Diario de León
León

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Cuentan que en aquellos tiempos cuando en cuaresma, previa a la Semana Santa, era de «obligado cumplimiento» la confesión de los pecados, con el fuego del infierno al fondo, una vez se subió al púlpito de la iglesia del pueblo un fraile, orador de postín para la ocasión, y comenzó a describir con todo lujo de detalles la tendencia a pecar de los hombres, y acababa siempre con el latiguillo «de seguir así, iréis todos al infierno». El fraile en cuestión repetía una y otra vez tanto la descripción de los pecados, tan humanos, como el latiguillo de ir al infierno si no se cumplían los diez mandamientos de Dios y los cinco añadidos después por la Santa Madre Iglesia. Obviamente, el fraile insistía especialmente, en el incumplimiento de algunos de ellos, seguramente por conocimiento de la tendencia a la transgresión de los mismos de la feligresía en general y de los hombres en particular.

Las mujeres, sentadas en los bancos de adelante, y los hombres, de pie en el fondo de la iglesia, escuchaban sobrecogidos el sermón. Había, sin embargo, un hombre que parecía no estar muy de acuerdo con el mensaje de aquel fraile, por muy pesado que se pusiera con lo de ir al infierno. Quizás por eso, y en medio de un calculado silencio atronador del predicador tras pronunciar, regodeándose, el susodicho «infiernooooo….», el hombre se arrancó, dando un par de golpes secos en el suelo con su cachava que retumbaron por el templo, y proclamó: pues, ¿sabe lo que le digo? que, si hay que ir, se va.

Esta anécdota, verdadera o inventada, me ha dado pie para reflexionar sobre la reincidencia en el proceder humano y sus consecuencias, así como la inhibición por el miedo y sus consecuencias, igualmente.

No es solo el individuo, sino la sociedad quien a menudo se esconde ante situaciones contrarias a su propio cuerpo de valores, al menos a los que enfáticamente proclama y a los que supuestamente se adhiere

Analicemos el mensaje del hombre «echao palante» en contra del mensaje del fraile «aguafiestas y gafe». El freno, necesario para permitir el objetivo de llevar a cabo las tendencias naturales y los deseos del individuo, al mismo tiempo que se respetaban los derechos del otro, fue impuesto por las diferentes culturas, con resultados dispares. Introducidos el castigo, la cárcel, el exilio, el repudio etc., en el cuerpo social por medio de sus códigos, y no dando el resultado deseado, se dio un paso más y se promulgó una disposición sobrenatural con dos vertientes claramente diferenciadas: el cielo para los buenos y el infierno para los malos. Lo que ocurre es que lo del cielo, tan idílico, atractivo y esperanzador, tiene menos tirón que el infierno ya que el ser humano, en general, da más importancia al castigo que a la supuesta recompensa, dada su tendencia a obrar mal, resultado, supongo, del llamado pecado original, otra de las figuras sobrenaturales utilizada para explicar la cuestión. Y el fraile sermonero lo conocía de sobra, bien sea por experiencia propia o ajena, o ambas.

El referido hombre rebelde de la historia representa el dicho de «a lo hecho, pecho», de mis obras yo asumo las consecuencias y no me escondo ni lloriqueo; y al mismo tiempo tengo claro que el placer que conllevan ciertas conductas puede comportar un sufrimiento ulterior. Pero, también, representa el arrojo, la valentía, el riesgo. Me dirán que coexisten, en esa misma conducta, buenas dosis de egoísmo, de insensatez, de incredulidad en la desproporción entre la infracción y el castigo, etc. No lo niego, pero para la intención de este artículo, prefiero resaltar la valentía, el coraje, el compromiso que conllevan muchas decisiones humanas tanto a nivel individual como colectivo. Hay actos, decisiones que no precisan una prudencia excesiva ni un análisis detallado de las posibles consecuencias, tales, por poner un ejemplo, son los casos de una agresión de género en plena calle, o el llamado bullying, sea escolar, laboral, social, etc. más frecuentes de lo que la gente cree.

Asistimos muchas veces a situaciones que rechazamos «in mente», pero hacia las cuales nos inhibimos en la práctica bajo valoraciones de prudencia, de realismo, de impotencia. Nos escuece demasiado reconocer el miedo, el egoísmo, la pérdida de confort que condicionan el riesgo del compromiso de la acción. Y eso cuando no se justifica en cierto modo la infracción que se produce ante nuestros propios ojos, producto de una connivencia silente, más o menos inconsciente, con el infractor.

Una vez más recurro al humor (esta vez negro) para ejemplarizar lo absurdo de ciertas conductas humanas y su regusto. Contaba el genial Gila, poniendo cara de picardía y de denuncia al mismo tiempo, que una vez iba con un amigo por la calle, de noche, y vieron que tres individuos estaban dando una paliza a un sujeto que apenas podía defenderse. Se acercaron al lugar de los hechos, se pararon y se preguntaron: nos metemos, no nos metemos, qué hacemos. Y continuaba Gila: al final nos metimos… y entre los cinco le dejamos guapo.

Valga esta licencia surrealista para ilustrar la diferencia entre defender y arriesgarse, y acomodarse y no arriesgarse, entre luchar por unos valores o hacer la vista gorda, cuando no hacerse cómplice. No es solo el individuo, sino la sociedad quien a menudo se esconde ante situaciones contrarias a su propio cuerpo de valores, al menos a los que enfáticamente proclama y a los que supuestamente se adhiere. Tal es el caso de la situación penosa y maléfica de la deriva de la política ramplona y mercenaria que practica sin ningún pudor y recato el gobierno actual. No me vale solo con admitir el carácter mendaz de un presidente sin escrúpulos, capaz de cualquier cosa con tal de permanecer en el poder que utiliza a su antojo, conveniencia y beneficio. Algo huele a podrido en el sistema cuando, al parecer, poco o nada se puede hacer para evitar las tropelías hasta que no se lleven a cabo las próximas elecciones.

Mientras tanto, la sociedad ¿debe permanecer callada, amordazada, impotente? Y quienes jalean y aplauden enfervorecidos a su jefe, bien sea por conveniencia pesebrera o por complicidad delictiva ¿qué son y qué valores sociales defienden? Saben de sobra que hacen parte de un sistema corrupto, aunque se disimule o se recubra con el oropel del llamado progresismo, de la democracia evolucionada hasta límites falaces y engañosos. Son demócratas de salón que se adornan, pintureros, mirándose en el espejo, pero que cuando bajan al ruedo se esconden en el burladero o echan la culpa de su fracaso al «maestro armero», no reconociendo jamás la parte que les corresponde como protagonistas, tanto por acción como por omisión. Ahora, eso sí, cuando logran algún éxito, se exhiben cual pavos reales, con cacareo gallináceo incluido.

Tampoco me valen las críticas «melosas» de los prebostes y demás «personalidades» de su partido, con el no pero sí, no está del todo bien lo que hace un presidente, rehén de sí mismo, pero siempre será mejor que otro gobierno alternativo. ¿Hace falta ser tan falsos y cobardes?

Otro ejemplo (éste a nivel supranacional) con arreglo a que «si hay que ir, se va» es el referente a la denominada guerra de Ucrania. ¿Nos metemos, no nos metemos? De momento, un poquito nada más y a una distancia razonable. Igual el ruso nos sacude, deja, espera un poco, seamos prudentes, no nos precipitemos, que acaso dentro de un año el problema esté resuelto y no hará falta. ¿prudencia, cobardía, defensa de los valores, egoísmo?

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