Diario de León
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Don Antonio Pereira González, Toñín el escritor, que decía mi padre, ya era un hombre mayor, casi un anciano, cuando un día le llamé por teléfono para decirle que quería hablar con él. Inmediatamente me dijo que sí, que sería un placer, pues conocía y apreciaba a mi familia e incluso había tratado a mi abuelo Balbino Pol, «Balbino del Condesa», como solía llamarle él en sus libros de cuentos.

Al día siguiente me recibió, con gran amabilidad y afecto, en su casa del paseo de la Facultad de Veterinaria o de Papalaguinda, de León.

Mayúscula fue su sorpresa y muy grande su contento cuando sentados frente a una mesa camilla empecé a sacar de mi maletín sus libros.

—¡También tienes Un sitio para Soledad !

—Pero qué me traes aquí..., los tienes todos...

Yo me fijaba en él, en el gran maestro literario, y percibía su indisimulada alegría, su felicidad, su estrujarse el cerebro y corazón para dedicarme, con el mejor de los afectos, sus libros, todos sus libros, sus muchos libros, y de una sola «tacada», sin apenas tiempo para pensar qué decir, qué escribir sin repetirse...

Imaginé, supuse, con cierto placer, que mi admirado «cabileño» poeta jamás se había visto metido o enredado en otra situación igual, ni parecida.

Del feliz trance salió tan airoso que lo califique con un merecidísimo sobresaliente, y él, al darme confianza y querer «tirarme de la lengua», me obligó a que le dijera:

«Usted no sabe que hace tiempo le escribí un poema. Y tampoco conoce O conto da moza Solinda , en el que le menciono. Está escrito en gallego-berciano, ilustrado por el genial artista Norberto Beberide Guerrero, y fue publicado en El Filandón de Diario de León el domingo 18 de junio de 1989, día en que se celebraba la Fiesta de la Poesía de Villafranca. Y todo gracias al entusiasmo, el talento y el buen hacer del profesor Alfonso García, que ya conocía bien a los escritores y artistas de nuestro pueblo».

Me parece que la poesía y el cuento fueron el paraíso, el edén de nuestro inolvidable villafranquino que cruzaba el puente, los puentes, y se acercaba a todos. En la novela no disfrutaba tanto

Entonces, detrás de las gafas, los ojos de don Antonio se iluminaron con una sonrisa casi franca, y yo quise adivinar en ella una gran sorpresa que él quiso esconder con berciana ironía al decirme: «¿Y quién te ha dicho que yo no conozco lo que escribes...?».

En aquel momento, tan «poético», mi formación y experiencia como contable, «casi alemán», al que no se le escapaba ni un número, tuvo que salir, e dixen: «Siempre he pensado, don Antonio, que la poesía es cosa muy subjetiva, que no se puede analizar ni juzgar como si fuera una ciencia exacta, matemáticas, química, geometría. La poesía unas veces nos llega al corazón y nos deleita; otras veces es un tostón insoportable que no se entiende. La virtud, o la culpa, siempre es del «poeta» nunca del lector. Sin embargo, cosa curiosa, sí hay analistas, críticos, que se dicen y muestran como expertos, que se empeñan en demostrarnos lo buenísimo que es fulano y lo paupérrimo que es mengano. No hay que hacerles demasiado caso, hay muchos charlatanes. Fíjese si los hay que, una vez, en la presentación de un «poemario», se me ocurrió decir que, para mi gusto, el mejor poeta actual de Villafranca era «el hermano de Garabullo», también conocido como «O fillo do señor Pepe o navajeiro», y un «gran experto en poesía», mirándome por encima del hombro (y era más bajito que yo), muy soliviantado, dijo: El mejor poeta de Villafranca es Antonio Pereira, que no le quepa a usted la menor duda.

Y yo, que, aunque a veces no lo parezca, sí soy tolerante y considerado incluso con los ignorantes-sabelotodo, no me molesté en decirle: Sepa usted, señor experto, que estamos hablando de la misma persona».

Pereira encajó tan bien mi «asalto» que se echó a reír, con franqueza, y, acto seguido, llamó muy cariñosamente a Úrsula, diciéndole: «Mujer, Ursi, acércanos un poco de queso, y vino, que estamos secos..., desgracia no tenerlo de la bodega de Sapita».

Ya han pasado muchos años desde entonces, y yo, gracias a Dios, a los buenos médicos, a mi familia, a las muchas lecturas, sigo recuperando la memoria, acordándome, por fin, de las cosas bonitas que me han sucedido. En este año 2022 se cumplen treinta y seis años de mi primera colaboración en Diario de León (tengo el doble de edad). Fue con el artículo ¡Riaño, mon amour, cual Hiroshima!. Ahora, volver a leer a don Antonio Pereira es un placer, placer que debería ser «obligatorio», al menos para los villafranquinos.

Yo creo, siento, opino que nuestro gran literato se sentía bien y era feliz en la poesía y en el cuento. Cuando descanso los ojos es poema muy especial, quizá el que más me gusta y emociona. Me parece que la poesía y el cuento fueron el paraíso, el edén de nuestro inolvidable villafranquino que cruzaba el puente, los puentes, y se acercaba a todos. En la novela no disfrutaba tanto. Sabía distinguir la enorme diferencia que hay entre literatura y «literaturra», asunto esencial que sólo está al alcance de pocos escritores, de los mejores, de Villafranca.

Pereira tuvo que ser, y fue, un caballero español sin espada ni capa ni sombrero, pero correcto, elegante y cordial como el que más, pues «de casta le venía al galgo». Recuerdo a su padre, a don José Pereira, lo estoy viendo en la ferretería, con su limpia y bien planchada bata gris-azulada, siempre educado, amable, atento, ocurrente. También lo veo pasar, impecablemente vestido, organizando nuestras queridas procesiones de Semana Santa, las más bellas, artísticas e impresionantes, las mejores del Bierzo y de la provincia.

Así es la memoria, mi memoria que, a esta edad, un día me falla y al otro llega sin avisar, me sorprende, me asombra, me alegra.

Después de todo, por favor, no me hagan demasiado caso ni tengan envidia, pues los que somos inteligentes, guapos, cultos, elegantes, bien educados, amables, cariñosos, sensibles, honestos, buenos, generosos, de Villafranca, sufrimos mucho más.

Ruego disculpen mi atrevimiento, pues saber lo que yo sé y no saber nada es casi lo mismo.

El que esté libre de culpas...

Con toda Burbialidad.

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