Diario de León

Lecciones de las familias al personal sanitario

Publicado por
Patricia Fernández Martín
León

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¿Por qué uno elige ser psicólogo? Escuchar los problemas de los demás es cansado, y a veces puede resultar agotador. Pero hay algo que te impide dejarlo… la vocación de ayudar. La pandemia del Covid nos ha reconciliado con la relevancia de nuestro trabajo, y a darle aún más valor. Los meses entre marzo y junio serán difíciles de olvidar. En seguida, nos pusimos en marcha. Tocaba estar unidos, y gracias a la solidaridad del trabajo en equipo, se diseñaron unos protocolos que nos han servido como referencia para mejorar nuestra labor asistencial durante la pandemia.

Muchos psicólogos, hemos estado colgados a un teléfono, que se ha convertido en nuestro medio técnico para apoyar a los familiares de los pacientes ingresados en las unidades de Cuidados Críticos. Las familias confinadas, como el resto de la población, recibían la información médica de la evolución del paciente en un intervalo de veinticuatro horas, con el corazón en un puño, y con gran inquietud y angustia.

Aparte de la llamada de los médicos de la UVI, también recibían la nuestra. Muchos os preguntaréis: ¿qué puede decirle un psicólogo a una familia que está en este trance de espera? Realmente, no se trata de decir, sino de acompañar, validar, consolar y sobre todo de escuchar... con mucha sensibilidad.

Animar a una persona que perdía a varios miembros de su familia a la vez, resultaba frustrante. Costaba poner nombre a un dolor tan trágico, injusto y cruel

Me imagino que esa atención ilimitada se parece a la de un novelista cuando redacta una novela con precisión, pensando en todos los detalles para no distraerse de la trama. La diferencia es que en nuestras llamadas, los personajes no son de ficción, sino reales y sus historias merecen la pena ser escuchadas, y también recordadas para no olvidarlas jamás.

No es cuestión de recordar sólo las cifras, sino de que los fallecidos dejan atrás historias de muchos años de vida, que hay que honrar elogiando a las familias y a los amigos, que han estado al otro lado del teléfono, mientras ellos enfermaban.

Obviamente, el tono anímico de las llamadas que hacíamos, estaba marcado por la gravedad del paciente. Pero siempre, se repetía esa sensación de incertidumbre, donde no es fácil mantener la esperanza. Los familiares, se sentían desorientados, aturdidos, y culpables por no acompañar a los pacientes; y tratábamos de razonar que con su preocupación y sus pensamientos, estaban cerca de ellos y que los profesionales sanitarios que estaban atendiendo a sus familiares, los cuidaban de una forma digna con un inagotable esfuerzo.

La dignidad y la confianza se preservan hasta en situaciones límite. Pero el sentimiento de culpa, también aparecía cuando temían haber sido ellos quienes les hubieran contagiado. Convivir con ese sentimiento de culpa es doloroso y muy injusto.

Algunos familiares estaban solos; otros, acompañados. Pretendíamos atender sus necesidades, que se sintieran con libertad para hablar, y que tuvieran cierta sensación de control sobre una realidad caótica.

La situación, en muchas casas, era desoladora: varios miembros de la misma familia ingresados a la vez en el mismo hospital; o en diferentes hospitales…; otras veces, estaban en casa infectados a su vez por Covid sin saber cómo iban a evolucionar...

Animar a una persona que perdía a varios miembros de su familia a la vez, resultaba frustrante. Costaba poner nombre a un dolor tan trágico, injusto y cruel. Y te planteabas cómo este virus se ha cebado durante estos meses, de forma accidental, aleatoria y cruel con muchas familias a una escala incomprensible.

Sorprendía las redes de apoyo que trataban de reforzar virtualmente con amigos y con otros seres queridos, a pesar de los inconvenientes de la distancia. Nunca la tecnología había unido tanto. El menos, durante la pandemia, ha estado al servicio de la intimidad, y no de la banalidad.

Muchos se conectaban, cuando se podía, por videollamada con los pacientes. Definían esas llamadas, como emocionantes. En alguna ocasión, servían para animar a los pacientes, pero en otros casos, para despedirles… Qué despedidas más crueles…

¿A qué se agarra una familia en semejante espera? A los recuerdos, a las ilusiones, a la relación que hayan tenido y siguen teniendo, aunque en esos momentos sea distinta. Porque, aunque uno sea el enfermo y otro el cuidador, en el amor y en el cariño uno se puede refugiar para suavizar esa espera.

Me impresionaba la admiración de los familiares hacia los pacientes que luchaban por mantenerse vivos. Cuando la evolución era positiva, y salían de la uvi, muchas familiares nos pedían que les ayudáramos a adaptarse en ese nuevo proceso, para suavizar la vuelta del paciente a la realidad, ya que la evolución postuvi resultaba lenta, tórpida y a veces, compleja… Sabían que ahora nuestra atención debía de estar dirigida a ellos.

No olvidaré la vez en la que tuve que llevar las zapatillas de andar por casa a la habitación de un paciente cuando salió de la UVI. Habíamos acompañado telefónicamente a su mujer, mientras su marido estaba sedado e intubado. Ella no podía venir al hospital porque no era aconsejable, y quiso enviárselas en un taxi y me pidió por teléfono si por favor, podía recoger la bolsa. Miré la bolsa de reojo, y contenía mucho más que unas zapatillas: un cepillo de dientes, un peine, colonia y de refilón vi una carta, e imaginé su contenido.

Me gustaría resaltar, por encima de todo, el nivel de agradecimiento, de paciencia y de sensatez de las familias, hacia los trabajadores sanitarios.

En más de una ocasión, me ha emocionado el intercambio de mensajes con los que terminábamos las llamadas. Nosotros les consolábamos, y al despedirnos, ellos nos consolaban. Era como una simbiosis de halagos y de mensajes de agradecimiento que te llenaba de energía para continuar con el trabajo del día siguiente.

Debe de ser eso lo que llaman resiliencia. Las familias, y los amigos de los pacientes nos han dado demasiadas lecciones. Ha sido admirable. No podemos olvidarlo, ni ahora ni en el futuro.

La sensación de gran solidaridad, no se ha quedado sólo en un aplauso. Utilicemos su ejemplo para no destruir, durante este verano, con irresponsabilidad lo que hemos avanzado durante el confinamiento. Se lo merecen. 

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