan y no se vayan. Los llamados indigenistas americanos, sus líderes y seguidores constantemente invocan esa pervivencia de los bárbaros (en su caso lo españoles y en general los imperialistas), como causa de sus desgracias y razón de su inveterada postración. Así lo reitera el presidente de Méjico, al que hace poco se añadía el papa Francisco, que ha inventado el término «popularismo» para eludir el denostado populismo, simple juego de palabras para una ficción insostenible. Dijo en una entrevista: «América latina siempre será víctima hasta que se termine de liberar de imperialismos explotadores».

La realidad impone una conclusión escéptica: toda excusa es buena para descargar la responsabilidad personal en la presunta culpabilidad ajena, por lo demás impersonal y abstracta, siempre en mayúscula: el Imperialismo, el Poder, las Élites, el Sistema, las Estructuras, etc., de los males de un no menos mayúsculo Pueblo. Y se explica perfectamente que pasen los años y se mantenga la «espera». Porque si de pronto se borraran del horizonte, podemos imaginarlos según la conclusión de Cavafis, imaginar por ejemplo al presidente de Méjico susurrar deprimido:

«Y ahora, sin Cortés, ¿qué será de nosotros?

Era una solución después de todo».

tracking