Diario de León

Cicilismo

Necesidad de una lengua común, ¿o no?

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¿Por qué haría falta una lengua común? No sé si esa inquietud partiría de la Torre de Babel, pero desde entonces —más bien desde siempre— no se ha podido consensuar un idioma común, sin renunciar, dicho sea de paso, a esa lengua materna que nos acompaña desde la cuna. Es verdad que el Esperanto hizo sus pinitos, pero todo quedó en agua de borrajas. Quizás salieron a flote con mucha efervescencia los brotes de identidad con la marca de la lengua. A mi entender, se equivocan quienes hacen bandera exclusivista de su idioma y se oponen a cualquier avenencia común. Y si lo pensamos seriamente llegaríamos a una conclusión razonable: todos podíamos disponer de una lengua heredada, la nuestra, la más íntima y fiel, y de otra aceptada por los demás. Así tendríamos un terreno común en el que el entendimiento fuera ideal, máximo.

A menudo, los que recorren el mundo —y por suerte es más frecuente ahora, sobre todo si superamos la barrera de estos sueldos de miseria— echan en falta la posibilidad de hablar con la gente de cada lugar, como si estuviéramos en nuestro propio país. Y eso lo daría el conocimiento de esa lengua común y universal. Sabios hay que podían establecer las reglas básicas para la fabricación de ese idioma universal. No creo que se le caigan a nadie los anillos por empeñarse en esta ardua tarea. Y el resto de la humanidad quedaría eternamente agradecida.

Es verdad que la juventud hoy se empeña en el aprendizaje de los idiomas. Sobre todo, aparte del materno, se hace hincapié en el dominio del inglés. Sabemos que con el inglés hoy se abarca un inmenso espacio. Pero aún nos queda mucho por conquistar. Queda una inmensa parcela fuera de estos dominios. Si todos nos empeñáramos en el aprendizaje de esa lengua común consensuada la tarea sería más sencilla. Ya no tendríamos que esforzarnos en el acopio de idiomas, éxito al alcance de no demasiada gente. Eso no quitaría que hubiera personas empeñadas en conocer a fondo el resto de los idiomas. El saber no ocupa lugar, ni mucho menos. Unos acaparan carreras; otros, idiomas; otros, qué sé yo…

Cierto que viajar por el mundo te ensancha los horizontes y te forma definitivamente. Es la cultura real y verdadera, aunque algunos se aferren a otros medios para forjarse una cultura amplia y rica. Pero nada hay como visitar los lugares y sus gentes para formarse una idea de cómo viven esos pueblos su día a día. Si desconoces sus lenguas, tal vez se quede uno con las fachadas y en ningún momento se interne en las tradiciones más hondas. Vamos a los diversos parajes y nos pueden impactar los monumentos levantados, el paisaje natural, la convivencia entre ellos, la pobreza o riqueza externa…, pero nos quedaría por saber otras muchas cosas que solo se adquieren a través del diálogo con las personas. Como suelen decir muchos, me falta estar cerca de los nativos para entender perfectamente el funcionamiento de ese país. Y de ahí que hay gente que se esfuerza en aprender idiomas para visitar esos países. Creen que quedaría cojo ese acercamiento sin el intercambio de pareceres. Y eso es verdad.

Si todos nos entendiéramos en un mismo idioma seguro que se fomentaría cien por cien el peregrinaje a muchos más lugares desconocidos. Ya no es solo llegar a conocer a fondo una determinada región, es el placer de contactar con otros seres y la posibilidad de crear amigos allí donde ni siquiera nos lo imaginábamos. Ninguna cosa negativa se deriva de este aprendizaje.

Sin embargo, estamos en otra órbita. Nos vamos a la luna con tal de no mejorar nuestro sistema más próximo. Y no digo que no haya que explorar otros universos, Dios me libre. También esas salidas pueden repercutir satisfactoriamente en nuestro devenir cotidiano. Pero nos empeñamos en hablar idiomas o lenguas que otros no entienden para que no surja el conocimiento. Eso es lo que entendemos por nacionalismo, eso es lo que entendemos por identidad, eso es lo que entendemos por separatismos. En vez de intentar el mutuo conocimiento, nos alejamos a través de la lengua. Creo, pues, que caminamos por direcciones opuestas a esta propuesta inicial. Y conste que no descarto que profundicemos en el uso y aprendizaje de esa lengua heredada. Ni mucho menos. Solo digo que estamos perdiendo el tiempo en no conceder cierto esfuerzo a la creación de un idioma total, unitario, común, que nos acercaría al mundo ideal. Está visto que nos preocupamos más de lo que nos puede separar que de lo que nos puede unir. Y así nos luce el pelo. Quizás, allá en el horizonte, alguna generación se levante y mire con otros ojos, con los ojos del afecto y la cercanía y se vaya al traste todo este lío de identidades y guerras, que no dejan más que pobreza y desengaño. He dicho.

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