Diario de León

EL BAILE DEL AHORCADO

León no puede

León

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No hay nada mejor que ponerles delante de la realidad para ver cuánto dan de sí. Aquí nos aparece el nuevo inmaculado de la política leonesa, don Pablo Fernández, que parecía un mirlo blanco y se ha quedado en grajo, que primero va y sugiere que los leoneses tienen derecho a decidir si quieren seguir bajo la bota de Castilla y, después, visto que los paisanos son los que son —cada vez menos—, se retracta y sale con que no, que lo que en realidad quería decir era que érase una vez un proceso constituyente y tal y cual, poesía, que han debido chivarle que aquí se vota con la derecha y en el resto de provincias no está bien visto eso de que León, mejor solo, así que ya se ha puesto la corbata —símbolo fálico donde los haya— del macho alfa para desdecirse, que es lo que mejor saben hacer los políticos. Ahora dirá que no, que busquemos en la hemeroteca dónde habló de que los pobres leoneses tenían el derecho a decir si quieren seguir soportando la decisión de Martín Villa. Pero ¿de qué hablamos cuando hablamos de Podemos? ¿Podemos o no podemos los leoneses decidir? Vamos, como los catalanes, don Pablo, que ellos sí que pueden o ¿no? O ¿es que se trata de ganar a toda costa, aunque sea sin mostrar la patita de lo que somos realmente? Ya, porque no todos los votos valen los mismo ¿verdad? o, dicho de otra manera ¿es que en su configuración de España ya han decidido que hay ciudadanos de primera y de segunda?

Mal empezamos, don Pablo, que sí, que para ganar la plaza de Valladolid no se puede decir que se dará alas a los montaraces de León, pero yo creía que ustedes ponían por delante los principios y resulta que no, que su estrategia también se basa en que el fin justifica los medios, en la ocultación, en el travestismo intelectual. Así que, ya veo, los catalanes sí tienen derecho a desprenderse de la rémora de España pero los leoneses, esos leoneses que no se implican, como dice don José Antonio (de Santiago Juárez), no pueden romper el cordón infernal de la madrastrona pucelana.

Es una gran regla ética, esa de hacer cuentas y calcular cuánto valen los principios, si merece la pena respetarlos o no. Es lo que hacen los partidos de la casta, una expresión que deberían dejar de utilizar porque les funciona como un sortilegio: cada vez que la pronuncian, más se parecen a ellos.

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