Diario de León

En memoria de Manuel Abilio Rabanal Alonso

Publicado por
Valentín Rodríguez Melón
León

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Ha muerto Manuel-Abilio Rabanal, catedrático que fue de Historia Antigua de nuestra Universidad. Había decidido que nada mejor que su tierra para sembrar sus últimos magisterios. De aquellos magisterios de conocimientos y caminos universales que le iluminó Salamanca, que le adornó para el arte Sevilla y que le iluminó el sol levantino de Alicante donde encontró complemento humano para su trascendencia. Pero no voy a hacer un recorrido por esos extraños y enigmáticos virajes de los laberintos universitarios. No fui compañero de estudios ni de historia, solo fui su amigo.

A quien quisiera homenajear es al hombre sencillo nacido en ese oasis de claroscuro que es Carrocera, pueblo de árboles y piedras, a medias vislumbrado entre el suave collado que lo aleja de la vista, y las canteras relucientes y activas que lo deslumbran. Allí es, donde se guardan hoy, en forma de recuerdo insuficiente y casi inmaterial las cenizas de una existencia amplia, diversa y prolífica

Quiero rendir recuerdo y homenaje al Manuel que desde ahí, desde la sencillez de su origen, y con las únicas alforjas que permite esta adusta y cicatera tierra: la inteligencia, el esfuerzo y el coraje, arribó a discurrir por puestos relevantes tanto académicos como socio-políticos.

Se fue siguiendo la estrella anunciadora de Machado, a buscar su camino en el ejercicio de caminar, empujado por la pasión del encuentro con conocimientos, divulgación y trascendencia. Se fue acompañado con el espíritu de un soldado romano re-encarnado que utilizado como guía, le enseñó a desenterrar y a descubrir por toda nuestra provincia vías, puentes y caminos del imperio romano desgastados más por la ignorancia que por su falta de uso. De su caminar nos dejó el mejor legado de los itinerarios seguidos por aquél imperio. Era el Manuel caminante de quien también heredamos la mejor guía del Camino de Santiago en su paso por nuestro territorio.

Quiero reivindicar al amigo que también pudo soñar la cercanía del poder (fue amigo —tutor— todavía no se llamaban “asesores” —de alguna de las figuras de nuestra primera democracia— ¡cuánta añoranza de aquellos hombres soñadores de una España más amplia y mejor¡) para gritar con ellos Libertad y Hermanamiento, y que renunció al mismo para conservar un libre pensamiento descontaminado de consignas.

Y recuerdo también al Rabanal buscador de nuevos caminos en la literatura, y que soñando poesía se encontró escribiendo prosa sentenciosa, mezcla de los aprendizajes de su experiencia, de los saberes populares de su tierra y con añadidos del senequismo contagiado de sus tiempos andaluces. Me duele su muerte, porque su fue amputado de deseos y recuerdos, su último apasionamiento. Por ello siento pena y rabia sin que ambos sentimientos puedan neutralizarse.

No me enfado contra la muerte. Es inexorable y mi mente no logra simbolizarla en algo que me la distancie anímicamente para hacerla más tolerable. Pero si protesto y reivindico el oscuro y casi anónimo formalismo de su adiós. Me rebelo impotente contra una peste que nos ha desnudado de sofisticaciones científicas para recordarnos que nuestros recursos no han superado su nivel medieval; protesto contra una administración que ha preferido la despersonalización burocrático a su deuda de especie humana; me rebelo contra una política que ha hecho lección de ingratitud y me cisco contra una red mediática que ha hecho gala tanto de falta de memoria como de plenitud de ignorancia.

Sé que mi escrito no es merecedor de tu categoría, permíteme que en homenaje a tu Historia, te reproduzca el resumen de un fragmento del diálogo entre Leonardo da Vinci y Botticelli ambos admiradores de la bella Simoneta, la mujer más amada y deseada de Florencia, después de su muerte. Los dos están desolados, pero Leonardo, fiel a sí mismo, quiere debatir y pensar, insistiendo en la imposibilidad de las palabras y del lenguaje para ir más allá, a la búsqueda de sentimientos y pensamientos que el propio lenguaje esconde pero al que necesitamos para pensar.

¡Ah! —dice Botticelli— quieres decir que la muerte nos impide vivir, pero al mismo tiempo sin ella no viviríamos.

Si —responde Leonardo— lo que no muere, no vive

A lo que apostilla Botticelli: pero eso no me consuela porque la muerte es la ausencia.

¡Adiós Profesor Rabanal! ¡Adiós amigo “Rabi”!

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