Diario de León

Los juegos infantiles se pierden...

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Ahora, que parece que escampa, y que vamos recuperando parte de nuestro pasado, me gustaría hacer un repaso de los juegos que eran el entretenimiento más pleno de los primeros años de la infancia.

Quizás, la nostalgia llama con fuerza, aunque también tira mucho la agónica situación de los juegos infantiles, absorbidos con frecuencia por los sofisticados medios tecnológicos. Ambos deberían tener cabida, en especial aquellos juegos que preconizan una mayor y mejor integración social.

Ha llovido lo suyo desde que algunos éramos niños, desde que jugábamos en los patios, en las calles y en algunas eras. Suena a rancio, porque la vida nos lleva por derroteros nuevos e inéditos.

Desde entonces la ciencia ha progresado que es un primor. Eran tempos sin móviles, incluso sin teléfonos, sin televisión… Las carencias eran tantas que no puedo detenerme a enumerarlas.

Solo describo los momentos de los años 50 y 60, época en la que muchos nos educamos en medio de múltiples dificultades. En concreto, hoy toca el ámbito del juego infantil, foco de distracción y deleite para muchos de nosotros. No estaría de más que se recuperaran todos estos juegos que tanto placer y amiguismo sembró en nuestras cabezas. Quizás este recuento esté un tanto sesgado por cuanto entonces la separación de los sexos era un hecho, un débil muro solía interponerse a los variados juegos escolares. Claro que si se llevaban a efecto fuera del patio escolar el juego se integraba en muchas ocasiones con la participación de las niñas.

La nostalgia llama con fuerza, aunque también tira mucho la agónica situación de los juegos infantiles, absorbidos con frecuencia por los sofisticados medios tecnológicos. Ambos deberían tener cabida

Uno de los más aclamados era el pañuelo: se hacían dos equipos y en medio del espacio predeterminado se ponía alguien con un pañuelo. Ese mismo del pañuelo tenía que decir un número y en ese momento salía un participante de cada equipo en busca del pañuelo. Había que cogerlo y llegar a su campo sin que el adversario le tocase o cogiese. Ganaba el que se llevaba el pañuelo a casa, mientras que el otro quedaba eliminado y así hasta que un equipo ganaba. Algunos amagaban y hacían pasar al contrario al otro lado de la raya. Eso bastaba para quedar eliminado. Los números eliminados eran asumidos por jugadores de su equipo. La rapidez y la habilidad jugaban a favor del vencedor. Fuera del ámbito escolar podía integrarse el equipo de chicos y chicas indistintamente.

Otro de los juegos más llamativos era el marro o manro: en este caso el espacio era casi todo el patio escolar y consistía en formar dos equipos y en la captura de adversarios. Aparte de coger prisioneros a los que se tocara, también podía haber rescate si conseguías acceder al sitio donde estaban los arrestados. Como siempre, ganaba el equipo que diezmaba al adversario

Las canicas o gua era otro de los juegos que, preferentemente entre los chicos, nos ocupaba todo el año. Suponía cierto ejercicio físico porque había que estar medio agachado para ir deslizando la canica o bola hacia el agujero o gua. Había que eliminar rivales para llegar antes que ninguno a meta. Normalmente se jugaba uno las propias canicas, algunas consideradas tesoros. Creo que empezaba a jugar el que más se aproximara al destino. No sé si había una, dos o tres tiradas cada uno.

Alguno incluso hacía sus propias canicas con barro, quizás eran las más pobres y propensas a que se rompieran a la mínima. Había que ir eliminando al rival con un toque que pasaba por estas fases: dedo, cuarta, pie, bola y carambola (= tres pies) y entonces se enfocaba la bola hacia el gua. El que llegara primero ganaba. El premio solía ser una bola, quizás no la más preciada.

El burro o chorro morro: Se solía jugar entre dos equipos de tres jugadores y uno que hacía de madre o juez. Un equipo empezaba agachado entrelazados unos con otros desde la madre y el otro saltaba encima de ellos. El primero que saltaba decía tijera, navaja, ojo de buey con el signo indicativo de la mano. Si el equipo agachado acertaba, entonces se cambiaban las tornas; si no, seguía agachado el mismo equipo. Era duro porque a veces caían dos jugadores encima de uno y había que aguantar.

Las chapas se jugaban entre dos o más. Se dibujaba un circuito tipo fórmula uno y ganaba quien llegaba antes a la meta. La gracia de este juego estaba en su elaboración, ya que cada cual hacía sus propias chapas: tapas de botellas con una estampa dentro, un cristal protegiéndola y masilla alrededor. Lo que más costaba era el redondeo del cristalito de protección. Se solía tirar tres veces cada uno y el que se salía del circuito por arriesgar tenía que volver a empezar. El premio solía ser, como el caso de las canicas, una chapa predeterminada.

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