Diario de León

Lo que podemos aprender de los griegos

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La Historia, si hemos de hacer caso a los clásicos, es la maestra de la vida. Pero un famoso dicho nos advierte que el ser humano es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra. ¿Conclusión? Que sabemos muy poca historia o, en plan aún más pesimista, que la historia no sirve de mucho en realidad. Pero mantengamos la esperanza. La aparición de Pensar como Ulises (Cátedra, 2022) de la especialista en el mundo clásico Bianca Sorrentino, nos sumerge en la Antigüedad para que comprobemos qué pueden decir los clásicos a la gente del siglo XXI. En la actualidad, según la autora, nuestras inquietudes ante los desafíos que nos asaltan son las mismas que experimentaba Ulises en la Odisea. La diferencia es que el héroe griego sabía lo que tenía que hacer mientras que nosotros, guiados por emotividad, hemos perdido capacidad para el análisis. Es por eso que triunfan las fake news, que juegan con nuestro lado más irracional.

La sabiduría de los viejos mitos nos inspira en múltiples circunstancias. Tomemos, para empezar, la historia de las Columnas que Hércules, el héroe forzudo por excelencia, habría instalado en estrecho de Gibraltar. Marcaba la frontera del mundo conocido, por lo que no había que superar ese punto final. «Non plus ultra» (No más allá), esa era la celebérrima expresión. Cierto que no nos gusta que nadie nos marque límites, pero… Miremos a nuestro alrededor y contemplemos un desarrollo económico descontrolado que amenaza con agotar la capacidad ecológica del planeta.

Tal vez, después de todo, nuestros abuelos griegos no estaban tan desencaminados. Si caemos en el exceso, en la hybris, los dioses nos castigaran de una forma o de otra. Las voces que nos alertan contra el cambio climático nos indican que nos encaminamos hacia el abismo, aunque nosotros, con nuestro egoísmo particular, nos empeñamos en no escuchar. La Antigüedad, de nuevo, viene a ayudarnos a entender. Casandra, con el don de predecir el futuro y con la maldición de no ser nunca creída, parece más viva que nunca, empeñada en una lucha sin tregua contra negacionistas de toda condición.

Pero si, en un caso, no debemos traspasar cierto umbral, eso no significa que debamos conformarnos siempre con la zona de confort de nuestros conocimientos. Ulises, guiado por su curiosidad tanto como por su astucia, se aventuró a explorar lo ignoto y a poner a prueba sus fuerzas. ¿No nos recuerda su ejemplo que la vida es la más apasionante de las odiseas? Él desafío a todo tipo de monstruos, como las sirenas, que seducían con su voz a los incautos. ¿No encontramos ahora, en plena era digital, todo tipo de cantos que pretenden arrastrarnos a la perdición mientras nos embaucan con sus promesas? Como señala Sorrentino, determinados personajes tienen la capacidad de devolvernos, cuando los miramos, tanto lo mejor como lo peor de nosotros mismos: «Quienquiera que se espeje en los héroes (y en los antihéroes) de la épica griega, por ejemplo, no podrá evitar reconocerse en las debilidades, en los excesos, en las dotes resolutivas, en definitiva en los rasgos que los hacen visceralmente humanos».

Tal vez, después de todo, nuestros abuelos griegos no estaban tan desencamina dos. Si caemos en el exceso, en la hybris, los dioses nos castigarán de una forma o de otra

Mientras leemos Pensar como Ulises, no podemos evitar reflexionar sobre las cosas que no cambian, por mucho que sea el tiempo transcurrido. Aquiles eligió vivir una vida intensa y morir joven, pero fijar su recuerdo en la eternidad, antes que llegar a viejo y que su memoria se desvaneciera. ¿Hubiera pertenecido al club de los 27 como Jimi Hendrix, Jim Morrison, Janis Joplin o Kurt Cobain? Incluso en una civilización materialista como la nuestra, el sueño de algo que nos trascienda no deja de empujarnos más allá de una rutina sin sentido.

Entre tanto, cada vez que nos asomamos a las redes sociales, contemplamos una cascada de odios y egos desatados. Nos viene entonces a la cabeza la grandeza del rey de Troya, Príamo, capaz de despojarse de su orgullo para suplicar a Aquiles, su peor enemigo, por el cadáver de su querido hijo Héctor. Aquiles consiente, se apiada del pobre viejo. Si los griegos se daban cuenta de que los extranjeros también eran seres humanos, que lloraban por sus seres queridos como todo el mundo, ¿no deberíamos sentir la misma compasión cuando miles de emigrantes llaman a nuestras fronteras en busca de un futuro? Nuestro mundo laico y racionalista, por desgracia, no siempre entiende que el mito, aunque no sea una verdad científica, puede ser portador de enseñanzas profundas acerca de lo más íntimo y esencial de cada persona.

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