Diario de León
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León

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Hay que asumirlo: Vivimos tiempos de plagas. Las hay que son titular cada minuto de cada hora de cada día. No necesito ni mencionarla. Una plaga que ha cambiado nuestro mundo tal y como lo conocíamos, poniéndolo patas arriba de un plumazo. Una plaga de la que nos mentalizamos, ante la que nos protegemos, contra la que luchamos cada uno y también colectivamente.

Hemos ejercido contra ella una responsabilidad ejemplar. Nos hemos aislado hasta casi frenar la vida. Hemos sufrido. Hemos ayudado al prójimo. Nos hemos vacunado. Hemos cambiado cada gesto de nuestro día a día. Y lo hemos hecho con firmeza, con una solidaridad insuperable, de diez.

En concreto a mí esa plaga me ha tocado de lleno ahora. Como tantos otros, he recibido el contagio de la covid. Como tantos, he puesto en un freno temporal a mi ritmo de vida, me he aislado, en la paz de mi casa, en mi pueblo, en la montaña a la que amo, en mitad del otoño con nieve más bonito del mundo.

Así, con ánimo reposado, mirando por la ventana sin ver ya casi a mis vecinos, los que siempre han sacado adelante a nuestra tierra, pienso en las otras plagas. Las plagas que no se ven, que son como un tsunami silencioso que camina por debajo, como una peste que va minando absolutamente todos los servicios básicos de los pequeños pueblos, y de los municipios de montaña especialmente, que somos los más despoblados, los más desprotegidos y para los que poco o nada se mira.

No somos capaces de unirnos, de formar un bloque común fuerte y decidido contra las decisiones que más nos dañan, contra el fin de los servicios más básicos que nos permiten seguir viviendo en los pueblos con una mínima dignidad

Como alcaldesa rural, la pelea contra esa plaga es constante, agotadora. Los políticos somos los primeros que muchas veces caemos en tremendas contradicciones hablando del desarrollo del medio rural y de la despoblación, cuando no somos capaces de unirnos, de formar un bloque común fuerte y decidido contra las decisiones que más nos dañan, contra el desmantelamiento de los servicios más básicos que nos permiten seguir viviendo en nuestros pueblos con una mínima dignidad.

Junto a la Sanidad, nuestra última herida, quizá mortal, es el desmantelamiento al que nos somete la banca. Con nuestros ahorros han llenado durante décadas sus grandes carteras y enriquecido en negocios. Confiamos en ellos y era de esperar a cambio un servicio muy básico: disponer con libertad y comodidad de nuestro propio dinero.

Pero no. Ahora cierran y se van. Primero redujeron la oficina a tres días de apertura, luego la hicieron depender de otra localidad, poco después lo redujeron a un día. Pero por si era poco recorte, con la pandemia cerraron la sucursal. Y después de cubrir el servicio con una unidad móvil cada quince días, ahora ya ni eso. Cero.

Se trata sin duda de un comportamiento falto de toda ética, impresentable, indecente e inmoral. Y lo peor de todo esto es que a los empleados les están haciendo lo mismo. Porque aquí rige una división entre el empleado y el usuario, exactamente igual que entre médicos y pacientes. En realidad, somos un poco culpables y también víctimas de una completa división entre quienes estamos afectados, a pesar de que sentimos lo mismo: que nadie mira por nosotros. Porque les funciona la estrategia del ‘divide’ y vencerás, así no tenemos fácil dirigir nuestras críticas y exigencias a quienes realmente tienen la culpa.

Por eso, yo defiendo con todas las fuerzas que me otorga la indignación una propuesta de unión, para que los municipios de montaña o todos los municipios rurales nos unamos de una vez en un frente común, para reivindicar y hacernos oír.

Ante la banca insaciable. Ante los recortes en nuestra sanidad y en nuestra calidad de vida. Ante la falta de infraestructuras y oportunidades. Ante la incomunicación a la que también estamos sometidos. Ante cualquier agresión. ¡Basta ya!

Necesitamos disponer de una voz única, clara, transparente y contundente. Esa es la esencia del municipalismo que siempre he defendido: la cooperación, la capacidad de presión. Porque de lo contrario las plagas un día dejarán de afectarnos simplemente porque ya no quede nadie a quien dañen. Nuestra unión es la última esperanza. La unión es lo único que hace la fuerza. Tenemos que luchar, juntos, para ser más fuertes.

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