Diario de León
Publicado por
Samuel Folgueral
León

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El patrimonio histórico lo es por ser de todos. O sea, de nadie. Mejor dicho de nadie en concreto porque, volviendo a la primera aseveración, al ser de todos es el colectivo el que de un modo u otro se hace cargo de su supervivencia confiando la gestión de sus impuestos a aquellos que debieran encargarse de que los bienes de interés común no se caigan por falta de mantenimiento. Hasta que llegamos al Bierzo, que a lo largo de los últimos lustros se ha convertido en el paradigma de la periferia hasta llegar a ser incluso periferia patrimonial. Ya se había completado el proceso de alejarnos del centro económico, administrativo y de decisión, y ahora toca convencernos de que quedamos tan lejos de todo que lo nuestro es mejor derruirlo, porque quizá nadie pueda tomar un tren para venir a verlo. Por otra parte, no nos extrañaría que alguna mente pensante haya argumentado que la transición ecológica queda mucho menos ecológica si en la huerta-museo que nos quieren obligar a ser sobrevive algún vestigio industrial que haga a los lugareños añorar aquellos tiempos en los que la producción energética generaba riqueza y empleo, y no era necesario emigrar a las grandes capitales. De manera que la gestión de nuestro patrimonio histórico tiene dos formas de afrontarse. La primera, y hay sobrados ejemplos, manteniéndose solo. No hay más que comparar las cifras de inversión en Las Médulas con las de monumentos (naturales o no) más «céntricos» o lo tarde que llega la atención al tramo del Camino de Santiago que atraviesa nuestro territorio. La otra forma de gestionar es mirar para otro lado y hacer como que las cosas no existen, porque al final (y volvemos al principio) no son de nadie. Es el caso de las torres de refrigeración de la Central Térmica Compostilla II de Cubillos del Sil. Endesa arde en deseos de derribarlas porque como multinacional que es, si no valen para producir no son suyas. El Ayuntamiento de Cubillos no quiere ni oír hablar de ellas por temor a que algo que no le pertenece le cause algún gasto. La Junta de Castilla y León quiso apuntarse un tanto hasta que vio una supuesta factura proforma de mantenimiento y apartó de su mesa este cáliz. Y del ministerio que cerró las térmicas y tiró la llave al río antes de que nadie se pudiese dar cuenta de que podrían hacer falta nada se puede esperar, por más que ahora lleguen desde Madrid acordándose del Ponfeblino de penalti en el último minuto, aunque bienvenido sea. Total, las torres tampoco son propiedad estatal. Ni siquiera la ultraderecha que se apresuró a ponerse la medalla cuando se activó la efímera intención de declarar Bien de Interés Cultural a las edificaciones ha vuelto a abrir la boca desde la Consejería de Cultura. A esta hora las chimeneas que durante tanto tiempo han definido una parte del paisaje esperan que se ejecute su sentencia porque nadie con responsabilidad política o económica ha reclamado su patria potestad, nadie quiere hacerse cargo de la factura y nadie se atreve a ponerle el cascabel al gato. El gato es una empresa nacida en nuestra tierra que a la hora de abandonarla lleva años dándole vueltas a los mismos proyectos vacíos y nada recuperadores de empleo. Proyectos que, aún de existir, serían perfectamente compatibles con un uso cultural de las torres de refrigeración que bien podrían actuar como símbolo de una época que no fue perfecta en el plano medioambiental, pero nos dio de comer y nos cargó de autoestima como territorio.

Habrá quien piense que si somos España Vaciada hay que desalojar también las parcelas que en su día ocuparon los mecanismos con los que alcanzamos cierto desarrollo, porque para ser vaciados hay que parecerlo. Cualquier cosa con tal de mostrar una cara amable y falsamente sostenible, porque esta sostenibilidad de mentira no se mantiene dejando a la población fuera de cualquier oportunidad. En El Bierzo no tenemos que hacer un viaje a lo rural: lo rural forma parte de nuestra esencia desde que el mundo es mundo y nunca hemos prescindido de ello. Pero por el camino fuimos también otras cosas y no vemos la necesidad de esconderlas; y mucho menos de demolerlas para, encima, hacernos cargo de los escombros. Por supuesto que el patrimonio genera un gasto, pero es una inversión que merecemos al igual que muchas otras que se quedan en el limbo porque ni somos centro ni somos costa: somos periferia y como tal nos tratan. Como mucho, se nos ofrece ser carne de reciclaje. La innovación y la creación de nuevos ítems industriales quedan para esas plazas en las que se proyectan fábricas de baterías, plantas de hidrógeno verde y miles de empleos relacionados con la nueva movilidad. Esa que nos permitirá movernos sosteniblemente a Madrid, Zaragoza, Sevilla, Valladolid o León en el más económico de los casos.

Precisamente por lo que comentamos en el párrafo anterior los habrá que contesten que nuestro territorio tiene preocupaciones más importantes que unas torres de refrigeración. Y puede que no les falte razón, pero volvemos a aludir a ellas como paradigma que sirve para explicar casi todo lo demás: nuestro desarrollo, como nuestro patrimonio, no parece pertenecer a nadie. Permítannos que reivindicando la memoria de Compostilla II nos rebelemos ante ese desamparo los que hace ya bastantes años entramos en política pensando, como pensamos hoy, que nuestro sitio es el centro del Noroeste y no las afueras de nada.

Al derribo le sucede como a otros tragos amargos, véase la implantación de la Zona de Bajas Emisiones de Ponferrada: está aplazado por causa electoral con la dinamita colocada. Pero de seguir al frente de nuestras principales instituciones personas sin valentía ni criterio, incapaces de asumir que en ocasiones hay que tener una opinión incómoda para «el partido», en las siguientes Elecciones ya no quedará nada que demoler. A la vuelta de la Encina arrancará de nuevo el rosario de cierres para ir adelantando de tal manera que en los comicios de 2027 nadie se acuerde de nada. También nos rebelamos contra esa política de reportaje fotográfico, encuesta pagada con el dinero de la ciudadanía y ruido de excavadoras apurando obras inútiles en periodo preelectoral. Apelamos a la memoria, al sentido crítico, al rigor, al conocimiento y a la independencia del que no necesita a la institución para vivir, sino para aportar. Aspiramos a mucho más que un pleno artificialmente relleno de mociones en el Consejo Comarcal. El Bierzo está a tiempo, pero lleva años estándolo y el reloj se queda sin pila.

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