Diario de León
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Cada día resulta más insoportable el hedor que destila en derredor, a toda hora.. la tontaquería, que diría el Tío la Vara. O sea el malgusto, la ordinariez, el gamberrismo, la majadería, la vulgaridad en todos sus modos, grados, variantes, géneros y especies

El paisanaje —Trapiello dixit— esta enganchado hasta las trancas de un surtido de hábitos tan nefastos que hace que la vida en este reino de los tontacos sea una tortura mas dura cada día. Ojalá que la creación del genial manchego, —no don Miguel, no—; don Mota. fuera una realidad

Ya no se encuentran más que necios majaderos, mentecatos bellacos, rufianes holgazanes, ellos, ellas: por todas partes y a todas horas. Supongo que el remedio es vivir en una residencia de luxe donde debería que reinar un poco de decencia, civismo, educación y respeto al vecindario

Por aquí afuera, en los territorios del vulgo, el paisaje se hace cada vez más intransitable: hay prejubilados de embeleco que se pasan 12 horas en el invernadero para presumir de los tomates más rellenos y necesitan la compañía, del amanecer a anochecida, de la emisora mas chorra, «música, solo en español» patriotería idiota para los que nos se molestan en saber un poco de pichinglis, con su inevitable adobo del noticiario panfleto cada 15 minutos.

La blandenguería de las leyes y el absentismo de la autoridad hace que la vida en común sea una entelequia

La pareja millenial de papacitos, consiente a sus retoños corretear a las tres de la madrugada con su triciclo bimotor de 300 euros por el pasillo de un tercero mientras los cónyuges consumen su quinceavo episodio del teleserial o jodean su tercer casquete nocturno.

Al otro lado de la calle la pareja de migrantes que ya tienen más derechos que el presidente del Gobierno dejan que ladre a sus anchas el caniche en la terraza mientras sus propietarios, que no tienen arrobos para tener bebés pero sí para malcriar perrito, duermen en el sofá casero a pierna suelta

Y no lejos de allí, un nini con cara de talibán pone el reguetón al nueve de volumen en su megaequipo de 800 watios a las siete de la tarde para que se oiga hasta en las antipòdas la música que le mola al pollo.

Lo que tienen en común esta nueva fauna de la selva urbanícola es su total desdén de la urbanidad que era el rasgo más distintivo de los residentes de ciudad de antaño. Y si les llamas la atención por un acto que molesta, te insultarán con descaro y hasta te amenazarán con denunciarte si vuelves a reprenderles. Pero si lo denuncias tú, se te reirán en el cuartelillo en tus mismas narices.

Es lo que se lleva en este reino de los pasotas, donde la blandenguería de las leyes y el absentismo de la autoridad hace que la vida en común sea una entelequia.

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