Diario de León
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Recuerdo que mis amigos me decían hace unos años que el título de abuelo compensaba por todo lo demás. Casi no me lo creía, aunque su sinceridad parecía rotunda. Ahora, pues, que he pasado a esa categoría sobrevenida no puedo más que doblegarme a aquella declaración. Ya puedo presumir de ejercer de abuelo y manifestar abiertamente que todo el mundo debería pasar por este trámite para que la luz de la ternura le alumbrara generosamente.

Es verdad que no para, que es algo bruta, que te hace mil jugarretas, que impera el cambio continuo de humor, que tiene sus obcecaciones… Pero todo lo compensa con un beso o con abrazo o con la mano diminuta que te tiende para que te fijes en su debilidad. Sus frases inacabadas, sus disloques en la pronunciación, sus muletillas inesperadas te asombran y te envuelven en una sonrisa admirativa. Se trata de mi nieta, de Jana, y, aparte de mi pasión de abuelo, creo que es una niña auténtica. Como casi todas las niñas. La visión personal puede obnubilar la atención, pero seguro que se pueden extender estas referencias a todos. Alguien decía, con razón, que la ternura y el amor son las armas con las que debe emprenderse cualquier actividad de la vida. El niño, la niña, tiene en exceso esas virtudes. ¡Qué pena que se vayan perdiendo con los años! Jana es todo ternura y amor. Y eso no tiene precio.

Con los hijos preocupa sobre todo la educación, la honestidad, el deber…Los abuelos ponemos ante todo la diversión, el gusto y el capricho. No quiere decir que nos olvidemos de la educación, pero esa lección ha de estar en manos de los padres. La responsabilidad va adherida a la convivencia y por eso los progenitores tienen el papel ineludible de formar unos hijos capaces de enfrentarse a los dilemas sociales cotidianos.

Alguien decía, con razón, que la ternura y el amor son las armas con las que debe emprenderse cualquier actividad de la vida

Cierto que nadie nace aprendido. Llegamos a padres y aprendemos a ser padres poco a poco, aunque en el horizonte asome la educación recibida anteriormente, quizás para rectificarla. Antes la represión y el castigo estaban a la orden del día. Ibas a la escuela y te castigaban a la menor incidencia. Ibas a casa y el castigo pendía de cualquier bobería que cometieras. Aquellos tiempos han pasado felizmente. Nadie percibe que los errores o picardías sean castigados de manera física, a base de cachetes y cinturón.

Con Jana el día es agotador. Es una vigilancia plena mientras anda despierta por la vida. Te mantiene en vilo, en casa o en la calle, en el parque o en el supermercado. Para ella todo es una fiesta y no percibe el peligro en ningún momento. Trae en jaque, al menos, a dos personas. Está en esa edad —poco más de dos años— en la que se le antoja todo, se vuelve tozuda, absorbe todo lo que ve como una esponja, memoriza las acciones con facilidad, habla con gracia y sonríe como esa catarata que irrumpe al lado de un camino. Acabas agotado, en especial si estás pendiente de ella mucha parte del día. Acabas agotado, pero al día siguiente estás deseando ver su ternura y su sonrisa pasearse a tu lado.

Jana ya construye frases y pronuncia palabras con cierto desparpajo, aunque aún está aprendiendo. Muestra su carácter y su genio, a veces con el llanto. Pero se la ve alegre y activa. Pero contagia de vida todo cuanto toca. Con frecuencia estira las muletillas —me mareo, tengo miedo, cumpleaños feliz, es mío…, aparte de sus más que socorridos gritos de «papá y mamá»—. Es así: natural, activa, graciosa y muy guapa.

Por todo cuanto he dicho, estoy dichoso de ejercer como abuelo. Espero que estos dos años vayan creciendo con el progreso debido y que no pierda el amor y la ternura que destila a manos llenas. Será un buen síntoma. Nada hay como la creación de la vida. De ahí que crezca el estupor cuando en determinados momentos alguien es capaz de quitar la vida a un ser inocente. Seguro que no vivió la verdadera relación hijo/ padre o nieto/ abuelo. Nada está tan lejano como hacer desaparecer la nobleza y el atrevimiento de un niño de tan pocos años.

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